Paul Lewis Palau de la Música
Paul Lewis ha actuado este lunes en el Palau de la Música. © Martí E. Berenguer
ENTREVISTA A PAUL LEWIS

“Después de cuarenta minutos de sonata, no sólo no obtienes respuestas, sino que pueden haberse multiplicado las preguntas”

Paul Lewis, uno de los músicos más reconocidos del panorama clásico, triunfa en el Palau con su Schubert matizado y enfático, explorando los silencios que colaboran misteriosamente con la elocuencia del discurso

Conversamos con el pianista inglés Paul Lewis, que ha culminado la integral de sonatas de Franz Schubert en el Palau de la Música Catalana. Un proyecto iniciado en 2023, con dos conciertos la temporada pasada y dos en la presente, que recorre con una intensidad inapelable el mundo emocional del compositor vienés. Un intérprete muy querido en la ciudad de Barcelona, que ha demostrado una implicación continuada con el templo modernista a lo largo de su carrera, con algún episodio realmente llamativo en los últimos tiempos.

— Durante la pandemia, cuando las dificultades para viajar entre países eran mayúsculas —por la aplicación de cuarentenas y otras medidas— tu fuiste uno de los pocos artistas internacionales en desplazarte y tocar. 

— Bueno, en aquella situación se trabajaba mucho online y en algún momento, estando en una sala de conciertos vacía, frente a una cámara, llegué a pensar: “si esto continúa, casi que prefiero hacer cualquier otro trabajo”. No podía hacerme a la idea de tocar sin público.

— Todo el mundo estaba en shock, de un modo u otro, y la música se sentía como más necesaria que nunca… 

— ¡Y también a la inversa! De repente, me di cuenta de que la música necesita a la gente. Necesitas a un público ocupando ese espacio, que experimente lo que es. De otro modo, pierde buena parte del sentido. Por supuesto la interpretación musical no deja de ser algo maravilloso, pero sólo está viva si hay alguien que la escucha.

— La presencia de público afecta al sonido en un sentido físico, acústicamente, pero hay otro tipo de diferencia —difícil de expresar con palabras— relacionada con el impacto de la actividad artística.

— Es más, se puede decir que uno puede ensayar en una sala de conciertos vacía, y el silencio que experimenta no es el mismo que cuando un millar de personas prácticamente aguantan la respiración, porque te están escuchando con atención plena y vibrando ellos mismo. Ese es otro tipo de silencio, ahí está la energía que necesitamos.

— Pensando concretamente en Schubert, los silencios tienen una presencia sintomática y quién sabe si alarmante; según mi experiencia como oyente, no todos los públicos los toleran fácilmente.

— Algunas personas tienen miedo del silencio, eso es innegable, pero es que, en Schubert, concretamente, parece como si toda su música —no sólo las sonatas— en última instancia condujera al silencio. En ese silencio hay tanta música, tanto significado concentrado.

“La interpretación musical es en sí mismo algo maravilloso, por supuesto, pero sólo está viva si hay alguien que la escucha”

— Es muy tentadora la explicación psicológica a propósito de su tríptico de sonatas final, compuesto en el último año de vida por un Schubert enfermo pero lúcido, perfectamente consciente de la situación.

— Hay teorías respecto de la conciencia que Schubert tenía en ese momento y de su propósito, que se apoyan en el hecho de que, en el manuscrito de la partitura, escribió “Sonata 1”, a propósito de la sonata en do menor (D958), “Sonata 2” en el de la compuesta en la mayor (D959), y “Sonata 3” en la final, en si bemol mayor (D960). Por supuesto que antes había compuesto otras sonatas para piano, pero esa numeración da a entender que se trata de un todo, pensó en ellas de forma conjunta, como etapas de un trayecto vital.

— ¿Podríamos ver, por tanto, incluso una especie de narratividad no ya sólo en el interior de las sonatas, en cada movimiento, sino entre ellas?

