Puerta del Sol, Madrid
Hemos vivido unas semanas de calentamiento y aparente radicalización en el kilómetro cero. ©Hugo Fernández/Turismo Madrid

Madrid, república independiente

Las elecciones a la Comunidad de Madrid han provocado un estado de tensión que Díaz Ayuso ha copiado del procés catalán sin que la prensa de la capital de España se llene de titulares sobre la fractura social

La historia de España demuestra que todo lo que en Catalunya se vive como una tragedia Madrid lo suele reconvertir a posteriori en una farsa con aires de sainete. El periodo de crispación y aparente radicalismo que ha vivido el kilómetro cero antes de las elecciones del próximo martes no resulta ser más que una burda copia reconcentrada del procés fallido hacia la independencia anterior a octubre de 2017 sin que, evidentemente, los periódicos de la capital hayan vomitado tanta pornografía sobre cómo la tensión política está a punto de romper familias que ya no se atreven a compartir mesa en Navidad, equiparando las esquinas de Malasaña a Kabul o sosteniendo que, de confluir tanta mala leche por metro cuadrado, los madrileños acabarán olvidando la cañita de la tarde para salir a la calle a repartir tortazos. Es curioso: la ultraderecha hacía unos cuantos años que atacaba al soberanismo, pero ni Pablo Iglesias se dedicaba a llorar ni a abandonar debates donde VOX no condenaba que se quemaran muñecos con la cara del president Puigdemont, ni a Pedro Sánchez le entraron tantas ganas de encabezar personalmente una cruzada contra la intolerancia disfrazado de Mandela.

Isabel Díaz Ayuso
Isabel Díaz Ayuso se ha inventado el anhelo de una república independiente de Madrid. ©PP Madrid

De hecho, que la izquierda madrileña abandere la causa contra el supuesto fascismo es uno de los fenómenos más notoriamente cínicos de la política española de los últimos lustros. Uno no necesita memoria de elefante para recordar que fue Pedro Sánchez quien, en las elecciones generales del 23-A y del 10-N en 2019, hizo todo lo posible para que VOX participara en los debates de Televisión Española, en el primer caso cuando los ultraderechistas sólo tenían una presencia relevante en el Parlamento de Andalucía (la Junta Electoral no se lo permitió, pero el líder del PSOE consiguió que, mediante una fórmula escasamente democrática, Atresmedia accediera a un formato de debate que Sánchez sólo perseguía con el ánimo de desgastar al PP, haciendo gala de una irresponsabilidad inaudita y condenada por la mayoría de sus colegas del resto de Europa). Pero no debemos ir tan lejos; hace días Sánchez advertía en un mitin electoral el peligro “de acostumbrarse a la ultraderecha como algo normal”, pero, cuando VOX salvó hace tres meses con su abstención el decreto de los fondos europeos del PSOE, fue el mismo Sánchez quien dijo a Abascal: “en algunos momentos de destello, usted demuestra más responsabilidad de país y más sentido de estado que el líder de la oposición”.

Cuando el PSOE necesitaba a VOX, ni Abascal ni sus adláteres eran los maléficos enemigos de la democracia contra los que ahora nos quiere salvar Supersánchez: de hecho, aquí en Catalunya ya recordamos cómo un tal Salvador Efecto Illa no parecía tener ningún problema en incluir a VOX en  la mesa del Parlament. Quien ha embutido la ultraderecha, en definitiva, ha sido uno de los políticos más irresponsables de Europa y su corte de plañideras.

Quien ha embutido la ultraderecha, en definitiva, ha sido uno de los políticos más irresponsables de Europa y su corte de plañideras

Pero todo esto, por importancia que tenga, es sólo uno de los muchos resultados que vive la procesización de Madrid, una creación de bloques políticos estancos que Isabel Díaz Ayuso ha conseguido convertir con mucha picardía en un plebiscito electoral. Por poco que uno se fije, la política madrileña se ha convertido en una copia barata del pujolismo en su pretensión de pintar la capital de España como un lugar singular donde la libertad individual y de negocio son sacrosantas (por mucho que esta libertad se funde en pillar una buena cogorza saltándose el toque de queda en tiempos pandémicos) y también un calco del masismo con sus eslóganes plebiscitarios del tipo “comunismo o libertad”. Como decía al inicio, Madrid siempre regurgita los debates políticos catalanes con una simpática gracia para denigrarlos.

Un gupo de jóvenes hacen campaña a favor de Podemos. ©Twitter Podemos Madrid.
Un gupo de jóvenes hacen campaña a favor de Podemos. ©Twitter Podemos Madrid.

