¿Nos gusta pasear por la calle con la Gioconda colgada del brazo? ¿Tener una reunión de trabajo con un Gauguin encima de la mesa o tomarnos una cerveza con los nenúfares de Monet en el regazo? No nos referimos a lienzos o tablas de madera de metro por setenta con pesados marcos del ochocientos. Hablamos de cuidadas impresiones en algún precioso accesorio o prenda liviana que vestimos. Jeff Koons dice que sí. El artista vivo más cotizado del mundo y excepcional comunicador defiende como nadie su última colaboración con Vuitton, la denominada Masters. Una serie de bolsos que llevan impresos en sus preciadas pieles obras trascendentales de la historia del Arte.
En innumerables entrevistas Koons declara que “un bolso es una plataforma genial de comunicación, un medio ideal para llevar el arte a la calle”. Porque él considera que parte de su misión como artista es eliminar el elitismo, las jerarquías del Gran Arte. “El arte nunca es la meta; lo es la capacidad del objeto para decirnos lo que podemos hacer para expandir nuestra vida. Estos bolsos cumplen esa función.” Con sus diseños para Vuitton dice haber creado “objetos especiales que transmiten emociones porque tienden a celebrar la humanidad”.
Pero ¿qué dirían Gauguin, Da Vinci o Monet? Ellos ya vivieron en una época en que los tejidos se estampaban, el mundo ha cambiado mucho pero no en todo. Semejantes personalidades tendrían su propia opinión sobre el asunto. Un lienzo de dos metros diecinueve centímetros de ancho que representa un lago desbordado de flores acuáticas –delante del cual uno percibe el espacio, la luz, y casi siente los olores– no fue concebido para ser traspasado a unos centímetros de piel de ternera doblada. Claro que el señor Monet no conocía el merchandisng. Eso sí que no existía.
En otra línea de lo que el dialecto fashion ha bautizado “inspirational prints” ha actuado Loewe. Bajo la dirección de Jonathan Anderson se ha lanzado la colección Morris meets punk. El joven diseñador irlandés que lidera la creatividad de Loewe desde 2013, ha impreso en determinados artículos de la firma los famosos patterns para papel y textil que creó William Morris a finales del siglo XIX.
Parece más natural, menos forzado, que una indiana proyectada para cubrir paredes o tapizar sofás pase a estampar pantalones o bolsos con nombre propio. No es la traslación del retrato de una dama sonriente a la que se le arrebata su marco, el límite de su existencia, el perímetro que cierra su mundo en sfumatto donde ha vivido durante cuatro siglos.
Pero quizá nada de esto importe demasiado. Quizá lo que más importe sea el poder evocador de la imagen. Ese no sabes qué inspirador que regala el arte. Y cuando estemos esperando a nuestra amiga tardona con media cerveza ya tomada y manoseemos nuestro preciado bolso, nos preguntemos cosas. Como porqué el pintor francés que se peleó con Van Gogh se obsesionó con las tahitianas.
O por qué un barbudo inglés defendió a ultranza el trabajo manual, dibujando a lápiz y acuarela una hoja tras otra, engarzándolas con preciosa delicadeza para que se pudieran repetir hasta la saciedad sin cortes visibles a nuestra complaciente mirada.
Quizá sí. O quizá tampoco. Quizá lo único que cuenta cuando vamos a comprar un bolso es que sea bonito. Que nos haya gustado a primera vista sin pensar demasiado. O sin pensar nada.
Y ya sabemos que sobre gustos…