Decir que Roberto Ferri (Taranto, 1978) es un artista de otro tiempo, sería hacer una interpretación demasiado simplista de una obra que requiere una lectura profunda y permite el goce de la contemplación que no cansa al espectador. De origen autodidacta, con 21 años se trasladó a Roma para profundizar en su interés y pasión por las obras del siglo XVI en adelante, que definen los trazos de sus pinturas —en las que podemos identificar sin dificultad siglos de tradición figurativa— para graduarse después con honores en la Academia de Bellas Artes de la ciudad eterna.
Le han considerado el Caravaggio de nuestros días, por el excelente uso que hace del claroscuro con un carácter casi emocional, y se sienten también otros grandes pintores a los que acudir mentalmente ante sus obras, como son Géricault, David, Delacroix, Bouguereau, o los simbolistas y sus referencias a la mitología. Aunque él también nombra a Dalí como parte de sus influencias.
Pero la obra de Ferri pertenece de pleno a nuestra época a pesar de quien crea que la figuración ya no está en boga o la considere pasado artístico. Simplemente y tal como se lleva repitiendo a lo largo de la historia del arte, se sirve de un modelo previo y lo revisiona y actualiza para el espectador de hoy y el de mañana. Por eso, también en sus lienzos, se establecen paralelismos con obras contemporáneas, como la videográfica de Bill Viola, Chris Cunningham y su Flex, o la época más rica del director Tarsem Singh y aquel videoclip para R.E.M. Losing my religion, piezas a las que nadie se atrevería a negar su contemporaneidad.
Le han considerado el Caravaggio de nuestros días, por el excelente uso que hace del claroscuro con un carácter casi emocional
El Museo Europeo de Arte Moderno de Barcelona (Meam) nos brinda esta exposición Introspettiva con un recorrido por una cuarentena de las obras más significativas del italiano. Piezas espectaculares de gran formato, otras de tamaño medio, y algunos excelentes dibujos preparatorios que dan absoluta fe de la calidad artística de Ferri y su capacidad para representar el cuerpo en todo su esplendor.
Y la carne. Porque es ese cuerpo desnudo, tanto femenino como masculino, el verdadero protagonista de su obra. Una anatomía hermosa, de piel y músculo, y hueso también. De pliegues y recovecos que, al igual que sucede cuando vemos una escultura de Bernini, nos apetece hundir los dedos en ella. Y también herida. Carne despellejada en algún momento o, incluso, amputada, atravesada por un elemento metálico o algún símbolo poderoso de tormento, que nos recuerda el uso de los cilicios de ciertas prácticas religiosas cristianas, y nos evoca a la espiritualidad del martirio de los santos.
Puede que sea por esa espiritualidad de la carne que siempre han sabido apreciar desde la iglesia italiana, que en en 2010 recibió el encargo de pintar 14 telas sobre el Via Crucis para la Catedral de Noto en Sicilia. Las obras fueron expuestas en el polémico pabellón italiano de la Bienal de Venecia de 2011 y criticadas por presentar una imagen de Cristo atlética y sensual tan característica de su producción. Pero ni la polémica ni la crítica frenaron el nuevo e importante encargo que hizo la Iglesia, esta vez ni más ni menos que el Vaticano, de pintar dos retratos del papa Francisco, que cuentan con la aprobación del sumo pontífice.
Las pinturas de Ferri destilan la belleza de la que siempre hablan los poemas de Baudelaire, no solo constituida por lo canónicamente bello, bueno y noble, sino también por lo irracional, grotesco y desmesurado. Iconos de fisicalidad, belleza, tormento, con un exceso descarado de anacronismo, en las obras del italiano el discurso crudo, provocador y cargado de erotismo —como apuntan desde el Meam— nos recuerda también a otro artista italiano actual como es el director de cine Paolo Sorrentino y su universo visual, salvando las distancias.
Las pinturas de Ferri, destilan la belleza de la que siempre hablan los poemas de Baudelaire, no solo constituida por lo canónicamente bello, bueno y noble, sino también por lo irracional, grotesco y desmesurado
Con todo, el pintor no deja de ser un pequeño artesano, pues en su taller en las afueras de Roma sigue usando pigmentos tradicionales, así como las técnicas antiguas para la creación de colores, tal y como se llevaba a cabo durante el Barroco, hecho que prolonga en años la producción. Sus pinturas forman parte de importantes colecciones tanto públicas como privadas, en las grandes capitales europeas, y también en Nueva York o Miami, y destacan sus obras para la catedral de Montepulciano en la provincia de Siena, o para el Convento de las Hermanas de San José, en Génova.
Pero más allá de lo que hay a simple vista y de la impresionante técnica de la que hace alarde, la carga simbólica y espiritual de sus pinturas se hace patente. En todas y cada una de ellas, hay algo más: inquietante pasión, belleza y sensibilidad.