“Antes de nada, yo soy actor y lo he sido desde mi tierna infancia. Fui Árbol 4 en el parvulario, El avaro en Primaria y El principito en la ESO. En Bachillerato me pasé a los grupos teatrales universitarios de Valparaíso y ya, luego, me puse a estudiar en serio”. Es mediodía y arrancan los compases del Pedro Navaja de Willie Colón y Rubén Bladés mientras, acodado en la barra degustando “un vermú con olivas, sifón y un toquecito de esa botella de ahí”, el actor y dramaturgo Felipe Cabezas rememora sus primeros años enamorándose del teatro en su Chile natal. Hace veintidós años tomó la decisión de cruzar el océano para establecerse en Barcelona: “De golpe pasé de vivir en casa de mi madre, en Viña del Mar, al Barrio Gótico… ¡sin transición pacífica!”, ríe.
Especializado en teatro de máscaras y en la commedia dell’arte, Felipe Cabezas confiesa que le resulta imposible hablar de él, explicarse a sí mismo y a su vida, sin aludir a su relación con el teatro. “Esa estrecha conexión entre mi persona y mi trabajo me ha dado algún que otro problema en estos años. Me vinculo muy intensamente con mis personajes y, por eso, actualmente trabajo para crear fronteras entre la fantasía y la realidad”.
Unas fronteras que, por otro lado, de alguna manera, ha sabido trascender gracias a una dedicada labor sobre las tablas y a la que ha sido su gran apuesta, junto con su compañera y madre de sus dos hijos, Isabella: abrir un buen día un teatro en el Raval del que es director artístico. “La Sala Fènix tiene once años ya, y cuando hablo de mis cosas, de lo que me ha ido pasando, siempre las separo entre el antes y el después de su inauguración”.
La Sala Fènix trabaja para atraer producciones de pequeño formato de vocación internacional
Espacio teatral alternativo de referencia en la ciudad, la sala de la calle Riereta que el parroquiano y su pareja dirigen con una mezcla de imaginación desbordante y compromiso insobornable brinda una programación que aúna diversas líneas temáticas. A través de un formato próximo y a menudo basado en propuestas narrativas alternativas y nada acomodaticias, sobre su pequeño escenario cobran vida aspectos como memoria histórica, feminismos, salud mental o antiracismo. Un trabajo en perenne evolución con el que Felipe va enriqueciendo su experiencia vital y, con ésta, inevitablemente, su arte. Más aún: “Algo me dice que en breve llegará un nuevo hito en mi historia personal, pero es sólo una corazonada de momento”, advierte.
Un viaje dentro y fuera de los escenarios
Quizás ese salto adelante tenga que ver con el proceso de la Fènix hacia la internacionalización, tejiendo una red de contactos que permita unir la producción de la sala a las de otros lugares y, a la vez, importar talento de fuera. “Enseñar a Barcelona cómo hacen el teatro en Valencia, Burgos, Bilbao, Buenos Aires, Santiago de Chile, porque algo que me gusta de Barcelona como ciudad es que sea cosmopolita, y no entiendo que, en cambio, el mundo cultural, el teatral más específicamente, sea tan localista. Por eso, estamos trabajando para abrir un puerto que atraiga producciones de pequeño formato de vocación internacional y llevamos unos años colaborando con proyectos europeos y girando con nuestro trabajo. Ahora siento que es el momento de poner ese proyecto en marcha”. Con el depósito lleno de ideas, experiencias y dramaturgias, ha llegado la hora de acabar de arrancar la maquinaria: este viaje justo acaba de empezar. Y no es el primero.
“Algo que siempre me ha hecho sentir orgulloso, y que voy contando por ahí siempre que puedo, son los viajes y aventuras que me he pegado con mis espectáculos”, asevera el parroquiano que, durante un tiempo, se marcó tres monólogos teatrales seguidos sobre figuras históricas de la comedia italiana y, “con éstos y con mis máscaras”, pisó escenarios de Reino Unido, Corea del Sur, Alemania, Italia, Portugal, Argentina o Luxemburgo. “Cada viaje era como una medalla en mi solapa y guardo un hermoso recuerdo de esa época. Creo que viajar haciendo teatro es lo más fabuloso que hay. En esos viajes me sentí importante, estuve en teatros preciosos y encontré un valor universal en mis trabajos. Aún sigo buscando esa sensación en el teatro local, cosa que me resulta mucho más difícil a pesar de estar jugando en casa”.
Una ciudad donde morir
El actor Felipe Cabezas recuerda con especial afecto sus primeros días en Barcelona. “Caminé y caminé memorizando cada una de sus calles, locales y paisajes, enamorado perdido como un adolescente con su primer amor. Ahora, después de estos años, la relación es más madura, pero por lo mismo, más profunda. Cuando viajo fuera de España me presento como barcelonés, aunque con matices, porque al final la vida es eso, matices. Soy chileno, pero la mitad de mi vida la he vivido aquí, donde he pasado de ser un joven de 22 años a un padre de 45 y, en ese tiempo, he desarrollado mi carrera, me he hecho adulto con todo el aprendizaje que eso conlleva y la marca que deja en el alma”, decanta este apasionado de la vida de barrio hecha de conversaciones con el paisanaje local, bares baratos que sirven rica comida casera, vino a granel comprado en la bodega de la esquina y la rumba de los domingos. Lo que resume como “vivir Barcelona sin pretensiones y con sencillez”.
Las antípodas de aquello que detesta: “los nacionalismos, el supremacismo, el elitismo. Eso es algo que no soporto y que no es otra cosa que fascismo, venga de la vertiente política, cultural y regional de la que venga. Creo que llevamos unos años de extremismo nacionalista de un lado y otro en una miserable guerra de colores”, lamenta. “Cuando llegué aquí no existía este sentimiento tan intenso, o al menos yo no lo había vivido, y hoy es un arma arrojadiza. Creo que vivimos en una época en la que, de alguna manera, se te obliga a posicionarte, y cuando lo haces pasas a ser el enemigo del sector contrario. Y yo no quiero vivir así. Prefiero la Barcelona cosmopolita, charnega, abierta y plural que no la élite. La élite se la dejo a los pobres de espíritu. Parafraseando otro dicho popular: el nacionalismo es la virtud del que no tiene otra”, declara el parroquiano, que se identifica con Pepe Rubianes “y su famosa frase en la que se presenta como galaico-catalán. Yo siempre digo que he nacido allí, pero me voy a morir aquí”, determina, liquidando su vermú mientras, de fondo, Rubén Blades glosa los atributos de la diosa María Lionza, arropado por la orquesta de Willie Colón.
—Lo que es seguro es que no te puedes morir sin haber probado la deliciosa oferta gastronómica de este Bar. Tenemos un riquísimo surtido de tapas, raciones, bocatas o, si lo prefieres, menú.
Algo que podría ser hambre, de comida y de prolongar la charla de bar, se ilumina en la mirada de Felipe Cabezas que, tras pensárselo un momento se decanta, “ahora mismo por unas anchoas y después unas raciones”. Y, tras unos segundos de silencio, añade, risueño:
—Y si es en buena compañía, ¡mejor!