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“The greatest teacher, failure is” (Master Yoda). La sentencia de Yoda, de inequívoca construcción en hipérbato, no parece aplicable a la película en que se escucha. El estreno de Los últimos Jedi (2017), el pasado 15 de diciembre, ha sido el segundo más taquillero de la historia en los Estados Unidos, sólo por detrás del episodio anterior (quizá por tratarse de la esperada continuación de la trilogía original). El despertar de la fuerza (2015) recaudó 210 millones de dólares, superando ya en los primeros días el coste total de producción, y la nueva edición le sigue de cerca. La historia de Star Wars es, al menos en lo económico, la historia de un triunfo continuado.
UNA RECEPCIÓN MÍTICA
El éxito reciente, en efecto abrumador, no puede decirse que sea nuevo. La obra que daría nombre a la saga, La guerra de las galaxias, supuso en 1977 un fenómeno cinematográfico y social completamente inesperado, con evidente repercusión económica: una inversión de 11 millones de dólares generó más de 460. Tampoco los productores supieron medir la dimensión del fenómeno, pues cedieron los derechos de explotación de la mercadotecnia al joven director, Georges Lucas.
Los personajes, interpretados por actores noveles, se saludaron como arquetipos, referentes de validez atemporal, mientras que los androides y naves espaciales a su vez se convirtieron en objeto de culto. Iconos, todos ellos, de una realidad que constituye el imaginario colectivo hasta la actualidad, y que reencontramos en todo tipo de objetos de consumo (de entretenimiento, por supuesto, pero también moda o alimentación). Los productos que derivan de ese lejano mundo cumplen con una función ritual, hacen partícipe a su poseedor de una narrativa propia del mito
Los productos que derivan de ese lejano mundo cumplen con una función ritual, hacen partícipe a su poseedor de una narrativa propia del mito
Resulta tentador creer que el éxito de la saga Star Wars se debe al despliegue de un dispositivo de marketing agresivo. Pero también cabe entender la cuestión a la inversa: el despliegue se produce a tenor del interés que despierta la complejidad de las cuestiones puestas sobre la mesa de juego por la ficción, y que van mucho más allá de lo habitualmente narrado en las películas de acción, en que “buenos” y “malos” se enfrentan sin tregua ni ambigüedades.
És innegable que la proliferació de criatures mai vistes ni imaginades, igual que els efectes especials, capten poderosament l’atenció de l’espectador, mentre que el savi ús de la banda sonora, de John Williams, dota d’una dimensió més profunda i creïble la trama, a través del leitmotiv, és a dir, mitjançant l’assignació de temes recurrents que caracteritzen personatges i permeten amplificar el sentit de les situacions plantejades. I, amb tot, la grandiloqüència audiovisual funciona com a suport d’una proposta que en si mateixa es vol transcendent i l’avenç de la qual es narra amb to èpic, com a epopeia fundacional de valors, ubicada més enllà del context de l’espectador (“fa molt de temps, en una galàxia molt molt llunyana”).
ESPIRITUALIDAD QUE SE PERPETÚA EN TRILOGÍAS
““La humanidad arranca en el momento en que deja de ser instintivamente egoísta”, afirmó Akira Kurosawa, habiendo constatado no sin asombro la capacidad de sacrificio de la que es capaz el ser humano. El conocimiento y aprecio de Georges Lucas por el cine del director japonés es evidente, y de hecho él mismo ha ponderado la influencia de películas como Rashomon, Los siete samuráis o, sobre todo, La fortaleza escondida.
Difícil no comprender a la luz de éstas la estética y disciplina Jedi. Las catanas se convierten en sables láser y los kimonos son la vestimenta que caracteriza a aquellos regidos por una moral de corte budista, una filosofía de vida que renuncia en primera instancia a la satisfacción de los intereses particulares.
La ausencia de doctrinas teóricas en el budismo se acompaña de una disposición práctica, una forma de empatía que no es menos exigente que el estudio. Y, sin embargo, la propuesta de espiritualidad alternativa que ofrece Star Wars resulta sumamente exitosa en términos comerciales. Es conocido cómo la ficción -series y películas, en nuestra época- realiza en el imaginario popular la función de un espejo en el cual mirarse para la aceptación propia y ajena, y en el que se debaten cuestiones axiológicas, relativas a los valores (posee un papel comparable al de la novela, que Paul Ricoeur estudió en Temps et récit o en Soi-même comme un autre).
