Cosas que ocurren en los balcones

¿Qué observan las tres figuras de El balcón que Manet pintó a mediados del siglo XIX y puede verse en el Museo de Orsay? Quizá miran la vida pasar, parafraseando a Fangoria. En SER Catalunya hace muchos años que también observan y nos cuentan la vida desde su particular balcón periodístico. Hay muchos pueblos que llaman balcón a un mirador elevado de aquellos que hacen las delicias de los turistas. El balcón, sin embargo, no sirve solamente para mirar, sino también para ser visto y, en algunos casos, también escuchado. O sea, que vendría a ser una especie de tribuna.

Hay balcones con una fuerte carga simbólica como el de la basílica de San Pedro del Vaticano desde donde el papa se dirige a los fieles. Por supuesto que entre los balcones más icónicos del mundo también figura el de Buckingham Palace, escenario esencial para la puesta en escena de la monarquía británica desde hace más de un siglo.

Los dos principales balcones de Barcelona están situados a escasos metros. Uno enfrente del otro. Son, cómo no, el balcón del Ayuntamiento de Barcelona y, en tanto que capital del país, el del Palau de la Generalitat. El segundo, principalmente, han sido escenario de algunos de los eventos más relevantes de nuestra historia reciente.

El 14 de abril de 1931, el president Francesc Macià proclamó la República Catalana desde el balcón de Palau. Horas antes, Lluís Companys, entonces concejal del consistorio barcelonés, había salido al balcón de enfrente para proclamar la República, así en general.

Tras el largo paréntesis de la dictadura, el 23 de octubre de 1977, el balcón de Palau volvió a ser escenario de una jornada histórica: el regreso del president Josep Tarradellas. Ahí proclamó su famoso: “ja soc aquí!”.

El 31 de mayo de 1984, Jordi Pujol también tuvo su “momento balcón”. En pleno escándalo por el caso Banca Catalana, miles de personas –300.000 según los convocantes y 75.000 según la Guardia Urbana– acompañaron en procesión al president desde el Parlament hasta la plaza Sant Jaume para apoyarlo. Desde el balcón de Palau, Pujol proclamó: “D’ara endavant, d’ètica i moral en parlarem nosaltres”. En fin…

El 20 de diciembre de 2003, Pasqual Maragall no quiso ser menos y también salió al balcón del Palau para saludar a sus seguidores y festejar la fin del pujolismo. En su caso, lo hizo acompañado por Joan Saura y Josep Lluís Carod-Rovira. Eran la encarnación del tripartito y del Dragon Khan…

El 27 de octubre de 2017 –el Parlament acababa de aprobar la independencia–, miles de personas volvieron a llenar la plaza Sant Jaume y gritaron: “President al balcó!”, pero el president Carles Puigdemont decidió no salir. Tampoco su sucesor, Quim Torra, aunque quizás no le faltaban ganas. Torra no se asomó al balcón, pero este marcó el final de su mandato: la justicia le inhabilitó por no haber descolgado precisamente del balcón de Palau una pancarta que rezaba: “Llibertat presos polítics i exiliats / Free political prisoners and exiles”. Hasta aquí este repaso a las jornadas históricas protagonizadas por el balcón de Palau (eludo intencionadamente y por razones evidentes las celebraciones futbolísticas que también ha acogido).

Pero no nos vayamos por las ramas. Esta semana, mi intención no era escribir sobre el peso político del balcón de Palau, sino hacer un artículo para reivindicar este elemento arquitectónico tan habitual en los edificios de la ciudad. El balcón es, en cierto modo, el paraíso de los humildes. Un pequeño espacio, a veces minúsculo, que podemos llenar de plantas. También podemos instalar en él una mesita y un par de taburetes para desayunar, leer un rato bajo el sol de primavera o tomar una copa de vino, a la luz de una vela, junto a la persona amada y, con una poco de suerte, atisbar las estrellas. Quizá os suene un poco ñoño, pero a mí el balcón me hace pensar en ese “Hawaii-Bombay / Son dos paraísos / Que a veces yo / Me monto en mi piso” que cantaba Mecano.

*La casualidad ha querido que mientras escribía este artículo me haya llegado un vídeo grabado en la plaza Reial, escenario demasiado habitual de concentraciones de hooligans. Muestra cómo uno de estos personajes coge un balón de futbol, lo chuta con fuerza hacia arriba y lo estrella contra uno de los balcones de la plaza. Segundos después, una señora abre la puerta del balcón afectado y, visiblemente contrariada, se lleva el balón a dentro. Los hooligans le llaman de todo menos guapa.

Cosas que ocurren en los balcones y, en este último caso, cosas que no deberían ocurrir nunca.