Con la ropa me pasa, tal vez a ustedes también, lo mismo que con la belleza o tal vez con la música: no soy una experta, ni mucho menos, pero sé lo que me gusta. O, sobre todo, sé lo que no me gusta. Igual no sé cómo vestirme, pero sé, seguro, cómo no vestirme. Hay piezas que: “por favor, ay no, no, no me veo ” (díganlo con voz de señora) y piezas que; “¡Guau, sí!” (díganlo con voz de clímax sexual).
Con la ropa llamada de mujer siempre pienso en mí misma, egocéntricamente. ¿Me la pondría? ¿La compraría? Todo lo que veo lo veo en función de mí misma. Con ropa llamada de hombre es diferente. No la aprecio tanto, tal vez porque tiene menos posibilidades de locura. En este debate político, la mayoría de los hombres usan corbata y no usarla ya significa muchas cosas. En algunos restaurantes de todo el mundo A.C. (Antes del Covid), como el Cipriani, en Venecia, tienen corbatas y americanas para comensales masculinos que vayan a cuerpo gentil.
¿Por qué miro cómo se viste Pere Aragonès entre todos los hombres y mujeres que hablan en esta fría sala del Parlament? No sé. ¿Por qué no lo veo disfrazado y sí, cómodo? Lleva una corbata estrecha y granate con rayas muy ligeras. Camisa blanca (cuello moderno, no demasiado ancho, no demasiado estrecho) y americana azul. Entonces, el segundo día ya trato de fijarme en lo que lleva, a propósito. También se ha puesto una camisa blanca, pero esta vez, la corbata es azul oscuro y la americana del mismo tono, con una cuadrícula imperceptible. Busco, en catalán, “Pere Aragonès roba” (Pere Aragonès ropa) en Google, pero lo que me sale, en primer lugar, son artículos que se refieren a la frase —que él nunca ha dicho— “España nos roba'”. Pero también encuentro una entrevista en El Punt Avui, de Òscar Palau, a Marta Pontnou, que (no lo sabía) es su asesora de imagen. La conozco, porque colabora en TV3. También escribe en Núvol. La llamo y quedamos para tomar el aperitivo. Quiero que me lo cuente todo.
Una señora diría de Marta Pontnou que “es muy extremada”. Pero yo también lo diría. Lleva el pelo rapado por los lados y una cresta rubia platino. Aparece con unas zapatillas amarillas que “le han dejado”, y una chaqueta que me hace morir de envidia: es negra y llena de agujeros. Me consuelo pensando que no debe abrigar mucho.
“Un partido tiene que tener una agencia de comunicación que tenga clara la imagen que quiere dar y un equipo de comunicación”, me dice. “Y con el perfil que me dan miro el armario y lo mejoro. Nunca cambio el estilo“. Sonrío al oirla: “¿Pero, y si el estilo le da igual?”. Entonces es ella quien sonríe: “Les pongo a prueba. Les digo: Ponte esto y sal a comunicar. Y luego todo el mundo les dice, como te sucedió a ti, qué bien que estabas hoy“.
Doy un sorbo a mi copa de burbujas (para mí, eso es el aperitivo) y le digo: “A veces veo a gente de la política y creo que han comprado ropa recientemente, pero es una ropa que demuestra que no están contentos con su cuerpo, la han comprado sin ilusión, para taparse”. Marta asiente con la cabeza: “Te dicen: Camúflame. Ponme un pañuelo. Hay muchos políticos que no están contentos con su cuerpo. Y siempre les digo que tienen dos opciones. Complejos todo el mundo los tiene. El delgado, por delgado, el gordo, por la grasa… Y yo digo: O lo aceptas o lo cambias, pero no podemos escondernos, poner pañuelos para cubrir la pechuga… O te operas el pecho o te aceptas… Y en esto no tengo manías: Las tías no tenemos que ser condenadas por hacernos retoques, somos libres… Soy pro bótox y pro hialurónico y pro reducción de pechos. Podemos cambiar las cosas con la cirugía. El trabajo que hago, a veces, con mis clientes es de aceptación. Nunca le diré a nadie, Ponte una chaqueta larga para cubrirte el trasero. Porque, ¿sabes qué? Si estás seguro, te verán guapo. Pere es un tío que va por el mundo con la cabeza alta“.
A mí me pasa una cosa. La mayoría de la gente me parece guapa. Me resulta difícil encontrar a alguien feo.
“La ropa o los accesorios ayudan —apunta Pontnou—, porque ayudan en la actitud. Ten en cuenta que cuando alguien no está seguro se viste de negro, fíjate, y es porque dicen que adelgaza y que es elegante…”. La miro como si me hubiesen dado hora para vacunar. “¿No es cierto entonces que el negro adelgace y sea elegante?” Niega con la cabeza. “Son grandes mentiras”. Me siento un poco culpable. Igual sí que uso vestidos negros para (y ahora les hablo de una actividad de ciencia ficción) ir a cenar. “Igual no sé lo que es ser elegante”, digo con un hilillo de voz. “El asesor de imagen tiene que encontrar la pieza que tú tienes en mente. Y si te dice cómo combina, si te da su aprobación, saldrás de allí segura”.
