Cobrar los muertos

Cuando tocaban a muertos en la iglesia de mi pueblo, mi abuela, ansiosa, urgente, ávida, también atemorizada, nos decía a mí y mis hermanos: “¡Niños, niños, corred! ¡Id ver quién se ha muerto! “. En los ojos tenía una expresión de triunfo. Era alguien, era otro, no era ella. Cuando volvíamos con las noticias luctuosas, se lamentaba con tanta sinceridad como cliché. “Ay, pobre, figúrate, fíjate tú, tan joven, sólo setenta años…”. Porque la juventud es la cosa más relativa del mundo. De hecho, abracé este oficio que tengo, porque te consideran “joven escritor” hasta pasados ​​los cuarenta (por la misma razón, no me habría hecho futbolista). Cuando la veía llorar y gemir, entendía muy bien la idea de las plañideras egipcias. Ver llorar, contagia y reconforta. A la abuela, cada año, le cobraban un recibo por el derecho a nicho. Derecho a nicho. Vaya aliteración. La frase que decía era: “Ya han cobrado los muertos”.

Les hablo de eso, porque desde hace un año tenemos la muerte más presente que nunca. Cada día en las noticias nos dan una cifra. El otro día hablaba con el dueño de una funeraria que opera en la ciudad. Me explicaba —porque yo creía lo contrario— que con la pandemia no tienen más ingresos, porque todo el mundo gasta el mínimo en la caja, las flores y el servicio funerario. Como no lo tiene que ver nadie, no es necesario. Los muertos se han ido completamente solos. Y es por ello que no es necesario llenar ningún velatorio de coronas demasiado grandes, ni gastar en madera de roble con argollas doradas.

Si tuviera que hablar de mí —que no pago “los muertos”— no quisiera que la colecta para la caja fuese demasiado generosa. Y en cambio me haría gracia que todo el mundo pudiera comer y beber, allí mismo, como hacen en los funerales de la India. “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Entiendo que significa que el que se queda, no tarda ni un minuto, a pesar de la pena, en ponerse a comer. Vino para todos y trufa (ya procuraré morirme en temporada). Todas las flores las quiero en vida, ahora mismo. Ramos, ramilletes, macetas. No hay nada que me guste más que las floristerías, ahora llenas de ponsetias. No tardes, no tardes nada a comprar flores y regalarlas o quedártelas, cómo hago yo, para “consumo propio”.