La saga de los caballeros Jedi funciona en la cosmovisión de diferentes generaciones de espectadores como un mito fundacional, una narrativa religiosa que atrapa de inicio, con la trilogía original, a través de la escisión e identificación del padre y el hijo, que deviene figura crística por la crisis que experimenta al saber y sufrir por la verdad. La lectura freudiana señala la ambivalencia constitutiva de esa relación familiar de amor-odio, presente en los mitos de los orígenes de diferentes civilizaciones, también la cristiana (y cuya versión psicoanalítica, ya en el siglo XX, es la confesión de aquel sueño de un paciente de Freud: “Padre, ¿no ves que me estoy quemando?”).
La saga de los caballeros Jedi funciona en la cosmovisión de diferentes generaciones de espectadores como un mito fundacional
El hijo redime al padre que lo ha sumido en la incomprensión de un sufrimiento exagerado, lo salva; promueve el giro de su mirada en El retorno del Jedi perpetuando la intensidad emocional de El Imperio contraataca, una de las mejores segundas partes de la historia del cine. La segunda trilogía, en cambio, supone un anticlímax en toda regla, que parece estar siendo enmendado por la tercera trilogía, en los últimos años.
En la figura de Kylo Ren -hijo de Han Solo y Leia- pero también en la del anciano Luke, que Yoda aún llama “joven Skywalker” en Los últimos Jedi, reencontramos la correspondencia de bien y mal, entendida como dos caras -no excluyentes entre sí- de la misma moneda. El “lado oscuro” aflora en Kylo Ren, como lo había hecho en su abuelo Darth Vader, pero también la duda, la vacilación. Los paralelismos no son casuales, al contrario. Luke se ve tentado a extinguirlo, a negarlo por miedo, lo cual no hace sino espolear su realidad.
LA FUERZA, PRINCIPIO CÓSMICO
Así, lo que verdaderamente atrapa de la saga Star Wars, desde su trilogía inicial, es la psicología de los personajes y el entramado de relaciones sentimentales y familiares que se revela progresivamente, con relación a un principio de connotaciones místicas, como es la “la fuerza”. El término (force) bien puede apuntar a una vertiente física, a un poder, pues aquellos que la reconocen en sí con una intensidad superior son también hábiles en la lucha, capacitados para hacer levitar masas con (el poder de) la mente. Ahí, precisamente, radica la otra vertiente; la que presenta a la fuerza como principio espiritual, si bien inaprensible o inconcebible en un sentido enteramente racional.
La definición de la fuerza es enunciada con solemnidad en la primera película de la saga -cronológicamente hablando- por uno de los Jedi más carismáticos, Obi-Wan Kenobi: “La fuerza es lo que da al Jedi su poder. Es un campo de energía creado por todos los seres vivos. Nos rodea y nos impregna. Es lo que mantiene a la galaxia unida”.
Prácticamente idéntica -podríamos pensar de inicio, es la definición que Rey ofrece a Luke Skywalker en Los últimos Jedi, siendo interrogada por él: “es un poder que los Jedi tienen, que les permite controlar a la gente y… hacer que las cosas floten”. La respuesta de Luke no puede ser más tajante: “Impresionante. Cada palabra de esa frase es incorrecta”. No porque los Jedi no sean poderosos, en el sentido apuntado, sino porque la aseveración se basa en una creencia, abunda en el mito, y no es consciente de que -según precisa Luke- la fuerza no es un poder que posean los Jedi de forma exclusiva; incluso si la fuerza les da el poder, una vez la sienten en su interior, reconocida como “equilibrio y energía” -dirá Rey, ya con tino. Pero esa aprehensión no es intelectual, ni puede darse por supuesta, so pena de envilecer el que se cree poderoso.
