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La canción de Shakira con Bizarrap nos habla de un mundo en el que la carnaza emocional ha devenido una droga normalizada. ©SHAKIRA: BZRP MUSIC SESSIONS, VOL. 53

Despechada

La reciente canción de Shakira, llena de alusiones a Gerard Piqué y a su nueva pareja, nos habla muy bien de un mundo en el que ya no se puede decir nada… porque se ha dicho todo

Resulta significativo comprobar cómo, a lo largo del último lustro, Barcelona (y el comentario sería extensible a toda Catalunya) no ha podido crear una marca mediática, comercial e incluso diría que cultural capaz de competir con el impacto planetario del matrimonio-divorcio entre Gerard Piqué y Shakira. En efecto, hubo un tiempo en que nuestra querida ciudad fue conocida en todas partes por su contrastada excelencia a la hora de parir Juegos Olímpicos; inaugurado el siglo XXI, la dinámica empezó a degenerar con el chiringuito del Fórum de las Culturas, para después quedar un tanto limitada al universo comercial de los congresos de telefonía. Nos plazca o no, Barcelona actualmente sólo llama la atención del mundo por ser el punto neurálgico de un matrimonio idealizado entre un grande del balón y una espléndida artista que, como cualquier romance subido de tono, puede acabar glosado en música tremendamente mediocre. 

La historia conyugal de estos protagonistas muestra una parte de lo que, con cierto cinismo, enmendamos de nuestro presente cuando ejercemos de filósofos de la música y críticos culturales de carajillo o barra de coctelería. Ciertamente, la canción de Shakira con Bizarrap nos habla de un mundo que ha renunciado al universo de lo privado y en el que la carnaza emocional ha devenido una droga normalizada. A su vez, la aparición de este hit pasado de resentimiento explica también el delirio de un presento donde lo que llamábamos actualidad surge como la lava de una acumulación estresante de referencias, visualizaciones y, sobre todo, de opiniones sobre un hecho concreto. Si lo deseáis explicado en una forma menos abstracta, lo importante de la canción shakiresca no es su forma musical o su calidad sonora, sino el producto mismo en tanto que exige posicionarse en un determinado equipo moral. Tanto monta si la música es buena o no; lo importante es de qué team eres.

También hay que hablar, sólo faltaría, del curioso universo de lo que hemos llamado fake news (por miedo a referirnos a algo tan antiguo y perenne como son las mentiras). En efecto, poco después de dispararse la famosa canción, uno ya encontraba shakirólogos y piquerólogos debajo de las piedras. Algunos de ellos opinaban, por ejemplo, que la cantante tenía todo el derecho del mundo a disparar resentimiento contra el futbolista porque éste, lo sabían seguro, pero seguro seguro, había consumado repetidamente el adulterio con Clara Chía en la cama conyugal del matrimonio hacía más de un año. También existen algunas hembras que, admitiendo que Shakira se ha pasado de frenada, opinan que todo ello es algo que Gerard Piqué merece muy mucho, porque eso de besuquearse con una chica más joven (sin una profesión reconocida y mínimamente decente) es casi equiparable a ser un acosador sexual. El problema, por tanto, no son las fake news, sino nuestra adicción enfermiza de juzgar la vida ajena.

Desde la perspectiva más corporativa del asunto, la canción despechada de esta catalana de adopción (a la que todos amábamos cuando exportó Boig per tu por todo el planeta) certifica la muerte de una noción periodística esencial como es el tiempo de espera necesario para contrastar una noticia y la digestión mental que exige escribir sobre cualquier fenómeno noticiable. A estas alturas, sobre la canción, el matrimonio y el posterior divorcio musicalizado ya se ha dicho todo. Ya se ha dicho que la pobre Clara Chía no merece que una superestrella global le señale de esta forma tan chapucera, ya se ha dicho que, por mucho que una madre siempre acabe acogiendo a su cachorro (macho) tras una separación, la progenitora de Gerard Piqué no tiene ninguna culpa del dinero que Shakira le debe a hacienda, y también se ha dicho que en esta historia de hipotético adulterio todo el mundo tiene un poco de morro, porque tanto Piqué como la cantante estaban debidamente emparejados cuando decidieron compartir fluidos en el pasado. 

Un mundo donde siempre llegamos tarde a escribir y nadie tendrá nunca la última palabra de una conversación; un universo donde, antes de que puedas digerir algo, ya se ha dicho todo, evidentemente, acaba en un chapurreo de palabrería donde lo importante de los hechos es únicamente su capacidad de estresarnos durante unas horas a la espera del próximo volcán. En este sentido, el mundo de antes (cuando los periódicos explicaban los hechos de ayer y los cronistas debíamos digerir durante unas horas las noticias antes de escribir sobre un tema) resulta de una lentitud inservible y más pesado que las óperas de Wagner. Las canciones no deben ser buenas; basta con que susciten comentarios y, a su vez, que te enganchen durante los primeros veinte segundos. Ahora lo que toca es aprovechar el fuego de una cascada de mensajes sobrehumana y si no preguntad a los responsables de márketing de Rolex y Cassio, que ayer debieron llegar tarde a casa. 

Os preguntaréis, queridos lectores de La Punyalada, ¿cómo podemos contrarrestar esta dosis de actualidad frenética donde todo está dicho y todo arde delirantemente? Yo apuesto por retornar a algo tan vetusto como los consejos proverbiales y cuerdos de la abuela. “Reina, cuando estés despechada… respira varias veces antes de ponerte a componer”. Y también por algo todavía más ancestral que la sabiduría de los antepasados… como es la esperanza; a saber, la esperanza de que algún día volvamos a ser universales y planetarios por algo con un poco más categoría que un divorcio. Nos está quedando un país demasiado amarillo, en todos los sentidos.