Llongueras
Lluís Llongueras ha fallecido este lunes a los 87 años. ©Xavi Soto

El método Llongueras

No es exactamente que fuera un gran peluquero, es que sabía peinar las almas y cortar el pelo a los caracteres. Asoció la peluquería a la psicología, con un método científico temprano y particular. Un hombre rendido a la feminidad que abrió el primer salón unisex de la ciudad.

Teníamos que comer la próxima semana, donde siempre, con los amigos de siempre, encendiendo el suflé de siempre. Lluís Llongueras era admirable en primer lugar y por encima de cualquier otra cosa, por la alegría, por la incansable alegría, la militante alegría. Normalmente, esta militancia es ya una señal de generosidad, pero en su caso era una especie de genialidad. Cuando nos convocaba era como si quisiera celebrar su cumpleaños ahora sí ahora también, celebrar que él está aquí, celebrar que es una persona alegre y diferente, celebrarle. Esa formalidad y buena educación que supone, pese a los sufrimientos, regalar alegría. Es toda una raza, una genética. Se encuentra en muy poca gente. Cada día en menos gente, cada día está menos de moda, y creo que es exactamente eso lo que me acercó a él.

Lo conocí inaugurando su exposición de esculturas Fractals en el Arts Santa Mònica, donde pude presentarlo como genio, sin saber bien qué decía. No tenía que saber muy bien lo que decía, hay cosas que intuyes sólo con una presencia que carga un legado. Ni mucho menos me pareció un peluquero. Nunca. Me pareció siempre un niño vestido de peluquero, artista, escritor, diseñador, comunicador, productor, fotógrafo. “Jordi, ¿tú crees que este libro de fotografías que he hecho es un libro pornográfico?”. El libro en cuestión era una especie de obsesivo homenaje a los coños, pero le respondí que no, porque su mirada no era obscena sino maravillada. Rendida. Un hombre totalmente rendido a la feminidad, no exactamente a la belleza femenina sino a la feminidad. Un fan absoluto. Incapaz de devolver a las mujeres todo lo que, queriéndolo o no, ellas le daban. E incapaz de dejar de intentarlo.

Un hiperactivo. No debería tenerse, en el ascensor para un solo piso existente en su taller, un montón de libros, una revista y un teléfono. No debería ser necesario a menos que el tempus fugit a toda leche, y que no se puede perder ni un segundo, y sobre todo no se puede perder ni un segundo haciendo cosas mediocres. De la mediocridad debemos huir, de los trabajos mediocres y de los estados de ánimo mediocres, y estar triste o enojado es siempre cosa de mediocres. Lluís Llongueras lucía una deportividad, un saber perder y un saber ganar, del todo invencibles. No es exactamente que fuera un gran peluquero, es que sabía peinar las almas y cortar el pelo a los caracteres. Asoció la peluquería a la psicología, con un método científico temprano y particular, y abrió el primer salón unisex de la ciudad, donde él mismo diseñaba los espacios e incluso los muebles para que cada centímetro se ajustara a sus gestos e ideas. 

Ni mucho menos me pareció un peluquero. Nunca. Me pareció siempre un niño vestido de peluquero, artista, escritor, diseñador, comunicador, productor, fotógrafo

Llongueras fue el primero en igualar los sueldos de las trabajadoras a los de los trabajadores, peinó los bigotes de Dalí, instaló la inmensa peluca de la sala Mae West del Teatro-Museo e hizo de cada aparición en los medios todo un show festivo e impúdico. Puesto que la modernidad es algo que no se puede evitar, como decía Dalí, porque no podemos dejar de ser modernos ni negar nuestra época, seámoslo al máximo. Seamos vanguardia. Creo que la segunda razón por la que me acerqué era por este tipo de polvo de hada, de restos de ADN daliniano, que le emanaba de la piel. Como si me agarrara desesperadamente a una época en la que, a diferencia de ahora, la corrección política sólo valía la pena si suponía una innovación. Ser creativo, ser genial, como norma de urbanidad. Ser único como una obligación moral.

Quizá el almuerzo de la próxima semana lo haremos igualmente. Lluís, no olvidaré tu forma de peinarme con los ojos desde el primer día. Aquella barba afilada de Satanás, esas alas negras de ángel caído, esa firma con la elle hacia abajo, esa mirada de niño atrapado en la mediocridad de un cuerpo de hombre. Las notas esparcidas por toda tu casa (“¡Hola vida! ¡Sigo aquí!”), el horror vacuo en cada centímetro de pared, las esculturas apasionadas que todavía tratan de dignificar el vacío de la vida. Sí, Lluís, era un libro pornográfico. Como tú, pornográfico, excesivo, provocador, efervescente, naïf, maravillado, imperfecto, inevitable, involuntario, imparable, genial. Peluquero, te dirán. Método, te dirán. Qué hartón de reír.

Imagen de Lluís Llongueras presentando Fractals en el Arts Santa Mònica en 2011. ©Xavi Soto