Los integrantes del Quartet Casals. © David Ruano

Glorioso cuarto de siglo del ‘Casals’

Conversamos con Jonathan Brown, uno de los componentes del Quartet Casals, que en el presente año celebra el 25 aniversario de su fundación. Repasamos la trayectoria y los proyectos más inminentes, como la segunda Biennal de Quartets, organizada con L'Auditori

Vera Martínez, Abel Tomàs, Jonathan Brown y Arnau Tomàs forman uno de los cuartetos de cuerda más importantes de las últimas décadas, con actuaciones internacionales valoradas muy positivamente por crítica y público, y bajo el auspicio discográfico de la selecta Harmonia Mundi. A priori no parecería sencillo pasear el nombre de nuestro músico más internacional e influyente, pero lo cierto es que el conjunto, fundado en 1997, ha cosechado una enorme cantidad de premios y reconocimientos, con actuaciones en centros tan míticos como el Carnegie Hall de Nueva York, el Concertgebouw de Amsterdam, el Wigmore Hall de Londres o el Musikverein de Viena.

El público barcelonés tiene el privilegio de poder escucharlo asiduamente, ya sea en el Palau de la Música o –incluso con más frecuencia– en L’Auditori. De hecho, la temporada musical 22/23 se inaugura con su protagonismo en la 2ª Biennal de Quartets, actuando como eje articulador de una serie de propuestas que exhiben las posibilidades de la formación de cámara compuesta por dos violines, viola y violonchelo.

— Un verdadero placer conversar contigo, Jonathan, este es un año muy especial para el Quartet Casals.

— Pues sí, se cumplen 25 años desde la creación del cuarteto, aunque yo me incorporé en 2002. Desde entonces somos una formación muy estable, sin cambios. Hay pocos cuartetos de cuerda activos que hayan mantenido tanto tiempo a los mismos músicos, ¡y estamos orgullosos de ello!

— Desde su creación, ¿cuáles han sido los momentos fundamentales para la evolución del cuarteto?

— Bueno, tras salir de la Escuela Reina Sofía de Madrid y hacer algunas masterclasses, el cuarteto ganó varios concursos nacionales. Además, en 2000 ganó el concurso internacional de Londres y en 2002 el concurso internacional Johannes Brahms de Hamburgo. Sin duda, también fue decisiva la formación con el Alban Berg Quartett, en Colonia. Horas y horas de trabajo duro e intenso. A partir de entonces, y a pesar de que los inicios fueron difíciles, el cuarteto ganó varios concursos nacionales y quedó finalista de otros internacionales. Poco después entré yo, a través del violinista Rainer Schmidt –del Hagen Quartett–, en la época en que Harmonia Mundi se interesó por nosotros.

— ¿Cuál fue la primera grabación que os pidió la discográfica?

— Fue muy buena idea que nos pidieran grabar los tres cuartetos de Juan Crisóstomo Arriaga, el Mozart español. Es música de mucha calidad, bastante desconocida, con la que aprovechamos para darnos a conocer también nosotros: el primer cuarteto internacional español, interpretando a un compositor clásico español con mucho talento, una combinación que resultó exitosa.

“Hay algo que la mayoría de los músicos de cámara tenemos en común: la pasión, las ganas de dar lo mejor, siempre”

— Y en esos años de despegue, duros pero prometedores, también establecísteis un vínculo con el Auditori que acabaría siendo exitoso y duradero.

— Sí, por primera vez tocamos en un ciclo de verano que –si no me equivoco– se llamaba Músiques del món, dedicado a la música de una nacionalidad distinta cada año. Fue antes de que existiera la Sala 2 (Oriol Martorell), que inauguramos en 2006 y en la que, desde entonces, hemos tenido una actividad muy constante. También en otros escenarios de la ciudad como el Auditorio Winterthur, en un ciclo organizado por Jordi Roch, responsable de la Schubertíada de Villabretran. Una personalidad importante, que impulsó nuestra actividad prácticamente desde el inicio.

