Por un Orgullo incómodo

Hace cuarenta y seis años, más de cinco mil personas desfilaron por las Ramblas de Barcelona, convocadas por el Front d’Alliberament Gai de Catalunya, para pedir la retirada de la Ley de Peligrosidad Social. El lema de aquella primera manifestación del Orgullo que se organizaba en todo el Estado era “nosaltres no tenim por, nosaltres som” (“nosotros no tenemos miedo, nosotros somos”). Por primera vez, el colectivo LGBT salía de la clandestinidad y ocupaba el espacio público para reivindicar sus derechos. Pese a que la policía reprimió duramente la protesta y que, por supuesto, no todo el mundo veía con buenos ojos que aquella pandilla de “vagos y maleantes” desfilaran por el centro de la ciudad, ese primer gran acto de visibilidad LGBT marcó un antes y un después para el colectivo.

Si la historia contemporánea de Barcelona tuviera que contarse con unas cuantas fotografías, no me cabe duda de que una de estas imágenes sería la que hizo la gran Isabel Steva, conocida artísticamente como Colita, en la histórica manifestación de aquel 26 de junio de 1977. En primer término, aparece un grupo de valientes mujeres transexuales con el brazo en alto y la convicción dibujada en el rostro. Son la encarnación de la pancarta que aparece detrás suyo, ese “nosaltres no tenim por, nosaltres som” (“nosotros no tenemos miedo, nosotros somos”).

Estamos donde estamos y hemos logrado todo lo que hemos logrado, sobre todo, gracias a ellas y a ellos. Gracias a las lesbianas, gais, bisexuales y transexuales que hace casi medio siglo vencieron el miedo y salieron a la calle para proclamar a los cuatro vientos: somos como somos, nos sentimos orgullosos de serlo y exigimos que se respeten nuestros derechos. Gracias a todos los que, pese a las palizas, los insultos, el desprecio, las burlas, la incomprensión y las represalias fueron saliendo año tras año a la calle para obligar a la sociedad a vernos y respetarnos. A pesar de que esta no quisiera. Porque con lo de “soy gay, pero no tengo por qué ir contándolo a todo el mundo”, “nadie tiene porqué saber con quien me acuesto” o “soy lesbiana, pero no me gusta alardear de ello” no habríamos ido a ninguna parte. Hemos avanzado incomodando, haríamos bien en recordarlo. 

El Orgullo del “ni un papel en el suelo”, del “Love is Love” o del pinkwashing de empresas e instituciones no molesta a nadie, porque no cuestiona nada y, tal y como están las cosas (aumento de las agresiones LGTBIfóbicas, entrada de la extrema derecha en algunos gobiernos locales y autonómicos…), seguimos necesitando un Orgullo incómodo. Sobre todo, porque a determinadas personas, hagamos lo que hagamos, nuestra mera existencia ya les incomoda.