David Hockney (Bradford, 1937) no es excéntrico ni discreto. Bajo una pose de británico apacible hay un hombre que ha creado un estilo propio construido a base de pintar con mucho color y mucha luz. De hecho, explica que se marchó a vivir a California precisamente por su luz y que si volvió más tarde a Europa (Normandía) fue por el mismo motivo.
Mientras algunos artistas han sentido la necesidad de escoger entre la comedia o la tragedia, Hockney, celebra el equilibrio entre estos dos elementos que coexisten en la vida. Es un hombre de contrastes. Se escapa de Los Ángeles por el humo, pero una vez en Francia le hace contento descubrir que es una sociedad más fumadora que la americana. Celebra la vida bohemia, pero reconoce que sus incomodidades la hacen impracticable. Es sociable y por su estudio desfilan decenas de personas cada año, pero es con compañía de sus perros donde se encuentra mejor.
Hockney es un hombre difícil de encasillar.
Sí que hay, sin embargo, algunas constantes en sus obras. El color y la capacidad de innovación son dos de las más destacables.
Sobre la primera, es una forma especial de tratar el color lo que une su etapa más urbanita y su etapa más campestre haciendo reconocible su obra. Retratos, paisajes, arquitecturas… todos son fácilmente reconocibles. El libro que publicaron con el crítico de arte Martin Gayford lo titularon Spring cannot be cancelled (Thames and Hudson, 2021), un manifiesto a favor del color y la vitalidad que acompaña a la primavera.
Sin embargo, es la segunda constante —su vocación de innovar— lo que motiva este texto.
A lo largo de su carrera ha utilizado distintos soportes para la creación. En los años sesenta empezó a usar la fotografía, pero no es hasta principios de los ochenta que desborda el potencial de esta disciplina con los joiners. La práctica consistía en fotografiar desde distintos ángulos a una persona, un espacio, un paisaje… cualquier escena costumbrista. Una vez reveladas las fotografías creaba un collage. El resultado final es una composición, de inspiración cubista, que permitía al espectador ver distintos ángulos de una misma cosa en una sola fotografía. Forzando la perspectiva regalaba al espectador más información sobre lo fotografiado de lo que podía ofrecer con una fotografía convencional o incluso con una mirada real. Las aplicaciones prácticas de esta técnica han desbordado los límites del arte y se ha usado en otras disciplinas. En nuestro país, por ejemplo, el arquitecto Enric Miralles utilizó un recurso similar para recopilar información sobre terrenos o edificios.
Volviendo a Hockney, con los años no ha tenido miedo ni a investigar ni a explorar nuevas técnicas. Ha pasado por el Photoshop, por el escaneo en 3D, ha pintado con un iPad… Pero ahora, a sus ochenta y seis años vuelve a doblar la apuesta.
El pasado 2023 se estrenó David Hockney: Bigger & Closer (not smaller & further away), en el Lightroom (Londres). El Lightroom es una sala inmersiva como tantas que en los últimos años han ido apareciendo en diferentes ciudades del mundo y que han llegado para quedarse. Salas grandes, con pantallas por paredes que permiten al espectador introducirse en una experiencia impensable hace pocos años. En casa tenemos la suerte de contar con el centro IDEAL.
Desde hace unos años, se han popularizado en este formato las proyecciones audiovisuales con vocación divulgativa sobre artistas. Hemos visto algunas sobre Van Gogh, Monet, Dalí… El formato permite al espectador entrar en el universo del autor, entender las particularidades de su obra, conocer al personaje sin la necesidad de ver una pieza original. Es el documental llevado en un nivel superior.
Sin embargo, estas salas permiten ir más lejos. Más allá de esta función divulgativa abren la puerta a nuevas formas de creación. Justamente la sala IDEAL programó con el festival Sonar un espectáculo que llevaba por nombre Koraal-Magma. La fusión entre un músico, John Talabot, y el estudio de videoarte Desilence generaba una pieza-performance artística que envolvía a los espectadores. Aquello no era divulgación, era arte.
No es que las proyecciones monográficas sobre Dalí, o Van Gogh no sean arte, lo son, como lo es un documental. Pero son proyecciones sobre un tercero que en los casos citados ya no puede firmar la creación por motivos evidentes.
Y ahí es donde Hockney juega fuerte. El autor es el primer gran artista vivo que firma una experiencia inmersiva propia donde conviven la divulgación y la creación de obra nueva hecha por espacios inmersivos.
La proyección dura unos 50 minutos. En la parte divulgativa se pueden ver, entre otras, adaptaciones a este nuevo formato de los decorados para ópera realizados por el artista a lo largo de los años. La Flauta mágica, Tristán e Isolda, Turandot… proyectados a los seis lados del cubo. Explicaciones sobre cuestiones técnicas como el uso de la perspectiva desarrollado por Brunelleschi, el color, la luz…
Pero lo que da estatus de obra de arte hockneriana a la exposición es la creación y la experimentación que comparte el autor.
Durante su etapa en California, Hockney popularizó entre los suyos lo que se acabó conociendo como Wagner Drives. La performance empezaba una hora antes de la puesta de sol. Citaba a los amigos en Malibú y allí empezaba el trayecto por la carretera que cruza la montaña. Mientras subían, en el coche sonaba la banda sonora de West Side Story, pero una vez arriba empezaba el espectáculo. Hockney tenía estudiado que si iniciaba la ruta a un momento del día concreto y sincronizaba las curvas, la velocidad y la música de Wagner creaba una performance romántica única e irrepetible. A pesar de que se popularizaron estas performances hockneryanes sólo unos pocos pudieron subirse al coche del artista para vivirlo en primera persona.
En alguno de sus viajes, sin embargo, el artista grabó desde diferentes ángulos el recorrido y convirtió esta performance en una pieza de videoarte. Faltaba sólo un espacio digno para reproducir en bucle una pieza como aquella y el Lightroom debió de serlo. Sin moverse del centro de Londres uno puede subir a los asientos traseros del mini de Hockney mientras escucha los comentarios que el artista había reservado hasta entonces por sus performances más íntimas. Una pieza de videoarte by Hockney en una exposición de y para Hockney.
Hay también nuevas perspectivas. El artista graba la pantalla de su iPad mientras dibuja para más tarde reproducirlo en las pantallas. De esta manera el espectador puede ver el proceso de creación “desde” de dentro” de la misma pieza y acompañar a Hockney todo el proceso hasta la pieza final que engorda la colección de Hockneys digitales. Desde hace unos años utiliza sus iPads para sus creaciones que son visitables en su sitio web. En esa experiencia el artista graba la pantalla de su iPad mientras trabaja. Así, el espectador no sólo ve la pieza final, ve también todo el proceso de creación acompañado de las explicaciones pertinentes con la voz en off del artista.
A Bigger Splash seguirá colgado en las paredes blancas de la Tate Britain y esto que no nos lo quite nadie. Pero es innegable que el británico de Los Ángeles que vive en Normandía, como se describe él mismo, hace saltar costuras. Hace saltar las costuras del arte, de la divulgación, del museo… y con esta instalación ha sumado su creación al proceso de transformación en el que muchos museos e instituciones culturales están inmersos.