— Me da la sensación de que la sonata en do menor refleja su experiencia ante los problemas del mundo, la angustia, un terror del que no se puede huir. En su caso, por supuesto, la enfermedad. Schubert sabía que su tiempo era limitado. Esa sonata es una de las más dramáticas de cuantas compuso, constantemente se aprecia la sensación de estar siendo perseguido, de que no hay escapatoria.

Paul Lewis, en el Palau de la Música Catalana
Paul Lewis, en el Palau de la Música Catalana. © J. Zabalo

— Alfred Brendel, que tocó estas piezas también en el Palau, se refirió a esta sonata como la más “neurótica”, mientras que Schumann, maestro de la irresolución, había destacado lo inacabable de su despliegue, “como si no pudiera alcanzar un fin”.

— En cambio, la siguiente —en la mayor— aborda la aceptación del destino. La necesidad de asumir lo inevitable con los brazos abiertos, de llegar a algún tipo de acuerdo con uno mismo. En el movimiento de clausura, con todas esas repeticiones y la inclusión de un tema perteneciente a otra sonata previa, parece estar despidiéndose, diciendo adiós a algo que no acaba de llegar… Y entonces, después, viene la sonata en si bemol mayor, en que Schubert estaría hablando desde otro lugar.

— Llama poderosamente la atención esa dialéctica en Schubert, que articula repeticiones —insistentes referencias al tema, sin apenas desarrollo— con interrupciones súbitas. Una especie de obsesión por permanecer, enfrentada con la tendencia contraria, consistente en ensayar su desaparición y fundirse en el silencio. 

— Sí, a diferencia de Beethoven —en cuya música también hay lucha, una tensión muy evidente— las preguntas en Schubert no conocen respuesta, generalmente. Después de cuarenta minutos de sonata, no sólo no tienes respuestas, sino que incluso pueden haberse multiplicado las preguntas que suscita el discurso musical en el alma del oyente. Pero para mí, precisamente por eso, refleja en qué consiste la humanidad. Beethoven es sobrehumano, mientras que Schubert muestra la vulnerabilidad, la fragilidad del ser humano.

— Quizá por eso fue un compositor de Lieder tan universalmente celebrado, ¿no crees?

— El elemento humano, concretamente la voz, está presente en su música, también en las sonatas. Y es que uno ha de respirar como si estuvieras cantando, las piezas emanan una verdad trascendente y profundamente humana a través de ese ritmo vital que Schubert captó como pocos compositores, dando una sensación muy genuina de espacio y de libertad.

“Hay nostalgia en esa alegría, nostalgia de la belleza imposible, que es evocada episódicamente pero que no puede ser ya poseída”

— En el espíritu romántico convive esa libertad con los sufrimientos experimentados en aquella búsqueda sin respuestas. Una retroalimentación afectiva que parece ajena a la lógica de la razón humana, pero que la música logra trasladar de forma sensible, resultando a veces balsámica… ¿Crees que lo fue, en el caso de Schubert?

— Creo que el trayecto que representan las tres sonatas finales funciona, de algún modo, como consolación. Fue una manera de expresar y aceptar en qué punto se encontraba en su vida, desde la realidad más descarnada hasta su anhelo de liberación, una vez tuvo el diagnóstico y supo que la sífilis lo iba a condicionar hasta la muerte.

— Por supuesto, ese tipo de conflictos o contradicciones es algo que la gramática musical puede articular de forma semiconsciente para el oyente, sin el concurso de conceptos…

— Así es, la yuxtaposición entre el modo menor y el mayor, tan frecuente en Schubert, permite que esa lucha sin resolución final pueda ser intuida. La sonata en do menor (D958) refleja de forma ejemplar la alternancia anímica, así como la tensión —inevitable— entre ambos extremos. Cuando Schubert accede al tono mayor en realidad lo hace esbozando una sonrisa triste. Hay nostalgia en esa alegría, nostalgia de la belleza imposible, que es evocada episódicamente pero que no puede ser ya poseída.