El proceso de desmitificación de las nociones típicamente “Jedi”, en la última entrega de la saga, representa una parte esencial de la disciplina
La destrucción del templo o la quema de los libros sagrados apuntan a la necesidad de trascender la leyenda, y proteger al discípulo contra un imprudente endiosamiento. El proceso de desmitificación de las nociones típicamente “Jedi”, en la última entrega de la saga, representa una parte esencial de la disciplina que busca ser restaurada. Se da un paso más en la crítica a la visión dicotómica y maniquea, que entiende el bien como inherente a la fuerza y el mal a su lado oscuro. (Continuará…)
“The greatest teacher, failure is” (Master Yoda). La sentencia de Yoda, de inequívoca construcción en hipérbato, no parece aplicable a la película en que se escucha. El estreno de Los últimos Jedi (2017), el pasado 15 de diciembre, ha sido el segundo más taquillero de la historia en los Estados Unidos, sólo por detrás del episodio anterior (quizá por tratarse de la esperada continuación de la trilogía original). El despertar de la fuerza (2015) recaudó 210 millones de dólares, superando ya en los primeros días el coste total de producción, y la nueva edición le sigue de cerca. La historia de Star Wars es, al menos en lo económico, la historia de un triunfo continuado.
UNA RECEPCIÓN MÍTICA
El éxito reciente, en efecto abrumador, no puede decirse que sea nuevo. La obra que daría nombre a la saga, La guerra de las galaxias, supuso en 1977 un fenómeno cinematográfico y social completamente inesperado, con evidente repercusión económica: una inversión de 11 millones de dólares generó más de 460. Tampoco los productores supieron medir la dimensión del fenómeno, pues cedieron los derechos de explotación de la mercadotecnia al joven director, Georges Lucas.
Los personajes, interpretados por actores noveles, se saludaron como arquetipos, referentes de validez atemporal, mientras que los androides y naves espaciales a su vez se convirtieron en objeto de culto. Iconos, todos ellos, de una realidad que constituye el imaginario colectivo hasta la actualidad, y que reencontramos en todo tipo de objetos de consumo (de entretenimiento, por supuesto, pero también moda o alimentación). Los productos que derivan de ese lejano mundo cumplen con una función ritual, hacen partícipe a su poseedor de una narrativa propia del mito
Los productos que derivan de ese lejano mundo cumplen con una función ritual, hacen partícipe a su poseedor de una narrativa propia del mito
Resulta tentador creer que el éxito de la saga Star Wars se debe al despliegue de un dispositivo de marketing agresivo. Pero también cabe entender la cuestión a la inversa: el despliegue se produce a tenor del interés que despierta la complejidad de las cuestiones puestas sobre la mesa de juego por la ficción, y que van mucho más allá de lo habitualmente narrado en las películas de acción, en que “buenos” y “malos” se enfrentan sin tregua ni ambigüedades.
És innegable que la proliferació de criatures mai vistes ni imaginades, igual que els efectes especials, capten poderosament l’atenció de l’espectador, mentre que el savi ús de la banda sonora, de John Williams, dota d’una dimensió més profunda i creïble la trama, a través del leitmotiv, és a dir, mitjançant l’assignació de temes recurrents que caracteritzen personatges i permeten amplificar el sentit de les situacions plantejades. I, amb tot, la grandiloqüència audiovisual funciona com a suport d’una proposta que en si mateixa es vol transcendent i l’avenç de la qual es narra amb to èpic, com a epopeia fundacional de valors, ubicada més enllà del context de l’espectador (“fa molt de temps, en una galàxia molt molt llunyana”).
ESPIRITUALIDAD QUE SE PERPETÚA EN TRILOGÍAS
““La humanidad arranca en el momento en que deja de ser instintivamente egoísta”, afirmó Akira Kurosawa, habiendo constatado no sin asombro la capacidad de sacrificio de la que es capaz el ser humano. El conocimiento y aprecio de Georges Lucas por el cine del director japonés es evidente, y de hecho él mismo ha ponderado la influencia de películas como Rashomon, Los siete samuráis o, sobre todo, La fortaleza escondida.
Difícil no comprender a la luz de éstas la estética y disciplina Jedi. Las catanas se convierten en sables láser y los kimonos son la vestimenta que caracteriza a aquellos regidos por una moral de corte budista, una filosofía de vida que renuncia en primera instancia a la satisfacción de los intereses particulares.
La ausencia de doctrinas teóricas en el budismo se acompaña de una disposición práctica, una forma de empatía que no es menos exigente que el estudio. Y, sin embargo, la propuesta de espiritualidad alternativa que ofrece Star Wars resulta sumamente exitosa en términos comerciales. Es conocido cómo la ficción -series y películas, en nuestra época- realiza en el imaginario popular la función de un espejo en el cual mirarse para la aceptación propia y ajena, y en el que se debaten cuestiones axiológicas, relativas a los valores (posee un papel comparable al de la novela, que Paul Ricoeur estudió en Temps et récit o en Soi-même comme un autre).
