Igual porque no fumo, no soy muy amante de sentarme en las terrazas. Me gusta comer o cenar sin ser observada por los paseantes y me gusta estar en un lugar con sistema de refrigeración. Para tomar una copa también preferiré siempre el interior (la oscuridad, la música, el ruido de las cocteleras…) pero hay veces que, empujada por los acompañantes, me siento en una terraza muy a gusto. A los más jóvenes las terrazas les gustan mucho justamente por la informalidad que representan.
Alguna vez, este verano, he ido con adultos y adolescentes a Barcelona y hemos acabado tomando algo. Entonces, la terraza del Dry Martini me ha parecido una buena opción, porque al lado está la heladería Brina, y puedes enviar a los menores al Brina —los ves— mientras tú te tomas, pongamos por caso, aquel gintónic que tienen, que se llama Silver Cloud.
De vacaciones en el Priorat, en los bares de vinos (por ejemplo, el recomendable La Bachanal, de Falset) me he sentado en la terraza, y así, de paso, he visto que muy cerca de mí se sentaba gente del mundo del vino. En la mesa de al lado estaba Sara Pérez, y en la de más allá, Silvia Puig (dos enólogas que admiro a saco). En todo caso, me siente o no me siente en una terraza, me gusta mucho que las haya y me gusta verlas llenas.
Leo que “la guerra de las terrazas vuelve a Barcelona” y que “la modificación de la norma abre la puerta a consolidar buena parte de las 10.000 nuevas mesas temporales”. A mí me gusta caminar por las ciudades del mundo y ver las terrazas, pero quizá porque son preciosas. Ves aquellas mesitas redondas, de mármol, de París, o aquellas otras, con manteles de cuadros, en Roma o Nueva York, esas mesas con sillas de madera de colores, en Atenas, y no te extraña que sirvan de escenario para películas románticas.
Todos los restauradores de Barcelona han hecho lo que han podido para embellecer sus terrazas en medio de la calle, delimitadas con estas vallas amarillas que se llaman New Jersey. Han puesto macetas, cajas de fruta decoradas… Algunos ya tienen unos tiestos de hierro, que hacen de perímetro, con publicidad de la marca de cervezas Alhambra (muy hábiles).
Sé que las vallas New Jersey son una solución momentánea, pero tiene que haber una que sea global, que esté bien pensada, que no sea un parche. En Barcelona hay mucho mejor clima que en París y que en Nueva York y que haya terrazas parece lógico y parece inevitable. Pero pienso que, de cara al futuro, quien sabe si en las ordenanzas pensadas para las siguientes pandemias, tenemos que poder evitar las vallas amarillas.