exposición ‘Quina humanitat? MNAC
Dos obras de Mercè Rodoreda en la exposición ‘Quina humanitat?', en el MNAC. ©Pere Francesch/ACN

Inhumano, demasiado inhumano

El MNAC y su conservador Àlex Mitrani nos han regalado una pequeña obra maestra de exposición sobre la (in)humanidad

Se ha escrito mucha poesía después de Auschwitz (de hecho, más versos que nunca) y el hombre ha sobrevivido prácticamente ileso a las heridas más abyectas que ha causado su propia crueldad. Narcisistas de nosotros, creemos vivir en una época de colapso –motivos no nos faltan, como la crisis climática o el retorno fantasmagórico del genocidio en Ucrania y Gaza–, pero a menudo olvidamos que la humanidad ha sufrido cataclismos históricos que superan con creces un presente, el nuestro, que todavía tiene altísimas dosis de confortabilidad. Sea justo o no nuestro temor, la aparente crueldad de este tiempo delirante nos obliga a repensar lo que los filósofos afectados llaman “la condición humana”, que no es otra cosa que pelearse con la contingencia individual desde lo que sentimos inhumano. Por toda esta tabarra metafísica, la exposición Quina humanitat? resulta una noticia de altísima trascendencia.

Pido a los museos y a sus iniciativas –exactamente como lo hago con los libros y las personas en general– que me obliguen a pensar y, a ser posible, a reflexionar sobre las ideas que me generan más incomodidad. Esta muestra de arte del MNAC lo consigue y hay que decir de entrada que estamos ante una exposición de primer mundo y que la meta es mérito principal de su comisario, Àlex Mitrani. Nuestro historiador del arte, conservador de la sectorial moderna en el museo, ha ideado una sinfonía de obras espléndida que va de la posterioridad de nuestra Guerra (in)Civil y la carnicería de los años cuarenta a la digestión de las respectivas tragedias, cuatro lustros después. En resumen: Mitrani ha perpetrado una tarea ejemplar, que podría mostrarse orgullosa en cualquier sala de los mejores museos del planeta y, a su vez, que sitúa al arte catalán al mismo nivel pensamental-estético de su contemporaneidad.

El paseo por lo inhumano comienza desde el punto más capilar en la representación de la figura del ser post-apocalíptico (el visitante podrá descubrir que la novelista más ilustre de nuestra historia también dominaba el pincel a las mil maravillas) para seguir adentrándose en la reproducción cruda del desastre a través de los niños anónimos de Cuixart, los bellísimos caparazones muertos de Pere Gastó y el escalofrío de los zombis moribundos, abrazados entre la tiniebla, de Armand Cardona. Pocas veces la letra ene del MNAC se había justificado con tanta fuerza, ya que Quina humanitat? descubrirá la inmensa destreza pictórica de artistas de nuestros países que son desconocidos por la mayoría de los habitantes de la tribu (creadores espléndidos que, insisto, se sitúan al mismo nivel de obras maestras ignotas como el Execució amb noi de Andrej Wróblewski, un óleo sobre tela que hiela la sangre).

Mitrani ha perpetrado una tarea ejemplar, que podría mostrarse orgullosa en cualquier sala de los mejores museos del planeta y, a su vez, que sitúa al arte catalán al mismo nivel pensamental-estético de su contemporaneidad

La versión más radicalmente bestia del camino alcanza las formas nudamente explícitas de la monstruosidad humana. Mitrani religa muy bien la imagen del hombre sacrificado por los suyos en la crucifixión del Nazareno (la pista es obvia en la cita inicial de Joan Sales que nos lleva a Incerta Glòria, pero también, que somos gente leída, a la obra de Kazantzakis). Será quizá el tramo del camino que más impresione al visitante, pero yo aplaudo justamente su reverso posterior, donde nuestro guía nos sitúa ante las obras que vuelven a imaginar la figura humana cuando se ha agotado el llanto y al individuo sólo le queda el exilio. Aquí se imponen, faltaría más, los prisioneros infectos de nuestro genio Ponç y las preciosas familias desencantadas de Guinovart (aunque a servidora, de alma demasiado sentimental, le golpearon aún más el Silencio de la alicantina Juana Francés, L’Estació del tortosino Guansé y el Filòsof de Narotzky).

Quién sabe si, todavía golpeado por la inhumanidad de este camino y tanta dosis de dolor, la coda expositiva con la esperanza mironiana y el escapismo de los años sesenta, me pareció un añadido innecesario a la muestra, aunque entiendo perfectamente que tras un combate de boxeo alguien pueda necesitar un poquito de agua. Pero bueno, todo esto da igual, porque lo importante del caso es reclamarles que procedan a correr al MNAC para disfrutar de una exposición que, de estar en las salas del MOMA, provocaría un auténtico éxodo de esnobs hacia Manhattan. No hace falta, créanme; basta con subir cuatro escaleras y precipitarse a las salas de un museo donde Pepe Serra y compañía están haciendo las cosas muy bien (ya me gustaría que los equipamientos musicales del país tuvieran la mitad de ambición artística y compromiso con el patrimonio catalán que tiene el MNAC, pero ya tal). Adéntrense, pues, en el reino de lo inhumano.

Y, puesto que estamos, una pequeña coda. El MNAC no necesita ningún apóstol que lo refunde ni lo repiense. Básicamente, pide más recursos y que se tenga la bondad de dejar trabajar a la gente que ya curra en paz y tranquilidad. Quedamos entendidos, supongo.

‘Quina humanitat?, en el MNAC
‘Els vençuts’, de Marc Aleu, en la exposición ‘Quina humanitat?’, que puede verse en el MNAC hasta el 11 de enero. ©Pere Francesch ACN
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