La saga de los caballeros Jedi funciona en la cosmovisión de diferentes generaciones de espectadores como un mito fundacional, una narrativa religiosa que atrapa de inicio, con la trilogía original, a través de la escisión e identificación del padre y el hijo, que deviene figura crística por la crisis que experimenta al saber y sufrir por la verdad. La lectura freudiana señala la ambivalencia constitutiva de esa relación familiar de amor-odio, presente en los mitos de los orígenes de diferentes civilizaciones, también la cristiana (y cuya versión psicoanalítica, ya en el siglo XX, es la confesión de aquel sueño de un paciente de Freud: “Padre, ¿no ves que me estoy quemando?”).
La saga de los caballeros Jedi funciona en la cosmovisión de diferentes generaciones de espectadores como un mito fundacional
El hijo redime al padre que lo ha sumido en la incomprensión de un sufrimiento exagerado, lo salva; promueve el giro de su mirada en El retorno del Jedi perpetuando la intensidad emocional de El Imperio contraataca, una de las mejores segundas partes de la historia del cine. La segunda trilogía, en cambio, supone un anticlímax en toda regla, que parece estar siendo enmendado por la tercera trilogía, en los últimos años.
En la figura de Kylo Ren -hijo de Han Solo y Leia- pero también en la del anciano Luke, que Yoda aún llama “joven Skywalker” en Los últimos Jedi, reencontramos la correspondencia de bien y mal, entendida como dos caras -no excluyentes entre sí- de la misma moneda. El “lado oscuro” aflora en Kylo Ren, como lo había hecho en su abuelo Darth Vader, pero también la duda, la vacilación. Los paralelismos no son casuales, al contrario. Luke se ve tentado a extinguirlo, a negarlo por miedo, lo cual no hace sino espolear su realidad.
LA FUERZA, PRINCIPIO CÓSMICO
Así, lo que verdaderamente atrapa de la saga Star Wars, desde su trilogía inicial, es la psicología de los personajes y el entramado de relaciones sentimentales y familiares que se revela progresivamente, con relación a un principio de connotaciones místicas, como es la “la fuerza”. El término (force) bien puede apuntar a una vertiente física, a un poder, pues aquellos que la reconocen en sí con una intensidad superior son también hábiles en la lucha, capacitados para hacer levitar masas con (el poder de) la mente. Ahí, precisamente, radica la otra vertiente; la que presenta a la fuerza como principio espiritual, si bien inaprensible o inconcebible en un sentido enteramente racional.
La definición de la fuerza es enunciada con solemnidad en la primera película de la saga -cronológicamente hablando- por uno de los Jedi más carismáticos, Obi-Wan Kenobi: “La fuerza es lo que da al Jedi su poder. Es un campo de energía creado por todos los seres vivos. Nos rodea y nos impregna. Es lo que mantiene a la galaxia unida”.
Prácticamente idéntica -podríamos pensar de inicio, es la definición que Rey ofrece a Luke Skywalker en Los últimos Jedi, siendo interrogada por él: “es un poder que los Jedi tienen, que les permite controlar a la gente y… hacer que las cosas floten”. La respuesta de Luke no puede ser más tajante: “Impresionante. Cada palabra de esa frase es incorrecta”. No porque los Jedi no sean poderosos, en el sentido apuntado, sino porque la aseveración se basa en una creencia, abunda en el mito, y no es consciente de que -según precisa Luke- la fuerza no es un poder que posean los Jedi de forma exclusiva; incluso si la fuerza les da el poder, una vez la sienten en su interior, reconocida como “equilibrio y energía” -dirá Rey, ya con tino. Pero esa aprehensión no es intelectual, ni puede darse por supuesta, so pena de envilecer el que se cree poderoso.
El proceso de desmitificación de las nociones típicamente “Jedi”, en la última entrega de la saga, representa una parte esencial de la disciplina
La destrucción del templo o la quema de los libros sagrados apuntan a la necesidad de trascender la leyenda, y proteger al discípulo contra un imprudente endiosamiento. El proceso de desmitificación de las nociones típicamente “Jedi”, en la última entrega de la saga, representa una parte esencial de la disciplina que busca ser restaurada. Se da un paso más en la crítica a la visión dicotómica y maniquea, que entiende el bien como inherente a la fuerza y el mal a su lado oscuro. (Continuará…)