Aunque parezca risible, la máquina del PP y la factoría propagandística del aznarista Miguel Ángel Rodríguez han copypasteado con todo detalle la dinámica del procés a base de enorgullecer a los madrileños con un afán libertario que nos puede parecer risible, pero que tiene muchos números para acercarse a la mayoría absoluta. De la misma forma que los líderes soberanistas traficaron con las ilusiones del pueblo antes del 1-O, tramando a regañadientes un referéndum que nunca quisieron aplicar con todas las consecuencias, Ayuso ha abanderado un proceso de liberalismo cañí que pretende pintar la capital española como uno de los pocos lugares donde la democracia funciona de verdad. No es extraño que, en una entrevista reciente en La Vanguardia, la presidenta en funciones declarara que “la gente viene a Madrid para ser libre, también desde Catalunya.” Por cínico y tronchante que parezca, Ayuso anhela una república indepe de Madrid y su campaña es un ejercicio calculado de hinchar el ego de sus electores con un calco de lo que Pujol llamaba “hecho diferencial”. Poco importa que este liberalismo sea falso y patrocinado por el IBEX y el BOE; lo que cuenta es sumar votos.

La operación Madrid is different no ha tintado sólo la derecha de la capital. El triste, pobre y desdichado Ángel Gabilondo ha contrarrestado el regionalismo pujolista de Ayuso hartándose de decir, como los antiguos opositores del PSC a Pujol, que Madrid debe ser una tierra de acogida y que todo este rollo del discurso identitario está demodé (realmente, mi colega filósofo hace mucho que lee demasiado periodicuchos e informes parlamentarios como para ocuparse de cómo está realmente el mundo). Pero el efecto república independiente también ha contagiado a Iglesias; emulando Carles Puigdemont, el líder de Podemos abandonó el Gobierno de España para volver a su tierra natal (que es, de hecho, el espacio donde Podemos se originó durante el 15-M) con una poco disimulada retórica cursi de hijo pródigo. Todo quisque se sorprendió cuando un vicepresidente de España renunció a un altísimo cargo para acabar como un simple diputado regional, pero el movimiento tiene una lógica muy sencilla. Atrapado por Ayuso y su fuerza, Iglesias ha acabado prefiriendo ser un enano político en la futura república de Madrid que un mero funcionario del Gobierno, una trona por la que, recordémoslo, el chaval provocó nada menos que una repetición electoral.

Ayuso anhela una república indepe de Madrid y su campaña es un ejercicio calculado de hinchar el ego de sus electores con un calco de lo que Pujol llamaba “hecho diferencial”

Seguro que los lectores de mi amado Post tendrán la tentación de pensar que una política con tantas pocas luces como Díaz Ayuso, sobre la que se han vertido toneladas de chistes (la mayoría, desde luego totalmente merecidos e incluso provocados por sus speechwriters) no puede encarnar un movimiento político como el que describo. Para abandonar este prejuicio basta echar un vistazo a la historia para ver cómo las grandes placas tectónicas y los terremotos políticos han sido muchas veces protagonizados por hombres y mujeres por los que ni dios hubiera dado medio duro. España es un ejemplo perfecto, con el chisgarabís Adolfo Suárez y el campechano Juan Carlos I liderando una transición política que el misticismo historiográfico castizo ha convertido en modélica pero que todavía guarda muchísimas sombras. No hay que ser gemelo de Churchill, en definitiva, para acercarse al carro de los tsunamis y aprovecharlos por el propio beneficio: Artur Mas, Puigdemont y Junqueras lo intentaron con el independentismo hasta que la fuerza del 1-O desbordó sus ansias de pactar con España, una táctica que no sólo se demostró equívoca sino, visto está, claramente contraproducente.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, en un acto de campaña. ©PP Madrid
La presidenta de la Comunidad de Madrid, en un acto de campaña. ©PP Madrid

Díaz Ayuso ha inventado el anhelo de república independiente de Madrid para salvar lo que queda de la turbo-economía de la capital, ganarse el favor de sus élites y hacer creer a sus electores que algo tan serio como la libertad consiste en pimplarse una cervecita cuando te plazca. Este nacionalismo de mínimos puede parecer risible, insisto, pero no es nada difícil comprobar cómo a la mayoría de políticos (¡y periodistas!) catalanes les ha cogido un repentino  ataque de envidia y no paran de vivir más que atentos a las elecciones de la capital del reino como si el próximo martes se dirimiera el juicio final.

Lo que no han anticipado ninguno de ellos, ni los procesistas catalanes ni los madrileños, es que la bancarrota del estado español, que aumentará cuando termine la pandemia, no es un hecho momentáneo y que en Catalunya todavía hay muchos ciudadanos, como el autor de esta vuestra querida Punyalada, para quien el 1-O no es sólo una fecha nostálgica para comentar con los colegas entre lágrimas ni un ejemplo más de la política simbólica que tanto gusta a los caraduras que nos lideran. Dejemos, pues, que en Madrid y en las tertulias de nuestra tribu se entretengan con las elecciones de Ayuso, que nosotros aprovecharemos el sainete para ir labrando el futuro del país.

The party, my friends, is not over.