Es necesario celebrar el éxito de la película Casa en flames porque es la óptima adaptación del imaginario y de los tics cinematográficos de Hollywood al universo del costumbrismo catalán. El filme de Dani de la Orden es una película cincelada a base de tópicos, con unos personajes atrayentes pero dramatúrgicamente planos, y con un truco final protocolario que libera las tensiones (mediante una metáfora fogosa harto remenada) alla maniera de los yanquis. Pero toda esa tradición cinematográfica está perfectamente actuada, bien escrita y narrada con temple. Si Casa en flames fuera un producto estadounidense —dirigido por Woody Allen o, en una versión más kitsch-violenta, por Emerald Fennell— todos hubiéramos viajado al cine encantados de la vida y nos tragaríamos sus giros estudiadamente inesperados, tópicos sociales y etcétera sin más problemas; y si la madre tan bien esculpida por Emma Vilarasau la hubiera encarnado Meryl Streep, todo dios exigiría la estatuilla calva para la actriz perfecta.
Con todo esto quiero decir que resulta una noticia fantástica que Dani de la Orden y compañía hayan parido una competentísima película comercial y que haya cientos de miles de conciudadanos que paguen una entrada con tal de verla cuanto antes. Como dijo muy bien Joel Joan, nuestro cine sobresale en productos capaces de adquirir los premios más prestigiosos del cine europeo (a menudo por películas que, todo sea dicho, son un puto coñazo y siguen exactamente los mismos parámetros de Hollywood, tales como Alcarràs); pero nos cuesta muchísimo admitir que una industria como la del cine necesite una pièce bien fait correcta para que el público quiera apoquinar el precio de una entrada y reconocerse en un determinado imaginario, por muy artificioso que sea. En casa siempre estamos a favor del triunfo monetario y de que los creadores hagan mucha pasta con sus producciones, sobre todo porque el éxito de Casa en flames provocará que De la Orden pueda hacer más años de cine.
Los culturetas —como servidor, aclaro— saldrán de Casa en flames hinchando su ego a través de un arte tan fácil como sacar a relucir sus trampas. El cineasta no nos las esconde en ningún momento: el golpe de efecto inicial cadavérico, la figura de una madre demasiado maquiavélica y autotorturada como para ser verosímil, un grupo de familiares urdidos con unas taras emocionales de manual, esto tan español de situar el cinismo en el seno de una familia catalana prototípica del Eixample (con el consiguiente prejuicio resentido sobre aquella gente de la tribu que tenía suficiente dinero como para tener casita en Cadaqués) y uno lieto fine ambientado con la música más sociovergente que ha parido Catalunya. Todo esto está muy bien y servirá para ensanchar la autocomplacencia de la gente que se masturba con películas soviéticas quietistas y filmes post-godardianos. Pero la cuestión de fondo, insisto, es que existe un filme en catalán que cumple sobradamente con los estándares globalizadores.
El cine catalán debe sacar pecho con las virguerías de imagen y concepto de nuestro genio Albert Serra, sólo faltaría; pero también necesita contadores de historias que nos diviertan (hemos perpetrado miles de siestas tragándonos películas americanas mucho más mediocres que Casa en flames) y de productos que nos plazca tragarnos un viernes random de aquellos que salimos exhaustos del trabajo y deseamos una narrativa que no nos imponga mucha intensidad neuronal. Si el precio que tiene todo ello es que los culturetas de la tribu (y los habitantes del Eixample) salgamos del cine entretenidos y con suficiente fuerza como para hacer uno de nuestros artículos de crítica cultural —igualmente previsibles, dicho sea— pues la cosa habrá valido la pena. El cine es una industria y debe hacer caja, y resulta una magnífica noticia que Casa en flames provoque billete y que su staff y actores tengan suficiente visibilidad como para que el éxito comercial les dé más curro. Así todo el mundo saldrá ganando.
Para quien quiera hacerse el entendido, esta semana acaba el ciclo Agnès Varda Imprescindible en la Filmoteca. Allí los pitiminíes resabiados podremos acudir tranquilamente a ver cine de alto copete, creyéndonos todos entendidos y pretendidamente vanguardistas, y ello nos permitirá volver a casa por el Raval comentando lo libre y radical que era la señora en cuestión. Daremos la misma lástima, en definitiva, que los personajes sobredimensionados de Casa en flames. Yo espero que la taquilla de esta peli siga abultada de clings, que su cineasta pueda hipotecarse en breve comprando una casita (¡con extintores!) en la Costa Brava y que viaje a festivales suficientes como para que sus hijos tengan traumas de calidad debido a la ausencia paterna. Debemos volver a poner en valor el arte de hacer dinero, que esto de la catalanidad se está poniendo de un paupérrimo que asusta.