¿La gran fiesta del libro en catalán?

Este año he ido varias veces a la Setmana del Llibre en Català como lector y, este sábado, lo haré como escritor. Maravillan las 300 paradas de libros en catalán; las presentaciones y mesas redondas de escritores de todo tipo, también de aquellos que quizás pasan a tu lado y no conoces, pero que escriben libros además de firmarlos; me han sorprendido positivamente los concurridos espectáculos literarios para el público infantil, alejado de las pantallas durante un rato, y he celebrado, especialmente, la ausencia casi absoluta de turistas y expatriados, que ya sabemos que lo del catalán no les interesa lo más mínimo. ¡Qué ambiente tan diferente del que se respira en el multitudinario Sant Jordi, nuestro Oktoberfest, sin cerveza, nuestra Feria de Abril, sin rebujito!

Aunque, en clave personal, la Setmana del Llibre en Català me parezca un escenario mucho más propicio para hablar y oír hablar de libros que el agobiante Sant Jordi, debemos reconocer que, tras una trayectoria de más de cuatro décadas y un meritorio crecimiento sostenido, la Setmana no deja de ser una feria pequeña y modesta. Seguramente, porque los lectores y más los lectores en catalán somos poquitos, digámoslo claro. En esto, la Setmana ofrece una fotografía bastante precisa de la cosa. El propio Ilya Pérdigo, presidente de la Asociació d’Editors en Llengua Catalana, ha explicado que uno de los retos principales del sector del libro en catalán debe ser justamente ganar lectores. Es cierto que ya disponemos de un Pla Nacional del Llibre i la Lectura de Catalunya y me consta que, bajo este paraguas, se está haciendo un buen trabajo, pero no sé si con esto será suficiente.

Que la Setmana del Llibre en Català, con sus 60.000 asistentes y un volumen de negocio de poco más de medio millón de euros, sea “la gran fiesta del libro en catalán” de un país de ocho millones de habitantes (más de diez, si contamos el dominio lingüístico en su conjunto) no es para descorchar botellas de cava, precisamente. Me temo que la mera existencia de la Setmana es una muestra evidente de nuestra debilidad. No me imagino una semana del libro en castellano, francés o inglés. Sencillamente, porque en esas tierras no la necesitan. En Madrid, celebran la Feria del Libro y ya se entiende que el idioma de prácticamente todos los libros que se venden, presentan y dedican es el castellano. Imagino que sucederá lo mismo en Francia o Inglaterra. En este sentido, creo que la Setmana del Llibre en Català no es principalmente una fiesta, que también, sino un acto de resistencia, de reivindicación. Y aquí y en la China Popular que decía aquél, quien se ve abocado a resistir y reivindicarse es el débil, el que se siente amenazado, el que corre peligro y debe defenderse para tratar de sobrevivir.

Se me ocurre que la Setmana podría extenderse por todo el territorio, por las escuelas, los institutos y las universidades, por las plazas de los pueblos y ciudades, por las bibliotecas, por las librerías. Pero sin perder de vista que Barcelona debería desempeñar más decididamente el papel que le corresponde como capital de este país catalán intangible, sin fronteras, rico en historia y diversos acentos, porque existe entre las páginas de los libros de quienes leemos y escribimos en catalán, vivamos en la calle Enric Granados, en El Pont de Suert, en Alicante, en Alcudia, en Perpiñán, en Hong Kong o en Bogotá. Esto sí que sería una fiesta.

De momento, vayamos todos a la Setmana, porque es un poco nuestra casa, porque, en definitiva, el catalán es casa.