 

— Vuestro nombre esta biográficamente unido a los de conjuntos de la altura del Alban Berg o el Hagen Quartett. No somos pocos los que pensamos que, hoy en día, habéis alcanzado un nivel comparable y que es una enorme suerte poder escucharos cada temporada.

— Muchas gracias… Lo cierto es que la relación con el público de Barcelona es muy especial. Cuando viajamos, siempre hay algún concierto en qué notas, nada más salir al escenario, que no hay una gran conexión con el público. Por supuesto, hacemos todo que podemos para conseguirla, para dar la vuelta a esa frialdad inicial. Pero eso nunca pasa en Barcelona. Porque en Barcelona se da, desde el principio, una conexión mágica.

— Yo mismo la he percibido muchas veces en L’Auditori, y no deja de sorprenderme, porque como fenómeno la “conexión” es, en realidad, bastante excepcional…

— Quizá sucede porque el público es recurrente y fiel, tengo la sensación de que nos conoce bien. Algunos oyentes nos han seguido casi desde los inicios. Y luego, además, hay que añadir un elemento importante y curioso, y es que ¡algunos son alumnos nuestros! Como cualquier profesor, hablamos mucho en nuestras clases del ESMUC –Escola Superior de Música de Catalunya, vinculada a L’Auditori– acerca de cómo hay que prepararse, para que todo salga bien… Pero claro, una cosa es la cháchara y otra el directo, cuando llega la hora de la verdad hay que salir al escenario ¡y demostrarlo! Es una presión bonita, que seguramente nos motiva aún más.

Quartet Casals
El Quartet Casals durante un concierto en directo.

— Vosotros quizá recordáis, también, la pasión que sentíais por la música, cuando erais alumnos, la admiración y exigencia que os suscitaban vuestros profesores. ¿Cómo uno/a se decanta por la cámara?

— Hay diferentes casos. Hay algunos alumnos que directamente dicen: “eso no es para mí”, “quiero ser solista”, “quiero estabilidad y trabajar en una orquesta” o “quiero ser profesor”. Y luego, claro, están los que quieren tocar música de cámara, y no sólo lo dicen, sino que se entregan por completo: mi caso y el de mis compañeros de cuarteto. Realmente es satisfactorio, pero implica una cantidad de trabajo difícil de imaginar, incluso si tenemos una agencia en Berlín que funciona muy bien.

— ¿Qué es lo que os resulta más fascinante de la música de cámara y, concretamente, del cuarteto de cuerda?

— Pues yo diría que, en cierto modo, la combinación de no estar sólo en el escenario y al mismo tiempo poder desplegar tu propia voz. Si tocas un instrumento de cuerda como solista tienes menos posibilidades, la carrera es difícil, mientras que si te decantas por pertenecer a una orquesta siempre has de seguir a un director o directora. Lo que nos interesaba a nosotros es tomar nuestras propias decisiones tanto en lo que respecta al repertorio como a la manera de tocarlo. Sin perder de vista otros aspectos –quizá más prácticos– como la gestión del tiempo y la elección de nuestro calendario de conciertos. Además, creemos que las obras más íntimas, más personales y significativas de los grandes compositores –Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Brahms, Bartók, Ligeti, Shostakovich…– son precisamente sus cuartetos de cuerda. Es una forma musical muy pura, que permite ver el genio creador.

“La libertad y la posibilidad de disentir son necesarias para que luego el compromiso sea más auténtico y dé frutos musicalmente”

— Cuando trabajé con un cuarteto –hace ya más de diez años– me impresionó ver cómo incluso en el ensayo previo al concierto aún se debatían cuestiones interpretativas frente a la partitura, incluso si eran piezas del repertorio bien conocidas… Y algunas voces pesaban más que otras. Después de muchos años escuchándoos, me da la sensación de que en vuestro caso, en cambio, los debates han de ser especialmente igualitarios. 

— De algún modo, hay algo que la mayoría de los músicos de cámara tenemos en común: la pasión, las ganas de dar lo mejor, siempre. Como decíamos, no hay ningún director que te diga cómo has de hacerlo, lo queremos hacer lo mejor posible por nuestro propio orgullo. Y, en cuanto a las decisiones interpretativas, como en lo que respecta a la elección del repertorio o las fechas de concierto, nosotros procedemos de forma totalmente democrática: si no hay unanimidad, no se aprueba la decisión. Y tampoco hacemos preguntas a la persona que disiente. Sin resentimiento lo aceptamos todos, porque en otra situación uno puede ser el que piense distinto. Cada uno tiene derecho a veto.

