La mejor biblioteca del mundo es aquella en la que cada uno ha contraído el virus de la lectura y donde ha entendido que, por suerte o por desgracia, no podrá vivir nunca más sin acompañarse de libros. En mi caso, el premio se lo lleva la tríada formada por la biblioteca escolar de la Escola Pia de la calle Diputació, la del Ateneu Barcelonès (todavía sin nombre, ¡y mira que no faltan socios ilustres en la Docta Casa!) y la Borges del Cervantes de Nueva York en Amster Yard. Hace poco conocíamos que la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas ha elegido la nostra García Márquez como la mejor biblio pública del planeta. Como ocurre siempre con estos galardones (de los que no teníamos ni puta idea hasta que el Gordo cayó en casa), la noticia ha provocado una reacción típica de la tribu, entre la altanería de aquellos que ya nos equiparan a Noruega y los pitiminís que se han apresurado a poner toneladas de peros al logro.
Vamos por partes y empecemos por lo formal. En cuanto a la carcasa, resulta innegable que la biblioteca inventada por Elena Orte y Guillermo Sevillano es una auténtica pasada, un edificio rebosante de belleza y de luminosidad, parido con unos materiales tan sostenibles que le dan ganas a uno incluso de reciclarse los calzoncillos. Cuando paseas por la García Márquez tienes miedo de que éste pueda acabar derivando en el típico equipamiento lleno de instagrammers ávidos de postureo cultureta y, para entendernos, en una madriguera de peña cool que simula leer en su espléndida hamaca mientras se chuta en Youtube. Ciertamente, diría que en mi puñetera vida había visto a tanta gente en una biblioteca (¡y mira que he visitado muchas!) y éste es un hecho que puede turbar el silencio anhelado por los usuarios que ocupamos el mismo asiento de nuestra biblioteca desde hace décadas y para quienes el zumbido de un mosquito es equiparable al crack del 29.
En efecto, la García Márquez está llena de transeúntes y distracción visual, pero (os lo puedo asegurar), esto es algo que también sucede en las biblios más ancestrales del país. Lo importante del caso que nos ocupa es que nuestro equipamiento —y la mayoría absoluta de las bibliotecas públicas de la ciudad— satisfacen tanto las pretensiones del usuario que necesita imperiosamente leer a Heidegger en silencio absoluto como las del anciano que, simplemente, tiene ganas de ojear el periódico durante media horita con la inestimable ayuda de la refrigeración. Resulta innegable que la fastuosidad del espacio contrasta con un fondo documental alarmantemente raquítico (de unos 50.000 libros y con la sección de humanidades casi escondida) y que sus arquitectos podrían llegar a tolerar una mayor altura de las estanterías para acoger así más volúmenes sin que la presencia mayor de papel en las salas implicase rematar de nuevo el cadáver de Frank Lloyd Wright.
La García Marquez satisface tanto las pretensiones del usuario que necesita imperiosamente leer a Heidegger como las del anciano que, simplemente, tiene ganas de ojear el periódico
Pero los puristas necesitamos entender un hecho tan simple como los cambios globales del paradigma cultural. Primero, y ante todo; la potencia documental de las biblios públicas barcelonesas debe concebirse menos en lo que concierne a la presencia física de los libros y más en el ámbito del fondo documental compartido por su cuarentena de equipamientos (que supera con creces los dos millones de documentos). También se impone entender que la biblioteca hace ya algunos lustros que ha pasado de ser un receptáculo de volúmenes a un polo de acontecimientos literarios y humanos muy complejos, que requiere cosas tan dispares como contar con un estudio equipado para la emisión de podcasts a algo tan crudo como que hay usuarios que van a la biblio simplemente porque en casa no tienen calefacción. Esto es así y aumentará en el futuro, y el trabajo de todos es que las necesidades comunes de toda esa gente las acabe curando un libro.
Dicho esto, tengámoslo claro: en Barcelona el préstamo interbibliotecario funciona, el libro es su formato más destacado con mucha diferencia y la tarea de programación de actos para el fomento lector en nuestros equipamientos se ejerce notablemente. Sé que no estamos acostumbrados a las buenas noticias, pero quizá lo de García Márquez (comandada de una forma extraordinaria por Neus Castellano y su equipo) debería situarnos en un justo medio entre el orgullo moderado y la flagelación permanente. Y, qué demonios, tampoco tenemos que arrugar la nariz cuando escuchamos que la working class de Sant Martí se refiere a su biblioteca como “el Guggenheim de La Verneda”. ¿Es la mejor biblioteca pública del mundo? Ni pajolera, ni falta que hace. Id a verla, embobaos con su belleza y, a poder ser, haced el puto favor de no hacer ruido. Shhht!!!