Volver a empezar

La jornada de debate Pro BCN, celebrada el pasado viernes de la Llotja impulsada casi artesanalmente por Salvador Alemany, deja claro cuál es el escenario de nuevos consensos en la ciudad: tanto el sector de las infraestructuras, como del comercio, la cultura, el turismo y el tercer sector volvieron a insistir en las bondades de la colaboración público-privada y en la necesidad de reducir la preeminencia de los dogmatismos, si de lo que se trata es de encontrar soluciones.

Mucha gente atribuye la expresión “colaboración público-privada” a la derecha, que es justamente no haber entendido nada, como nos demostró recientemente Fermín Villar en una entrevista al hablarnos de Tot Raval o de la Plataforma de Afectados por el Top Manta: el caso es que, manteros, ya no hay. Es decir, que esa forma concreta de pobreza (y de abuso) ya no está. También me gustaría ver a alguien atreviéndose a tachar a Enric Canet (ponente de la rama del tercer sector en el acto) como persona “de derechas”, partiendo del discurso que hizo denunciando los excesos de los ricos y el escándalo de los precios de la vivienda. No, no fue un acto de derechas celebrado en Foment, sino un acto del sentido común y del sentido social celebrado en un espacio histórico de la ciudad. De encontrar el “mínimo común denominador”. Y, una vez encontrado, que se peleen tanto como quieran.

Cuando la sociedad civil debe reclamar o exigir un mínimo, significa que los políticos están ignorando ese mínimo. No hubo un gran pronunciamiento a favor de ninguna tercera pista, sino de encontrar una solución consensuada y compartida para el aeropuerto (hace unos años, y lo digo con añoranza, el mínimo común denominador era reclamar el traspaso de su gestión). No hubo ninguna referencia a los olvidados y postergados Juegos Olímpicos de Invierno, precisamente porque levantaban menos consenso que la última ópera de Plensa, ni alusión alguna al Hard Rock ni a tantas ideas que vienen impulsadas por un sector muy determinado del empresariado: sí, en cambio, se reclamó terminar el Corredor Mediterráneo, que es una necesidad que cae por su propio peso. No, no fue un acto de patronal, sino una mínima aproximación entre varios sectores (mi aportación se centró en el documento referente a cultura) y un ejercicio muy centrado en escuchar. A diferencia de otras iniciativas fallidas del pasado, como el discreto Barcelona Futur, esta iniciativa no buscaba ningún protagonismo personal ni imponer ningún bando ideológico. Sino poner la oreja y hacer ver a los candidatos de la primera fila que, a veces, nosotros sí hablamos entre nosotros. Y que hacemos cosas. Aparte de ellos, o a pesar de ellos.

No, no fue un acto de derechas celebrado en Foment, sino un acto del sentido común y del sentido social celebrado en un espacio histórico de la ciudad

Otra cosa es la espiral maníacodepresiva en la que se ha instalado la ciudad, que muchos señalan a partir de la pandemia o de la actual guerra mundial, pero que no podemos olvidar que se encuentra clamorosamente situada después de los años del “procés” . Y aquí no estoy haciendo tampoco ni ideología ni dogmatismo: la idea de un referéndum creaba mucho consenso, también en Barcelona. A veces de mala gana, a veces a regañadientes, pero la abrumadora mayoría de barceloneses creían que un mínimo común denominador era al menos poder votar la cuestión en paz y sin más aspavientos. A mí no me extraña que una ciudad como Barcelona, ​​vanguardia desde hace siglos en tantos aspectos referentes a la democracia y a los derechos humanos, haya quedado aturdida y desconcertada al ver cómo sus ciudadanos, pensaran como pensaran, eran apaleados en las escuelas. O cómo algunos líderes son perseguidos por pensar cómo piensan, con policías y jueces haciendo de tapón inclemente.

Se me dirá que estoy haciendo política, pero créanme que no: tengo perfectamente situado el inicio de la era maníacodepresiva de Barcelona no con la idea de bombero del Fòrum, no con el referéndum por el tranvía, no con la venida de Ada Colau, no con la derrota de Trias, no con la nostalgia del 92 ni con la crisis del 2008 ni con la pérdida de los “indispensables” Juegos Olímpicos de Invierno, ni siquiera por la negativa a seguir el modelo de Madrid (que Ayuso dice que es el de la libertad, pero yo digo que es el de Las Vegas): no. Es por el hecho de haber visto cómo, al final, el crecimiento colectivo en términos de iniciativa cívica (lo de ese octubre fue un clarísimo ejemplo de colaboración público-privada) termina en una pared de hormigón y en drama. La decadencia anímica de Barcelona comienza con el coro del Liceu cantando Va Pensiero a las puertas del Gran Teatre el día 2. Y vale para cualquier persona, piense como piense. No se puede pedir alegría a la ciudadanía después de todo esto. Ni alegría ni confianza en las propias posibilidades. A Barcelona no le gusta que le pongan murallas.

Ahora que todo esto ha pasado (lo cual no significa que se haya superado), que haya una plataforma destinada a buscar los actuales consensos me parece el inicio de un reencuentro necesario. La polarización creada (no sólo en términos nacionales, sino también en términos de eje izquierda-derecha) puede hacer olvidar que el día a día existe y que existen muchas urgencias que piden un esfuerzo colectivo y compartido. Poder estar por encima de las filias y fobias parece un principio de civilización, como lo es, también y por cierto, el de poder votar aquellas cosas en las que podemos no estar de acuerdo. Urge reencontrar un modelo Barcelona de convivencia y de progreso, que sea propio y autóctono, libre y transgresor cuando sea necesario, ordenado y medido cuando le toque, pero sobre todo que pueda encontrar sus rasgos característicos compartidos. El viernes en la Llotja vimos lo que más se asemeja a la parte más inquieta de Barcelona, ​​y también la que tiene más poder de decisión. El político puede tener la última palabra, pero la sociedad civil tendrá la primera. De todos ellos, de todos nosotros, depende que la espiral de depresión no sea crónica. Y, como decía, una vez garantizado esto que todo el mundo luche por la causa que crea. Votando.