El pasado miércoles, nuestro colega Francesc Soler se preguntaba aquí en el The New Barcelona Post qué ha sido de la cultura underground barcelonesa de los años 70 en nuestro presente y disparaba esta oportunísima pregunta a raíz de la exposición programada por el Palau Robert bajo el título Underground y contracultura en la Catalunya de los años 70 y curada (decir “comisariada”, y más cuando nos referimos a una generación de progres, resultaría demasiado policial) por Pepe Ribas, el alma creadora de la mítica revista Ajoblanco.
Escribo e insisto en que la cuestión es oportuna pues, como todos los movimientos libertarios y rompedores, la contracultura de los 70 no debería analizarse únicamente desde el punto G de su estallido histórico, sino sobretodo por los resultados que obtuvo, de la misma forma que, en un plano muy diferente a nivel político, lo importante del 1-O no consistirá tanto su poder como evento de resistencialismo antirepresivo, sino en la ansia de libertad que el referéndum (no aplicado por nuestra élite política) consiga inspirar en mi generación y cómo ésta la transforme en algo tangible y práctico.
Difiero de Francesc en una cuestión de base museística pues, si bien ésta es una muestra mucho más exhaustiva a nivel documental de lo que el Palau Robert nos tiene acostumbrados, la simple acumulación de objetos y textos, por interesantes que resulten, no se convierten en una exposición, algo que exige no sólo una tesis de fondo sino también una lectura presentista; porque cualquier historia, no seamos ingenuos, siempre se cuenta desde el presente.
En este sentido, Pepe Ribas se ha limitado a recopilar un montón de documentos de sus compis, los ha situado en paneles diseñados por el demiurgo del viejo Zeleste, Dani Freixas, y ha resumido los landmarks de la época (del proyecto InstantCity al gamberrismo de locales como Jazz Colón y Les Enfants Terribles, pasando por el omnipresente Canet Rock) con textos prototípicos de la Wikipedia. De hecho, el único instante de choque cultural fuerte llega al final de la muestra cuando en un panel leemos una misiva estrellada que reza: “El tiempo continuó pasando pero, el individualismo, la fragmentación y la corrupción, hicieron que esta historia acabara aquí”.
Cada generación ostenta su estallido de locura particular, que resulta en unas ganas tremendas de cambiar el mundo, y es normal que una quinta determinada lo reivindique sin rodeos pensándose que fue único, pero ya Hegel nos recordaba que la cultura debe analizarse siempre en su punto de su ocaso. Y es en este sentido que la pregunta oportunísima sobre “¿qué fue de todo aquello?” no puede ventilarse con un lema como el que acabo de escribir. ¿Quién cayó en el individualismo, querido Pepe Ribas? ¿Los progres de los 70 que terminaron abrazando la economía de mercado e incluso ejerciendo de banqueros? ¿Y la corrupción, quién la perpetró? ¿A caso los mismos políticos socialistas que se criaron en los rincones de los ateneos libertarios y que la mayoría de vosotros continuasteis votando cuando habían abandonado el marxismo por la megalomanía constructora olímpica? Éstas son las preguntas oportunas que habría planteado abiertamente una exposición valiente que superase la suma de postalitas, los interrogantes que hacen daño (es decir, los relevantes) y que, de responderse, quizás mancharían el glamour del movimiento libertario de los 70.
Por mi inquietud y el empeño que siempre me ha despertado la narrativa generacional, he podido conocer algunos de los protagonistas de dicha historia cultural, un movimiento que, como ha escrito recientemente el compadre articulista Ramón de España, no fue catalán, sino enteramente barcelonés y, añado yo, que ha acabado con muchos de sus inspiradores, cosmopolitas y progres, en las listas de Ciudadanos y vendiendo la moto de una Barcelona, la de los 70, que les gustaba simplemente porque era mucho más española (la de los años 20-30 anteriores y la Guerra Civil no la reclaman nunca, casualidades de la vida, porque en aquella ciudad la cultura catalana, y en catalán, dialogaba con las demás culturas del mundo de tú a tú sin problemas). De España es muy honesto cuando, recordando aquellos tiempos, escribe: “me lo pasé muy bien e hice lo que pude, pero también me sentí, como los personajes de la canción de Bowie Oh, you, pretty things, formando parte de un grupo que estaba volviendo locos a sus padres y a sus madres, que habían sobrevivido a una guerra y solo aspiraban a vivir tranquilamente y no pasar hambre (la hubiesen ganado o la hubiesen perdido)”.
Cada generación ostenta su estallido de locura particular, que resulta en unas ganas tremendas de cambiar el mundo, y es normal que una quinta determinada lo reivindique sin rodeos pensándose que fue único
De hecho, opino que sería interesante reproducir un hábito que ya es costumbre en la mayoría de los centros artísticos del mundo y que convertiría esta simple muestra en una exposición como dios manda, y es el de ser curada por una persona que no forme parte de la generación que se reivindica y con la que no se pasa cuenta alguna. Que nadie se equivoque, no apuesto por una lectura filtrada en el revanchismo, sino simplemente por algo tan sencillo como una exposición artística y documental que no se ventile las preguntas interesantes con un simple póster. Añado, queridos lectores, que si nunca termino comisariado una exposición sobre el 1-O y al final os la remato con un letrero donde reza “el tiempo continuó pasando pero, por aquellas cositas de la vida, la votación no valió para nada y los caraduras corruptos se la pasaron por el forro” os doy permiso para venir a buscarme a casa, llenarme de alquitrán y de plumas, y dedicarme artículos mucho más duros que éste.