— Parece necesario un gran respeto, confianza y honestidad entre vosotros, para proceder así. Cualidades que, seguro, de alguna manera llegan al oyente en vuestros directos. Además de pasión y técnica, se aprecia un equilibrio muy bello, la transparencia de todas las voces.

— Es así, hay mucho respeto y muy buen entendimiento. Entre los hermanos Albert i Arnau, por supuesto. Pero Vera y yo también somos muy amigos, y en suma la relación es muy buena entre los cuatro. Intentamos no estar encima del otro. Si comemos, cenamos o desayunamos juntos, muy bien, pero no hay ninguna presión. Tiene que haber libertad para que luego el compromiso sea más auténtico y dé frutos musicalmente.

 

— Para ir acabando, a propósito de la experiencia estética que se vive en vuestros conciertos, has hablado de una “conexión”, una especie de magia que es muy perceptible y al mismo tiempo inexplicable… 

— Además de los conciertos que nos han marcado por su importancia o por el marco en que se han producido –tocar delante del David, en Florencia, o en la Alhambra, por ejemplo– hay otros conciertos especiales, en los que “pasa algo”, que no se puede prever ni clasificar. Si alguien pudiera explicar este fenómeno sería maravilloso. Nosotros, lo único que podemos hacer es crear las condiciones para que la inspiración intervenga. Una cierta fluidez física, una mente abierta, la capacidad de escuchar lo que está pasando… Pero de ninguna manera se puede garantizar, en un sentido u otro. Es más, a veces llegas al concierto cansado, casi sin haber tenido tiempo para comer –por circunstancias relacionadas con los viajes u otros problemas– y, aún así, en el momento de tocar, esa sensación inexplicable –esa magia– se presenta. Notas que estás disfrutando y aprendiendo, articulando mejor el sonido que se crea desde tu instrumento y en relación con tus compañeros.

“Hay conciertos que nos han marcado y otros especiales, en los que “pasa algo”, que no se puede prever ni clasificar”

— Cuando os vemos en ese estado de concentración, demostrando una infrecuente combinación de habilidad técnica y pasión interpretativa, resulta casi obligado dejarse llevar por la música… ¿Qué repercusiones crees que puede tener la escucha en el oyente?

— Creo que es muy difícil analizar o explicar las repercusiones de una experiencia estética. Aspiramos a despertar en el oyente una sensación que no sabía que era posible, evidentemente gracias a la música escrita por un gran compositor. Quizá no hay un gran cambio en el mundo exterior, pero a nivel humano sí. En tanto que experiencia emocional, aporta sentido a nuestras vidas. En mi opinión esa alquimia se da sobre todo en directo, cuando el público presta una atención más intensa y deposita su confianza en los músicos.

— Por último, y pensando en vuestros proyectos más inmediatos: la temporada musical se inaugura en Barcelona con un festival prácticamente imprescindible para los melómanos.

— Pues sí, tenemos la suerte de participar en calidad de co-comisarios en la segunda Biennal de Quartets, que organiza L’Auditori, del 14 al 18 de septiembre. La primera edición tuvo lugar en septiembre de 2020, fue un milagro que pudiera hacerse, aun en versión recortada. En este caso será más grande, una verdadera fiesta, con la invitación de algunos de los mejores cuartetos del mundo: el Quator Ébène, el Jerusalem Quartet, el Belcea Quartet, el Cuarteto Quiroga, el Aris Quartett o el Cosmos Quartet. Estar juntos será un gran placer ¡también para nosotros! Habitualmente no pasa, porque cuando tocamos nosotros en Viena, por ejemplo, en esas mismas fechas no suelen tocar los conjuntos mencionados. Sin duda será muy interesante para el público poder escuchar cuartetos tan distintos en tan poco tiempo.