¿The Last Days of Disco?

En 1998 se estrenó con gran éxito The Last Days Of Disco, una película de Whit Stillman ambientada en la Nueva York de principios de los 80 que retrata el final de la época dorada de las discotecas, así como el paso a la edad adulta de sus sofisticados protagonistas, un grupo de jóvenes que estudia y trabaja de día, y se pasa las noches bailando en la selecta pista de El Club, en pleno Manhattan. Tratándose de uno de los filmes antológicos sobre la cultura de club y la música de baile, la banda sonora de The Last Days Of Disco es lógicamente sensacional: I’m Coming Out de Diana Ross, Everybody Dance de Chic o, por supuesto, I Love the Nightlife de Alicia Bridges, entre otros.

Vi The Last Days Of Disco hace algunos años y me encantó. Como también Saturday Night Fever o la más reciente Studio 54. Con estas pelis me pasa algo curioso; me provocan una cierta nostalgia de una época dorada que nunca viví ni de lejos, puesto que crecí unos años después y además lo hice en las antípodas de este mundo de magia, lentejuelas y brillantina, sofisticación y libertad sexual. A mí, me tocó vivir la adolescencia y primera juventud en un entorno en el que nadie quería parecerse a Tony Manero –ya no digamos a Boy George–. Imperaba la estética punk, los jerséis de paleta –los llamaban así–, las Dr. Martens con puntera de acero, las birras y el calimocho. Más que cantar, las canciones se gritaban –Kortatu, Barricada, Soziedad Alkohólika, Eskorbuto– y la pista de baile parecía un campo de batalla –nunca entendí que aquello que llamaban ska fuera una forma de bailar–. En fin, traumas que afortunadamente hace años superé a base de cosmopolitans, discos de Madonna y noches memorables en las discotecas del Gaixample.

Vuelvo a The Last Days of Disco porque me estoy yendo por las ramas. Su director, Stillman –que, por cierto, vivió una temporada en Barcelona y en 1994 dirigió una película que justamente lleva por nombre Barcelona y que aún no he visto– también publicó una novela basándose en los personajes de su célebre película. La he leído este verano. Originalmente, también se llama The Last Days of Disco, aunque la edición en catalán lleva por título –poco acertado, a mi juicio–Còctels i Caviar (Edicions 62, 2001). Admito que ha sido bastante doloroso leer esta novela cuando hace meses y meses que no piso una pista de baile a raíz de la pandemia. De hecho, salvando las distancias, me he sentido bastante identificado con unos personajes que a medida que avanza la historia van tomando conciencia de que se les acaban las grandes noches de fiesta. Sus discotecas van cerrando la persiana y las nuestras no sabemos cuando la podrán volver a levantar.

Admito que ha sido bastante doloroso leer esta novela cuando hace meses y meses que no piso una pista de baile a raíz de la pandemia

En este contexto de ocio nocturno prácticamente cerrado, recuerdo que, a primeros de verano, muchos jóvenes con la lógica prisa por comerse el mundo (viajes de fin de curso, festivales de música…) se impacientaban porque la vacunación aún no llegaba a su franja de edad. Recuerdo que se hizo famosa una joven de Avilés –claro exponente de la generación mejor preparada de la historia– que, convencida de estar diciendo una obviedad, manifestó a un diario: “Después de vacunarse las personas mayores, deberíamos haber ido nosotros. Queremos hacer cosas. No saldrán los de 40, ¿no?”. Como si los de más de cuarenta no quisiéramos hacer cosas. Como si esto de salir ya no fuera para nosotros. Como si nuestros días de discoteca ya hubieran terminado para siempre. Me dieron ganas de contestarle, vía Twitter, en seguida vi que muchos de mis coetáneos hacía horas que tuiteaban su indignación y que, por lo tanto, nuestro derecho a la noche ya había quedado perfectamente defendido.