El trabajo que hago, a veces, con mis clientes, es de aceptación; si estás seguro, te verán guapo
Medito un momento. “Fijémonos en Pere Aragonès. Un día tiene un debate, pero otro día tendrá que dar un pésame o malas noticias. Quiero decir que no puede vestirse con demasiada alegría, ¿no?” Ella da un sorbo a su vermú, mordisquea una patata frita, y responde: “Siempre tengo la agenda de los eventos y los trajes de mis clientes tienen que ser planeados como un discurso. Lo primero que hago con un cliente es pedirle que me diga lo que tiene en el armario. Mi trabajo es respetar su estilo, pero pulirlo. Siempre hay un estilo. Él, cuando me conoció, ya lo estaba haciendo bien. Sabe muy bien la posición que ocupa, lo que representa, es muy respetuoso. Sabe que estoy allí para ayudarlo”.
Al oír esto no puedo evitar reírme: “Me imagino vuestro primer encuentro; Pere Aragonès muerto de miedo por si le obligabas a raparse”. Marta, al verme, también se ríe: “Cuando me vio, yo llevaba la cresta teñida de rosa y dijo: ¿No me pondrás cresta, ¿no?. No, por supuesto, porque la cresta es mi estilo. Todo el mundo cuando me ve… Nadie se echa a mis brazos. La primera imagen es la del miedo. Pero también hay gente que me ha dicho Cambia totalmente mi estilo, estoy harta de ir así, quiero ser una tía cañera, no quiero parecer remilgada”.
Creo, sin embargo, que todos somos muchas cosas y que tenemos días de todo. Días locos y días ingenuos. Y cuando se lo digo, afirma: “La ropa es para disfrazarte. Lo hago en las bodas, pienso ¿De qué vas a ir en esta boda? ¿De viuda alegre, con pamela?“. Entonces le pregunto, claro, si tiene mucha, mucha ropa. “No, no, porque la regalo. Cuando una pieza no me la he puesto en toda la temporada la doy, hago feliz a alguien, las energías se renuevan… Si una pieza entra, otra sale. Alguien se sentirá Beyoncé con algo que yo no quiero“.
Siempre encargo los trajes en Señor, que son de Manresa, las telas son de aquí, las costureras son de aquí y te lo hacen a medida
Y es hora de la confesión: “Valoro de los asesores que cuando les vemos vestidos decimos cómo me gusta, pero si lo que llevan puesto lo hubiésemos visto en la tienda jamás lo habríamos ni mirado. No le sorprende mi comentario: “La frase que todos los clientes me dicen es: Nunca me habría comprado esta ropa. Y ahora me siento… Y este trabajo es el que te satisface. Algunas personas dicen voy a la tienda y no me gusta nada. ¡Bueno, a mí me gusta todo! Y siempre pienso esto sería para tal, esto para Pascual…. Y la satisfacción de verlos hacer un discurso y saber que se gustan. ¿Por qué te fijaste en la ropa de Pere Aragonès? Porque estaba hecha a medida… Imagina un traje de la talla 58. Muy bien, pero este hombre, que gasta la 58, a lo mejor tiene los brazos más largos o más barriga que pecho, o una cintura muy delgada… Lo que los hombres suelen hacer es comprar una americana que les abroche. Ya está. Les digo: Gasta en el traje, es tu herramienta de trabajo. Siempre los encargo en Señor, que son de Manresa, las telas son de aquí, las costureras son de aquí y te lo hacen a medida. ¿Cuánto vale? Entre 400 y 500 euros. Y eso puede durar dos y tres años”.
Le pregunto por el traje de Pere Aragonès en el primer debate. ¿Qué comunica? “Es más moderno, más cercano y tiene este punto ejecutivo y decidido. Lleva un traje azul con camisa blanca y corbata granate a rayas. ¿La elección del color no es al azar. El azul le sienta bien. Pero es que el color, en los hombres, es muy limitado. Hay muchos estampados, pero los fondos son siempre azules, grises, negros y marrones. El gris es apagado, el negro es para eventos nocturnos, fiestas o funerales y el marrón no puede ser, porque ya lo dice el dicho: Men in town don’t were brown (en la ciudad, jamás marrón, de verdad)”.
¡Nota! Si quieren saber de dónde viene la expresión, que habla de la ciudad de Londres, pueden leer la historia aquí, en The Guardian.
Lo primero que Marta hace con los clientes, ya veo, es escanearlos. Les pregunta de qué trabajan y qué quieren. “¿Quiénes son mis clientes? Gente muy liada. Personas que no tienen tiempo para pensar en lo que van a ponerse al día siguiente y que prefieren mirar su móvil y decir: La Pontnou dice que me ponga esto. Y como tengo su armario archivado y sé lo que tienen… Esto, hacer que la gente se sienta segura, es lo que tenemos que hacer con las chicas jovenes, que van a la tienda, no encuentran tallas. Hay casos severos de anorexia y esto es culpa de la industria de la moda, el lenguaje que usamos… Mi misión es poder introducir a través de la moda nuevos valores como, por ejemplo, que no exista esta opresión de tallas, esta presión psicológica que reciben las niñas con el tallaje y con la separación de la ropa por género. Lucho para que en las tiendas no se separe entre chicos y chicas, sino para que haya ropa mezclada. Una falda no debería tener género. Y que se pueda ir a un Zara y que en el escaparate o en la web haya un maniquí con síndrome de Down o una niña en silla de ruedas. Porque estos niños, cuando buscan ropa, no tienen modelos. ¿Por qué no una modelo con velo, sobrepeso o en silla de ruedas? ¿Desde los años noventa hasta aquí la única gilipollez que hemos conseguido es que los maniquíes sean un poco, un poco, un poco menos delgados? ¿De verdad?”.