Happy Frog Drums
Happy Frog Drums, en el barrio del Poble-sec, en Barcelona.

Happy Frog Drums, el taller de referencia de los baterías

En el Poble-sec hay un local donde todos los baterías del país llevan a reparar sus platos, bombos o cajas. Su propietario, Ricard Monné, no se define como un lutier, sino como un mecánico. Le gusta compararse con su abuelo, que era zapatero.

En la calle de Magalhães, 31, en el Poble-sec (allí donde hay un montón de calles con nombre de conquistador) hay un local, muy pequeño, llamado Happy Frog Drums que, realmente, te hace sentir feliz como una rana percusionista. Allí se reparan baterías. Todos los baterías de Catalunya, pero también de toda España, llevan o envían los platos agrietados, las cajas que se han aflojado o agujereado al propietario del pequeño taller: Ricard Monné, que, claro, es, también, un magnífico batería (toca con muchos artistas de muchas disciplinas diferentes) y, además, da clases de batería. Conozco a una alumna suya. Dice que esa hora, ambos con las baquetas en la mano, es la mejor de la semana.

Este taller era la zapatería de su abuelo. “Era el zapatero del barrio. Le arreglaba los zapatos a Serrat, a Sisa… Es muy romántico, este espacio. Y mi padre compró el local (mi abuelo lo tenía en alquiler) y puso un torno. Y entonces, cuando se jubiló me lo quedé”. A mi alrededor, en los estantes, hay muchos aparatos de percusión que no sé cómo se llaman. ¿Qué sabemos de las baterías? Yo, nada de nada.

“Todo empieza con mi padre y mi madre, que a los catorce años ¡me dejaron tener la batería en el piso! Acústica ¿eh? No electrónica. De hecho, me dejaron ensayar en el piso con mi primer grupo. La gente era más comprensiva. Ahora, el único ruido que se tolera es el de los niños llorando. Un violín, no. Y el caso es que a los catorce años se me rompió el primer plato. El segundo, ya lo arreglé yo”, explica. Era, pues, uno de esos niños que desmontan los aparatos para ver cómo funcionan. “En el año 96 grabé mi primer disco. Puse anuncios de estos que se pegan en las farolas, con una solapa. “Se reparan baterías”. No me llamó ni Dios. Y entonces, cuando ya empezó a funcionar Internet, cuando apareció Facebook, yo también empecé a tener trabajo y a no parar… Fui contable paralelamente a músico y me dije: ‘Se acabó lo de ser contable’. No solo reparo para gente de Barcelona. Me envían cosas de todas partes. Esto es una caja, ¿ves? Uno de los tambores principales de la batería. Tiene algunos mecanismos y algunas cosas que se estropean”.

Ricard Monné, en su taller del Poble-sec. ©HappyFrogDrums

Le pregunto, ignorante, si una caja, por ejemplo, se agujerea. “Depende”, me contesta con una sonrisa. “Muchas veces hay quien cree que la mejor batería, la mejor, es la que tiene la mejor madera. Pero la gran inversión de la batería son los hierros. Todo esto está lleno de roscas, sujeciones, anclajes que se rompen. Es esto lo que hace que sea más buena o más mala, que se rompa o no se rompa. Lo que repararás son hierros y recubrimientos”.

Observo otro de los “aparatos”, ignorante perdida. Estoy oyendo por primera vez nombres como goliat, tom, hi-hat o caja… Mi cultura percusionista no pasa del Timbaler del Bruc, un héroe de las fake news. Ahora que ha muerto el batería de los Rolling Stones (que se ve que llevaba una de las baterías más austeras del mundo del rock and roll) le hemos visto, en los vídeos, tocando Satisfaction. ¿Cuántos nombres de batería del pop mundial podríamos recordar? Él, el de los Stones, Charlie Wats; el de los Beatles, Ringo Starr. ¿Y quién más? Michael Gilles, el de King Crimson que todo el mundo respeta y admira tanto… Por otras razones, Phil Collins. Y tal vez, alguien sabrá decir el nombre de alguna batería mujer. La de los Carpenters, claro, que se llamaba Karen (Carpenter); la de los Arcade Fire, que es un grupo que me encanta, Regine Chasagne (también cantante y teclista) y, claro, Moe Tucker, la de The Velvet. Para de contar.

“Esto es un tambor, por ejemplo”, me dice Ricard. Y, después de verlo de cerca, le pregunto si es de piel. “Históricamente esto sería de piel, pero ahora es de plástico”. ¿Sería mejor de piel? “Para los veganos, no. Es menos práctica, la piel. Altera la tensión en función de la humedad. Y esto hace que se pueda romper, por ejemplo, si haces un viaje en avión y se tensa. Desde que se inventó la batería es normalmente plástico”. Y eso me lleva, claro, a dilucidar cuándo se inventó la batería. “Nace en 1900 con el jazz. Antes, la percusión la hacían diferentes personas. Uno tocaba el bombo, el otro los platos… Y cogieron al que sabía más, que solía ser el de la caja, y le sentaron”.

“Todo empieza con mi padre y mi madre, que a los catorce años ¡me dejaron tener la batería en el piso! Entonces se me rompió el primer plato. El segundo, ya lo arreglé yo. En el año 96 grabé mi primer disco.”

