Concierto en el Palau de la Música
Concierto en el Palau de la Música con el director Philippe Herreweghe. © Toni Bofill
LA PUNYALADA

Historia de un concierto accidentado

A menudo, las catástrofes que pueden arruinar una velada musical son las que la convierten en inolvidable

La mayoría de conciertos de música culta que es fan i es desfan en Occidente comparten un rasgo común: la predictibilidad. En efecto, ya sea porque nuestras salas programan y regurgitan a lo sumo un 5% de la tradición sonora (en otras palabras; escuchamos las mismas obras repetidas hasta la náusea) o porque, de no conocer un programa determinado, acudimos a un auditorio porque adoramos el intérprete en cuestión, el oyente de lo que mal llamamos la clásica sufre del mal de la repetición. Sé que el lector o el intérprete, igualmente previsibles, aducirán que cada concierto resulta una experiencia distinta y que no hay idéntica velada. Pero, si nos deshacemos de mandangas, hay que admitir que la mayoría de melómanos todavía sufrimos la escucha reificada de la que hablaba el filósofo Adorno: lejos de querer sorprendernos, nos precipitamos a concierto para escuchar lo que ya conocemos o, en todo caso, para contrastarlo con nuestra versión favorita.

Toda esta metafísica de tres al cuarto viene a cuento por el concierto que tuvo lugar el pasado jueves en el Palau de la Música, un nuevo must del ciclo Palau 100 protagonizado por el director belga Philippe Herreweghe, ll Orchestre des Champs Élysées, el Collegium Vocale Gent y el pianista Kristian Bezuidenhout, interpretando un programa beethoveniano con el cuarto concierto y la Misa en Do mayor, op. 86. Me di cuenta de que esta sería una performance particular cuando, a pocos minutos de iniciarse todo el embrollo, el hall del Palau de la Música todavía estaba muy lleno de gente; una conciudadana me informó de que el concierto se retrasaría unos minutos porque algunos miembros de la orquesta habían llegado tarde de París. Media hora después, ya dentro de la sala, un responsable del Palau (¿¡por qué no su director artístico!?) nos informó de que la cosa era más grave: quince músicos de la formación no habían podido salir de París por un temporal de nieve.

¡Pero la cosa no acabó aquí! Lejos de cancelar el concierto, los responsables artísticos de la sala decidieron realizar una pirueta contorsionista casi imposible: Bezuidenhout interpretaría solo una primera parte en el pianoforte, con piezas de Schubert y Beethoven, y en la segunda parte la orquesta tocaría sólo cuatro movimientos de la misa en cuestión, supliendo a los músicos ausentes con artistas de nuestro país que se habían presentado en el Palau ¡ese mismo día! Algunos de mis compañeros de platea fruncieron la nariz (lo entiendo, cuando uno paga por escuchar un programa determinado puede exigir respecto a lo establecido), pero a mí el experimento me pareció extraordinario y quiero poner en valor la pericia del Palau al tirar pa’lante la velada: porque al final lo más importante, y perdonadme la cursilería, es que la música no pare, aunque sea a trompicones. Como recuerda Quimi Portet, apologeta de nuestro estoicismo sonoro nacional, “si plou, ho farem al pavelló”.

Es evidente que un concierto que hubiese hecho justicia a su programa habría alcanzado mayores cotas de belleza. Pero este imprevisto aeroportuario nos regaló una deliciosa velada llena de contingencias. Hasta ahora, conocíamos el talento inmenso del pianista Bezuidenhout, pero desde el otro día ya lo podemos considerar un artista mayúsculo; porque, para decirlo en términos técnicos, es necesario tener un buen par de cojones para presentarse solo ante un público como el del jueves, notoriamente molesto por los cambios, adaptarse a un programa de piezas de enorme exigencia, y conseguir captar la atención de todos con instantes de silencio excelsos. Kristian, my respect, y más aún si a parte de la dificultad del cambio, Bezuidenhout tuvo que mantener la concentración debido a las habituales interferencias en forma de trastos telefónicos y… ¡al desdichado desmayo de una conciudadana en los palcos de platea!

Esperamos que la señora en cuestión se haya recuperado. En cuanto a la misa posterior, resulta una lata tener que descabezar el discurso natural de una pieza tan bien urdida por el compositor de Bonn. Pero la contingencia climática demostró algo muy importante; a saber, que nuestros músicos pueden enfrentarse a una partitura compleja prácticamente a vista. Cuando Herreweghe les agradeció la disponibilidad de venir a tocar con ellos, el Palau irrumpió en una gran ovación; esto no es producto de nuestro espantoso chovinismo nacional, sino de un público que necesita estar orgulloso de sus músicos y que, si se les programase como dios manda, podría apreciarlos tanto o más que a las superstars de Palau 100. De hecho, puestos a dar el concierto más punki, yo de Herre habría cometido la temeridad de interpretar toda la misa; aquella, ya sabíamos, no era una noche por la perfección, sino de pura supervivencia.

Muchos melómanos, insisto, pensaron que el Palau hubiera hecho mejor cancelando el concierto… y santas pascuas. Por el contrario, yo aplaudo a sus responsables por haberse cascado este show must go on, porque de conciertos memorables por su predictibilidad ya tenemos la memoria del tímpano bien llena. Quizás no escuchamos lo que ya conocíamos, ni con la perfección de una grabación: pero vivimos una gran excepción en nuestra aburridísima condición de melómanos, y se llama imprevisibilidad. Bienaventurada sea, os lo aseguro, y ojalá la vivamos más veces.

El pianista Kristian Bezuidenhout.
El pianista Kristian Bezuidenhout en el Palau. © Toni Bofill
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