— ¿Qué vas a tomar?
— Voll-Damm, gracias… ¡Uy, son más de las cinco! Entonces, mejor un gin-tonic de Mare.
A Lluís Llort se le ha escurrido el día de hoy entre los dedos de las manos, posiblemente ocupado en pensar en su próxima novela, hacer música, disfrutarla y su trabajo como veterano periodista en la redacción de El Punt Avui. Pero ahora, en el Bar, toca relajarse y dejar que su conversación, ágil, irónica y culta, fluya a pie de barra. Y que lo haga sin la radio sonando de fondo: “Con todos mis respetos por los profesionales del sector, pero jamás la escucho por… bueno, es largo de contar. De todos modos, siempre prefiero elegir yo la música”.
Al definirse, la palabra que sale es impostor: “En el sentido de que no soy periodista, no soy novelista, no soy músico, pero soy feliz intentándolo. Y viviendo. Me siento muy en paz”. Paradójicamente, en términos periodísticos y novelísticos lleva intentándolo ya muchos años, y con notable éxito, como atestiguan sus títulos publicados en narrativa infantil y juvenil, de los que destacan la serie de Tap Tàpera y la serie Sóc un Animal, y sus obras de narrativa negra, desde su debut en 1999 con Tardor, hasta las recientes y aplaudidas Pes Mort y Temps Mort, ambas publicadas por Crims.cat y Herencias Colaterales (AlRevés). De hecho, esta última le valió el prestigioso galardón Paco Camarasa de novela negra.
— ¿Y andas tramando alguna nueva novela ahora mismo?
— Nada destacable. Como novelista estoy en un momento de descanso, tengo algunos proyectos madurando. No soy autor de escribir cada día, prefiero jornadas maratonianas cuando la pasión por una trama me tiene cogido por los… esteee… ¿Puedo pedir otra copa? ¿Y quicos?
Aprovechando muy bien el tiempo de descuento
Cuando Llort era adolescente y se quería dedicar a la música se dio cuenta de que tenía un oído sordo: “Tuve que dejar de tocar en una banda y pasarme al acústico. El oído sordo es el del pendiente, para que la oreja sirva de algo”, especifica. Por entonces, también se puso a escribir, “y entré en el periódico en el que trabajo desde hace 35 años”.
La cuestión era no parar, no amilanarse. Lo demás fue una cuestión de fortuna. “La suerte me ha acompañado bastante, no siempre ni en todo, pero no me quejo. Hace unos 30 años, en un accidente de moto, grité como un cantante de trash metal cuando fui consciente de que iba a morir. Como cerré los ojos, no sé por qué motivo la rueda del taxi no aplastó, en el último momento, mi cabeza”. Tras aquel accidente, el escritor y músico se siente “un poco en tiempo extra y a veces apuro la copa. Aunque suelo ser prudente y moderado, no quiero sumar más imposturas a la lista”. Sorbe y paladea un trago de su gin y concluye: “No soy un destroyer”.
“Aunque suelo ser prudente y moderado, no quiero sumar más imposturas a la lista”
Orgulloso y feliz de haber conocido a su mujer, Aurèlia, y del hijo de ambos, Jou, Llort destaca como logro “haber conseguido emocionar con alguna de mis novelas a bastantes lectores. Y con emocionar quiero decir provocar risas, tensión, angustia, asco, terror, lágrimas”. Y asegura estar “muy contento y rejuvenecido de haber recuperado, por una serie de casualidades, la batería… ¡37 años después!”.
— ¡Pues sí que te cunde ese tiempo extra!
— Sí, siempre quieres algo más, pero si me muriese ahora mismo lo haría con una sonrisa.
Una ciudad que contiene muchas ciudades
Nacido en 1966, Llort considera su Barcelona natal, simplemente, como su casa: “¿Sabes eso de cuando, en un juego del escondite, consigues llegar al árbol sin que te pillen y entonces gritas casa? Pues eso es Barcelona para mí: Casa”.
En concreto, el autor elogia “el hecho de que, sin ser una gran ciudad en extensión, tiene la capacidad de contener muchas ciudades distintas, barrios muy diferentes, mar y montaña. Por eso, suele ser un personaje más en mis novelas. Da para mucho”.
El autor elogia “el hecho de que, sin ser una gran ciudad en extensión, tiene la capacidad de contener muchas ciudades distintas”
Aun así, este amor por Barcelona no le impide ser crítico con varios aspectos de la ciudad: “Hay mucha miseria, los homeless y la delincuencia han aumentado mucho; me sabe mal por los primeros y puedo entender a los segundos. Las tonterías urbanísticas ya cansan, basta de colorines. Que se cierren al tránsito más zonas como el Mercat de Sant Antoni, de acuerdo, pero basta de estrechar calles, ese sí-pero-no. Y ok a menos coches y motos, pero que bicis y patinetes respeten las normas y a los peatones. Y mejor no sigo, que la lista es larga”.
Confortablemente instalado en una conversación cuyo arte domina a la perfección, Llort termina su copa. La tarde se va consumiendo y la noche se acerca, tiñendo paulatinamente de colores morados el cielo de la ciudad, para alegría de un individuo que, más que ave, se considera a sí mismo “pajarraco nocturno”.
“Hay mucha miseria, los homeless y la delincuencia han aumentado mucho; me sabe mal por los primeros y puedo entender a los segundos”
— ¡Otra ronda! Venga, que a la penúltima invito yo —pide de pronto—.
— ¿Y luego querrás cenar algo?
— Que sea un buen tapeo, que yo ya no puedo con un menú abundante.