Mientras vamos mirando, me cuenta lo que hace. “Estoy reparando este tom, aquel goliat y aquel bombo de allí… Este plato tenía una grieta, es como una carrera en una media”. Fascinada, observo platos que tiene, ya reparados, a los que les ha hecho agujeros. Entiendo eso que dice de la carrera en la media. Hay que detener el camino de esa grieta. “Aquí he pasado muchos años investigando. He tenido que estudiar física para saber cómo se comportan las grietas con el metal. Tienes que hacerlo con mucha simetría, sin calentar el bronce, pulirlo muy bien… Los cortes deben tener una proporción. Este plato igual vale cuatrocientos cincuenta euros y la reparación veinte o treinta. Además, es un plato antiguo”.

Happy Frog Drums
Por la zapatería del abuelo de Ricard Monné, ahora un taller de reparación de baterías y accesorios, pasaron figuras como Serrat o Sisa.

Me pregunto, como amante de todo lo viejo, si haces feliz a un batería regalándole platos antiguos. “Depende. Hay quien te dice: ‘¿Qué roña que me has regalado?’. Pero a mí me gustan. Existe la motivación del cazador; antes se hacían dos platos iguales y uno sonaba mal y el otro espectacular. Pero ahora todos suenan igual. Tengo varios sets de platos y los pongo según lo que toco. Todos los platos fabricados en Turquía a mano, sean de la marca que sean, suenan muy bien. Turquía y China se han especializado en platos. Mira, este es un plato turco hecho a mano”. Y sonrío, porque la marca, claro, es Bosphorus. “Pero los mismos fabricantes hacen platos más baratos con la misma aleación. Esta se llama B-2o porque tiene un veinte por ciento de estaño. Es uno de los metales más caros que existen aparte del oro. Cuanto más estaño, más caros”.

“La batería nace el 1900 con el jazz. Antes, la percusión la hacían diferentes personas. Uno tocaba el bombo, el otro los platos… Y cogieron al que sabía más, que solía ser el de la caja, y le sentaron”

Le pregunto si cada músico se monta la batería como quiere. “El orden es el que te plazca, lo que pasa es que la batería ya es muy práctica en todos los sentidos menos uno. Que tienes que cruzar la mano. El pie que más trabaja es el derecho, el pie bueno toca el bombo, la mano derecha normalmente toca los platos que es lo que tiene más pulsaciones. Y los platos están colocados estratégicamente. Tengo cuatro baterías que uso para conciertos. Y aquí tengo cosas que algún día restauraré. Antes, en los ochenta no se reparaba, se compraba”, dice. Y pienso que tiene razón, y que no solo pasaba en la industria de las baterías, sino, también, en la de los coches, las neveras, la ropa, los zapatos. Él ha convivido, desde pequeño, con un zapatero. Sabe lo que es tapar un agujero de una suela. Ahora se repara. “Me gusta. Ecológicamente y también por el romanticismo de recuperar cosas que estarían en la basura”. Me enseña otro de los —no sé si llamarlo así— timbales. “Esta es una marca catalana, de mediados del siglo pasado, se llama Miller, porque el dueño se llamaba Millera. Como Miguel Ríos, que se hacía llamar Mike Ríos. Era la marca que se compraba la gente cuando no se podía comprar las marcas de importación como Ludwig”.

Rcard Monné, también batería, en una imagen de archivo. ©Happy Frog Drums

Ricard, antes, escribía para una revista que se llamaba Batería & percusión, que ya cerró. Lo que contaba era importantísimo para el mundo de la música. No se considera un lutier. “Yo no soy lutier, soy mecánico, me comparo con mi abuelo, el zapatero. Un artesano. Sí, claro, no solo reparo. También me viene alguien que, pongamos por caso, quiere convertir este tambor, el goliat, en un bombo. ¿Por qué? Para ir de bolos y que no te ocupe tanto espacio, por ejemplo. Entonces deben adaptarse unas patas, un aro… Hay veces que me traen un tambor antiguo. Y nos inventamos la pieza o la modificamos”.

“Antes, en los ochenta, se compraba. Ahora se repara y me gusta. Ecológicamente y también por el romanticismo de recuperar cosas que estarían en la basura”

Por último, tengo ganas de preguntarle por las baterías electrónicas. ¿Qué piensa de ellas? ¿Las arreglas también? “Algo de electrónicas hago, sí, porque también sé algo de electrónica. Si la pregunta es ‘qué pienso’ te diré que no las considero un engendro del demonio. Me parecen divertidas. Puedes poner sonidos que tengan notas… Y juntar electrónica y acústica me gusta. De colección tengo dos. Una Roland y una Simons. Hacen sonidos muy frikis, son guays. Pero son dos cosas diferentes. Como el atún de lata y un lomo de atún. Dos cosas diferentes que están bien. Nunca me haría una ensalada con lomo de atún ni una sanfaina con atún de lata”.

Salgo de la tienda con ganas de ir a verle en un concierto. Con ganas de fijarme en la batería. La discreta, diabólica, imprescindible y energética batería.