“Debía de tener unos siete u ocho años, y mientras mi madre se probaba sus vestidos de alta costura yo me entretenía recogiendo los alfileres que se habían caído en los probadores con un imán en forma de herradura…». Este es uno de los primeros recuerdos que Luis Sans conserva de Santa Eulalia. En cualquier otro, el juego infantil de atraer la suerte de las agujas hubiera servido para presagiar una vida de éxito entre costuras, pero en el caso del actual propietario y presidente de la casa de moda de lujo barcelonesa su carrera profesional estaba ya bastante prediseñada. Perteneciente a la cuarta generación de Sans que regenta la empresa, tomó las riendas del negocio en 1988, con 22 años. Con la misma edad y por la misma razón que su abuelo en su día: la desaparición de su progenitor. «Acepté el encargo por responsabilidad, pero con los años este trabajo de tradición familiar se ha convertido en una pasión», reconoce el empresario.
Fue el bisabuelo de Luis, Lorenzo Sans Vidal, el que en 1908 se asoció con Domingo Taberner, nieto del fundador (Josep Taberner) de una tienda de artículos textiles (1843) que, tras instalarse en la calle de la Boqueria, 1 (el antiguo portal, derribado en 1777, donde la leyenda sitúa el martirio de la santa en época romana), acabó popularizándose como Almacenes Santa Eulalia (1859). Al fallecer Taberner sin descendencia, la viuda vendió sus acciones a la familia Sans y de ahí hasta hoy… Momento en que el negocio celebra sus 175 años de vida.
175 AÑOS DE LUJO
Si en los tiempos que corren una empresa sopla las 175 velas de la tarta, a nadie se le escapa que la tienda no es fruto de una moda pasajera y se la cataloga de clásica. Mientras comercios emblemáticos del centro de la ciudad bajaban la persiana a causa de la crisis y del cambio en la legislación de arrendamientos urbanos, en el 2009 Luis Sans decidió reformar la actual sede ubicada en Passeig de Gràcia, 93 y encargó el proyecto al arquitecto neoyorquino William Sofield. El espacio de 2.000 metros cuadrados resultante, decorado con parte del mobiliario de las tiendas anteriores, acoge actualmente la sección multimarca de prêt-à-porter, seleccionada por Sandra Domínguez, esposa de Sans; el atelier propio de sastrería y camisería a medida; una pop-up store, y un café con terraza ajardinada. Una vez más, el sector del lujo resistía la embestida de la depresión económica y presumía de ello. Sin embargo, pese a (o quizá debido a) tratarse de un hombre que vive por y para el lujo, coincide en aquello de que el dinero no da la felicidad ni tampoco concede necesariamente la sensibilidad necesaria para valorar la belleza: «El dinero lo potencia todo, tanto el buen como el mal gusto».
En 1926, siguiendo los pasos que marcaba París, celebraron el primer desfile de moda de la capital catalana. Una fórmula novedosa de presentar las tendencias que, debido al éxito de asistencia en años sucesivos, se vieron obligados a restringir mediante invitación personal.
Desde los inicios del negocio, además de confeccionar prendas exclusivas a medida para hombre y mujer, el establecimiento vendía tejidos por metros. Los compradores eran modistas de toda España que los adquirían para confeccionar prendas para sus clientas. A mediados de los sesenta, con una plantilla de más de 750 trabajadores, se llegaron a despachar más de un millón de metros al detalle. Por entonces, las importaciones estaban restringidas, y Santa Eulalia llegó a tener un cupo del 20 % de todas las importaciones de algodón que se realizaban en el país.
En 1926, siguiendo los pasos que marcaba París, celebraron el primer desfile de moda de la capital catalana. Una fórmula novedosa de presentar las tendencias que, debido al éxito de asistencia en años sucesivos, se vieron obligados a restringir mediante invitación personal. Una vez estalló la Guerra Civil, la empresa (al igual que tantas otras, como Castañer) fue colectivizada por las fuerzas republicanas, pasando a denominarse Santeulalia (sin la «a» de «santa», claro) y dedicándose a la fabricación de uniformes militares para oficiales del ejército republicano.
Dos años después de finalizar la contienda, ya bajo la dictadura de Franco, la alta costura y la venta de tejidos y complementos para señora pasó a instalarse en un edificio de 2.500 metros cuadrados en Passeig de Gràcia, 60. Lo mismo ocurrió tiempo después con la sastrería y camisería a medida y la venta de complementos de hombre, que ocupó el local de Passeig de Gràcia, 93; la tienda de la calle de la Boqueria cerró definitivamente después de más de cien años de presencia en el centro histórico de la ciudad.
Adaptándose a las nuevas tendencias de democratización de la moda, en 1968 lanzó su primera colección de prêt-à-porter de mujer y, en 1995, celebró el último desfile de haute couture.
«Queremos celebrar nuestro aniversario con arte. Hemos contactado con Antoni Miralda, sin duda uno de los artistas catalanes vivos más conocidos a nivel internacional, para que haga una performance en la calle. Ha ideado un desfile con doscientos músicos y artistas que saldrá del llano de la Boqueria, cerca de Las Ramblas, donde estuvo nuestra primera tienda, y llegará a Passeig de Gràcia, 93, donde tenemos la actual sede».
SOPLAR LAS VELAS
«Queremos celebrar nuestro aniversario con arte. Hemos contactado con Antoni Miralda, sin duda uno de los artistas catalanes vivos más conocidos a nivel internacional, para que haga una performance en la calle. Ha ideado un desfile con doscientos músicos y artistas que saldrá del llano de la Boqueria, cerca de Las Ramblas, donde estuvo nuestra primera tienda, y llegará a Passeig de Gràcia, 93, donde tenemos la actual sede. Allí creará una obra de arte efímera que será colocada en toda la fachada. Todo el que quiera está invitado a presenciarla y disfrutarla», anima el propio Luis Sans.
Mientras que para los desfiles de alta costura que se daban en Santa Eulalia a principios del siglo XX se necesitaba invitación personal, para la conmemoración de los 175 años del negocio por las calles de Barcelona no se prevé restricción o dress code alguno, ni se precisa confirmación de asistencia. Ya saben, un lujo democrático inclusivo que, por suerte y por el momento, tampoco está previsto que pase de moda.