El sábado por la tarde fui al Museu Marítim de Barcelona con la intención de ver una exposición titulada El desig és tan fluid com la mar y que gira en torno a las relaciones eróticas, sexuales y sentimentales que se han dado, durante siglos, a bordo de los buques.
El Marítim es una de las siete instituciones culturales de la ciudad que, entorno al 28 de junio —Día Internacional del Orgullo LGTBI— y en colaboración con el Centre LGTBI, han programado con gran acierto una serie de propuestas para reivindicar la diversidad sexual y de género.
El problema es que, tal y como me informó amablemente una de las empleadas del Marítim, el sábado por la tarde, la exposición aún no estaba abierta al público. No es la primera vez que me pasa esto de ir a un museo a ver una exposición que todavía no se ha inaugurado.
En fin, como ya estaba allí y en la calle hacía un bochorno insoportable decidí entrar igualmente. Pasear un rato por las antiguas Atarazanas Reales de Barcelona, majestuosas como una catedral gótica y a esa hora prácticamente desiertas, siempre será mucho mejor que refugiarse del calor en un centro comercial anodino y lleno a petar.
Pasear un rato por las antiguas Atarazanas Reales de Barcelona, majestuosas como una catedral gótica y a esa hora prácticamente desiertas, siempre será mucho mejor que refugiarse del calor en un centro comercial anodino y lleno a petar
Justo pasada la entrada, me sorprendió una pequeña muestra dedicada a la colección fotográfica de Joaquín Tusquets de Cabirol, recientemente adquirida por el Marítim. Las instantáneas de Tusquets de Cabirol —un perito químico de familia acomodada apasionado por la fotografía— son un viaje a la Barcelona de los años cuarenta y cincuenta.
Muestran escenas cotidianas de aquellos duros años de posguerra, muchas relacionadas con el mar. Hay, por ejemplo, unas cuantas imágenes que son testigo de la presencia de la Sexta Flota estadounidense en el puerto de la ciudad, todo un acontecimiento. Las acompaña un pequeño texto que explica que aquellos jóvenes marineros, vestidos con sus característicos uniformes blancos, trajeron aires de modernidad en la ciudad: el rock and roll, los vaqueros…
Salgo del museo, una hora después, satisfecho de haber pasado un rato entretenido y, de repente, veo pasar un autobús con una publicidad de una de las principales operadoras de cruceros turísticos. Es un anuncio muy sencillo. El mensaje no puede ser más claro. “Hemos vuelto a Barcelona”.
La Barcelona actual tiene poco que ver con aquella ciudad pobre, gris y triste de los años cuarenta y cincuenta que recibía con los brazos abiertos aquellos marineros genetianos de la Sexta Flota cargados de dólares, modernidad y testosterona
Pienso que la Barcelona actual tiene poco que ver con aquella ciudad pobre, gris y triste de los años cuarenta y cincuenta que recibía con los brazos abiertos aquellos marineros genetianos de la Sexta Flota cargados de dólares, modernidad y testosterona. Quizá por esta razón ahora no saltamos de alegría ante el regreso de los cruceristas.