Una de las virtudes de las grandes ciudades es que puedes pasear y distraerte sin que nadie te conozca. El sentimiento de libertad es inmenso, sobre todo, cuando vienes de ciudades más pequeñas o de pueblos donde todo el mundo se conoce. Poder mirar, observar, detenerte frente a escaparates, sentarte en un banco de la calle y ver pasar a la gente, abstraerse ante un cantante callejero o levantar la vista hasta buscar esa azotea o cúpula únicas. Pasear sin rumbo concreto y sin preocupación, sólo por el placer de libertad, anonimato y seguridad.
Me ha interesado especialmente un capítulo del libro Feminist city. A field guide (2019, Between the lines i Edicions Bellaterra), de la geógrafa Leslie Kern sobre La Flaunese. Si bien como mujer he sentido la vivencia de anonimato paseando por la gran ciudad y la he disfrutado, caminando sin rumbo, distrayéndome y disfrutando de la belleza o de la extravagancia de no tener horarios ni destino, tengo que confesar que he evitado barrios o distritos por precaución, he cambiado de acera si en una calle solitaria debía cruzarme con un hombre o un grupo de hombres, o bien he percibido incomodidad por el hecho de ser mujer.
Las ciudades han sido la gran oportunidad de las mujeres para salir del entorno doméstico más allá del trabajo. Pero me pregunto, al igual que Kern, si hoy es posible para la mujer convertirse en invisible en las grandes ciudades del siglo XXI. Desprenderse, en definitiva, del estado de alerta y abstraerse y encantarse mirando la ciudad. O, para ser más exactos, vagar por las calles, rondar sin rumbo y sin objetivo, sólo por el placer que supone. Interesante reflexión que probablemente no nos planteamos porque las mujeres, como la mayoría de las personas, usamos la ciudad con un rumbo concreto: vamos y volvemos del trabajo, vamos a comprar, vamos al médico, llevamos y recogemos a los niños de la escuela, vamos a un concierto o al teatro…
La figura del flaneur o paseante es un término conocido por su caracterización en la obra de Charles Baudelaire, pero también el filósofo alemán Walter Benjamin profundiza en el concepto relacionándolo con la modernidad de la metrópolis como figura esencial del moderno espectador urbano.
Virginia Woolf desarrolla esa faceta en los ensayos sobre sus viajes y, muy concretamente, en los textos sobre Londres. En Paseos por Londres, por ejemplo, confiesa el placer de deambular por la ciudad bajo una atención flotante, como dice Kern, dejando vislumbrar una especie de paz y desprendimiento en medio de las multitudes.
Hay otras escritoras que realizan también este ejercicio y que nos describen la experiencia. Ahora bien, ¿nos imaginamos esta experiencia de flaneur empujando un cochecito, cargando un bebé en mochila o con una barriga de seis meses? Como nos dice Kern, ¿pasan desapercibidas estas mujeres? Seguramente, encontrarán muchas barreras, para empezar arquitectónicas, pero también logísticas y probablemente sociales.
Hay que observar que no sólo las mujeres se han sentido liberadas e intimidadas por la ciudad. Otros colectivos sufren esa contradicción. Las personas inmigradas que se reagrupan en los mismos barrios para su seguridad o las personas LGTBI que también sufren, al mismo tiempo, esa sensación de libertad y anonimato, y de amenaza. No podemos obviar los ataques homófobos que han sufrido últimamente personas gais.
Las ciudades para pasear nos liberan de nosotros mismos, por eso son tan atractivas, lo que hace falta es que también sean inclusivas y seguras.