Barcelona, ¿capital del catalán?

Ton y Marta —utilizo nombres ficticios para evitar que mis amigos me retiren la palabra cuando descubran que hablo de ellos en este artículo— viven en Gràcia y tienen dos hijos. Les llamaremos Pau y Llorenç. Pau cumplirá los doce y Llorenç me parece que tiene diez. Ton es barcelonés de toda la vida y Marta, como yo mismo, viene de Osona, pero hace más de veinte años que reside en la ciudad. Mis amigos han hablado siempre en catalán entre ellos y con casi todo el mundo, han educado a sus hijos en esta lengua y hacen todo lo posible por usarla también cuando hacen la compra en el mercado, toman copas por el barrio o hacen cualquier trámite en la administración, a riesgo de pasar por impertinentes o tiquismiquis. Podríamos decir que Ton, Marta y sus dos retoños constituyen una familia catalanohablante modélica o ejemplar. Un poco como aquellas familias de mentira de las series de TV3 de los noventa en las que los mayores siempre aparecían leyendo el Avui y los pequeños de la casa, las aventuras de Massagran, cuando no hacían puzles del mapa de los Països Catalans.

Desde hace algún tiempo, sin embargo, cuando Ton y Marta pegan la oreja en la puerta de la habitación de los niños para comprobar que no se estén peleando, oyen como Pau y Llorenç a menudo hablan entre ellos en castellano. Primero, pensaron que se trataba de una especie de juego infantil, pero con el paso de los meses han ido descubriendo que no es, digamos, un vicio pasajero, sino que sus hijos hablan cada vez más en castellano. En clase, estudian en catalán, por supuesto, pero se relacionan con sus compañeros mayoritariamente en castellano. Es así. Cambian de lengua con la misma facilidad que utilizan la tablet de sus padres, aunque pasando del castellano al catalán se dejen algunos pronombres débiles y gran parte de ese léxico más genuino —importado del pueblo y que en Barcelona a menudo suena a marciano— que Marta se esfuerza por transmitirles con un éxito manifiestamente escaso.

Pau y Llorenç no son un caso aislado. Tengo otros amigos muy militantes en esto de la lengua que asisten impotentes a este mismo fenómeno: los hijos se les están volviendo castellanohablantes. Son niños que han recibido toneladas de merchandising del Club Súper 3, que han estado suscritos a Cavall Fort desde antes de tener uso de razón; niños que han escuchado en bucle en la radio del coche de sus padres los grandes éxitos de Xiula y El Pot Petit aunque sus progenitores los detestaban, pero ni así. A cierta edad, han acabado rendidos al enorme poder de seducción de castellano: la lengua de los videojuegos en línea, de los vídeos más virales de YouTube, de los influencers más guais, de las series de moda, de Tinder, del cajero del colmado de debajo de casa, de los universitarios que vienen a hacer un Erasmus con ganas de juerga…

Son niños que han recibido toneladas de merchandising del Club Súper 3, que han estado suscritos a Cavall Fort desde antes de tener uso de razón; niños que han escuchado en bucle en la radio del coche de sus padres los grandes éxitos de Xiula y El Pot Petit aunque sus progenitores los detestaban, pero ni así

Los datos así lo confirman: sólo uno de cada cuatro jóvenes de Barcelona tiene el catalán como lengua habitual, a pesar de que la mitad asegura que tiene un buen conocimiento del idioma, según datos de la Encuesta de Juventud del Ayuntamiento de Barcelona. La situación no sólo es grave, sino que va a peor. Actualmente, lo hablan de manera habitual el 28% de los encuestados, mientras que hace cinco años lo hacían el 35. La encuesta barcelonesa también revela —oh, sorpresa— que aumenta el uso social del castellano en este colectivo: ha pasado de ser la lengua cotidiana del 56% de los jóvenes de la ciudad a ser la del 62%.

No creo que sea exagerado ni catastrofista afirmar con toda rotundidad que el catalán está desapareciendo a marchas forzadas de las calles de Barcelona. Tenemos unos medios potentes en catalán y una administración que funciona prioritariamente en esta lengua. Tenemos una ciudadanía capaz de entenderlo y al parecer de usarlo, pero que lo hace cada día menos. Salid a la calle y escuchad. Poned el Telenotícies y veréis como cuando aparece la voz de la calle —testimonios de ciudadanos anónimos que opinan sobre cualquier tema— esta se expresa mayoritariamente en castellano.

Se puede pensar que esto sólo ocurre en Barcelona y que, por suerte, el país es mucho más que su capital. Y es cierto, como lo es que el futuro de la lengua no pinta nada bien si Barcelona no ejerce de capital del catalán. No sé qué se debería hacer —hay gente mucho más lista que yo, algunos a sueldo de la administración, que imagino que deben estar dando vueltas al asunto—, pero es urgente que la situación se revierta antes de llegar a un punto de no retorno.

Se puede pensar que esto sólo ocurre en Barcelona y que, por suerte, el país es mucho más que su capital. Y es cierto, como lo es que el futuro de la lengua no pinta nada bien si Barcelona no ejerce de capital del catalán.

Ni el mar ni la herencia olímpica ni siquiera el modernismo, si algo hace única Barcelona en el mundo es su condición de capital del catalán. Por lo tanto, no puede ser que a menudo parezca que tener una lengua propia sea un estorbo.