Una exposición temporalísima, en la Sala 2 del Palau Robert, muestra cómo se ha convertido Europa en una especie de gran castillo medieval donde los vasallos gozan de determinados privilegios mientras los dueños se ocupan de salvaguardar sus fronteras para que todo el invento sea viable. Todo ello a través de las fotografías del fotoperiodista y documentalista independiente Sergi Cámara, que, con un talento innegable para inmortalizar la expresión más descarnada del drama, ofrece un relato sobre nueve puntos cardinales de nuestras contradicciones internas: el Canal de la Mancha, los Alpes, Horgos, Ventimiglia, el Mediterráneo Central, Lesbos, Kos, Irún, Ceuta y Melilla. Una exposición sobre nuestros culos, nuestro backstage, la parte fea de nuestro bienestar. Se ha hablado estos días de la antigua relación de algunos burgueses catalanes con la esclavitud, pero nosotros, que no somos ricos, hemos generalizado un bienestar que, como todos los bienestares, tiene un precio. Y es un precio que pagamos, encima, sin verlo. Esto si no vamos a la exposición, por supuesto.
Los textos de los paneles vienen complementados con textos más extensos del propio autor dentro de códigos QR, que nos muestran detalles de las diferentes rutas que emprenden “las personas migrantes” (los inmigrantes) y sus penurias. Estadísticamente la realidad que muestra esta exposición es escalofriante, no tanto por las cifras en sí (al menos 5.684 muertes en rutas migratorias hacia Europa desde que comenzó en el 2021, al menos 2.836 personas muertas o desaparecidas en la ruta del Mediterráneo central, 1.532 muertes en la ruta occidental África-Atlántico hacia las islas Canarias…), sino porque mientras lo observas sabes que son muertes seguramente inevitables. O demasiado complicadas de evitar, debido a los intereses en juego, que son, de nuevo, los nuestros. Recrearnos con la estadística nos puede llevar a un absurdo, efectivamente, como ese marcador de muertes en el mar que ideó Ada Colau para la playa de la Barceloneta: es más útil acercarnos a la fotografía y al texto explicativo, que nos gritan que quizá es cierto que no hay nada que hacer, pero también que no puede ser que no haya nada que hacer.
Descubrimientos interesantes como que las pistas de esquí de los Alpes, de noche, son utilizadas por refugiados y migrantes para entrar en Francia sin ser vistos. O que muchos afganos o sirios toman la ruta de los Balcanes para llegar a Europa, así como muchos marroquíes o africanos que así intentan evitar la tumba casi segura que supone cruzar el Mediterráneo. O qué tiene que ver Melilla con el tráfico de personas, y no solo con las vallas y la policía de Marlaska, o cómo Turquía enlaza con islas griegas como Lesbos o Kos para que varias personas traten de huir de la guerra. Especialmente interesante es el caso de Irún, punto de enlace clandestino entre la Península Ibérica y Francia, como si fuera un puerto seco para aquellos (sobre todo provenientes de la ruta de Canarias) que pretenden avanzar hacia aún más arriba, como aquellos otros que atraviesan en barcas clandestinas el Canal de la Mancha por llegado al Reino Unido. O el caso de los niños que se esconden bajo los camiones del puerto de Ceuta por si así un barco puede embarcarlos hacia Algeciras, al más puro estilo de los grumetes stevensonianos. Estamos allí mismo.
En los rostros vemos toda la impronta de la biografía personal, los anhelos, la dignidad, a veces incluso una normalidad en forma de luz en los ojos o de esperanza ilusa. Las fotografías también muestran historias de la violencia, de hambre, de miedo, de persecución e infierno. Especialmente destacable la figura humana que llega remojada en las costas de Kos, sin un solo aliento de fuerza disponible, en una paradójica mezcla entre el alivio de haber llegado y el horror de haber tenido que llegar. O bien la reproducción de las tumbas “al inmigrante desconocido” que, en las lápidas, sólo contienen un “D.E.P. Inmigrante nº 1” o “D.E.P. Inmigrante nº 2”. De nuevo, la siniestra estadística.
Una exposición que denuncia el cinismo europeo, una unión de Estados que Borrell tachó de “jardín en medio de la selva” como quien repite como un loro el concepto “democracia plena” sin ver que, dentro de su territorio y en sus fronteras , se están vulnerando derechos humanos. O viéndolo, pero cómodamente instalados en el jardín. Ya me van a perdonar pero ahora mismo nuestra prioridad es Ucrania, disculpen las molestias.