Hace treinta años, cuando se inauguró el Museo Egipcio de Barcelona, se abrió una nueva ventana al mundo. Hay espacios e instituciones que nos amplían las perspectivas, que nos enseñan, nos hacen crecer y, a menudo, nos permiten mirar más allá de nuestra realidad, de esa cotidianidad que frecuentemente nos aleja del mundo real, aquel que se encuentra más allá de donde acaba el nuestro.
En 1994 se inauguró el primer Museo Egipcio de Barcelona en la Rambla de Catalunya, donde se exponía una colección de 250 piezas. Un museo que nació desde la sociedad civil, por iniciativa personal de su fundador, Jordi Clos Llombart, quien no dudó en compartir su pasión con los barceloneses.
Cuando era muy muy joven, casi un niño, tuvo que elegir entre la arqueología y la empresa, y decidió ser empresario. Sin embargo, nunca olvidó su sueño de ser arqueólogo, y así fue como decidió abrir un museo de arqueología egipcia en su ciudad, Barcelona.
Actualmente, el Museo Egipcio expone una colección de más de 1.260 piezas y recibe una media anual de más de 220.000 visitantes, de los cuales destacan 35.000 menores. En estos treinta años, el museo ha organizado 94 exposiciones itinerantes en diferentes sedes de España, Portugal, Andorra, Colombia o China. Estas colaboraciones entre instituciones han contribuido a proyectar, desde la cultura, la ciudad de Barcelona hacia otros países.
En estas tres décadas, el museo, como agente cultural de la ciudad, ha acogido a un gran número de barceloneses que han vivido algún tipo de experiencia en él.
Por las mañanas, el museo se llena de colegios; por las tardes, llegan los adultos, barceloneses o visitantes de lugares mucho más lejanos, algunos incluso de Olot, para aprender nuevos contenidos sobre historia, arqueología o lengua egipcia. Es bonito ver a esta comunidad de personas que terminan su jornada en las aulas del museo a puerta cerrada. Se reúnen para mirar más allá de su rutina, para intentar comprender mejor el mundo actual o el pasado, y para disfrutar de aquello que quedó pendiente: estudios o asignaturas que no pudieron cursar. Otros, más jóvenes, acuden para complementar sus estudios universitarios. Todos ellos son los mejores alumnos que una institución puede tener: entusiastas, apasionados, serenos. Para ellos se abre una ventana que estaba cerrada cuando eran más jóvenes: médicas, contables, ingenieros, bibliotecarias, profesionales de diversas disciplinas… personas que no pudieron estudiar arqueología, pero que son apasionadas de la cultura faraónica.
“El museo ha situado a Barcelona en el mapa egiptológico”
El museo y los cientos de actividades que se organizan anualmente tienen la capacidad de dar a conocer otras realidades que existieron y que no volverán a existir. Pero que nos dejaron una fuerte huella cultural de la cual, hoy en día, no somos completamente conscientes. Cuando tomas conciencia del impacto social que tiene una institución como la nuestra, con una sólida vocación académica y un espíritu de renovación constante, comprendes la capacidad que tiene un museo para crear vocaciones o transformar a las personas. El museo es un punto de encuentro entre los diferentes profesionales del sector, educadores (todos licenciados en Historia o Arqueología), profesores, usuarios y visitantes.
En el último estudio de impacto social realizado por el museo se ha constatado que los niños y niñas entrevistados han aumentado su predisposición a leer, a aprender sobre otras culturas, han ganado en confianza en sí mismos y tienen ganas de viajar a otros países para conocer otras culturas. Muchos de los adultos entrevistados, en cambio, destacan que el museo ha situado a Barcelona en el mapa egiptológico, enriqueciendo la oferta cultural de nuestra ciudad.
Cada vez que se cierra un museo se cierra una ventana al mundo, y cada vez que se abre uno nuevo crece el conocimiento de este.