Entrada principal del Teatre Nacional de Catalunya. ©V. Zambrano

Los programas culturales del 14-F

Las propuestas políticas que los partidos catalanes presentan en sus programas de cultura son paradigmas de los años 90 y no acaban de entender los cambios de gestión y consumo que nos impondrá la era Post-Covid

El confinamiento del pasado marzo nos ha obligado a revalorizar la idea misma y los hábitos de consumo de lo que llamamos “cultura”, un concepto demasiado vago pero útil a la hora de resumir el universo de la gestión aplicada las bellas artes (y su evolución en las vanguardias y la postmodernidad) y el entramado educativo, asociativo, industrial y económico que posibilita su formación y praxis. El particular idiolecto de la Covid-19 dejó claro que, por unanimidad arrolladora, la población considera la cultura como un “bien esencial” y, ciertamente, durante los meses más duros de clausura doméstica los artistas del país demostraron una generosidad sin límites a la hora de mitigar nuestra soledad con conciertos y programación teatral online gratuita o de coste bien exiguo, un esfuerzo que la administración no facilitó mucho a la hora de gestionar una desescalada en la que nuestros equipamientos debían afrontar la preparación de estrenos y conciertos sin saber a ciencia cierta si podrían llevarlos a cabo.

 

El esfuerzo titánico del sector para sobrevivir a su ruina no se ha visto recompensado en una campaña donde, como pasaba siempre, este bien tan “esencial” ha quedado enterrado en un inquietante silencio y los programas culturales de la mayoría de formaciones que concurren al 14-F todavía muestran una inquietante resistencia al cambio de paradigma que el mundo post-pandémico nos acabará imponiendo. Uno de los regalos (sic) que nos ha propinado este compás de espera exasperante de la Covid-19 ha sido el de ver como un sector que había confiado demasiado en el poder público para subsistir ha entendido finalmente que la cultura catalana no debe ser un apéndice de la administración y que en la función pública hay que compensarla con mucha más industria y un tejido privado competitivo. Finalmente, y yo que me alegro, mis compañeros han entendido que nuestra vida no es un funcionariado ni una tarea de aguerridos voluntarios y que, nos guste o no, el arte no puede vivir ajeno a las reglas del mercado y de la libre competencia. Welcome to the world.

Finalmente, mis compañeros han entendido que nuestra vida no es un funcionariado ni una tarea de aguerridos voluntarios y que, nos guste o no, el arte no puede vivir ajeno a las reglas del mercado y de la libre competencia

En este sentido, sorprende que la mayoría de partidos políticos catalanes se presenten al 14-F con un programa cultural donde las estrellas todavía son el horizonte presupuestario del 2%, la bonificación cultural (es decir, la subvención directa al espectador que consume) y la eterna promesa de una ley de mecenazgo. Digo que sorprende, primero, porque la pandemia ha evidenciado claramente que se debe de aumentar el presupuesto que se destina directamente a proyectos culturales, no engordar la administración ni su consiguiente y lenta burocracia. En segundo lugar, al espectador no es necesario subvencionarlo; ¡que la gente quiere ir al teatro y sigue teniendo sed de conciertos ya lo hemos visto! Lo que hace falta es dar más recursos a las infraestructuras públicas y privadas para que tengan más pasta, y lo antes posible, para que el sector se reactive de su agonía (de nada sirve darle una propinita al ciudadano, en definitiva, si el teatro donde quiere ir debe cerrar y los actores pasan hambre).

Finalmente, en cuanto la ley de mecenazgo, alguien debería tener un ataque de sinceridad y recordar a los catalanes que, en el actual marco competencial, las autonomías del reino no pueden impulsar una ley de paradigma anglosajón por el simple hecho de que tienen un margen nulo o escaso de modificar el impuesto de renta y el de sociedades. Esta resistencia al cambio de paradigma se comprueba, finalmente, en que ninguno de los partidos recuerda que un 1% de los fondos de recuperación de la UE podrá ir directamente a proyectos culturales; es decir, que muy pronto se dispondremos de dinero que podrá llegar directamente a los bolsillos del sector a partir de un convenio de mucha más agilidad. Aquello prioritario, en un sector que no vive en emergencia sino que se acerca peligrosamente a la desaparición, debería ser activar estos recursos presupuestarios (y en el caso de querer una ley de mecenazgo explicar cómo se pactaría con el estado). Que todo ello no se cite, insisto, hace patente que las sectoriales de cultura de los partidos viven todavía en el pasado.

Una pequeña parte de los fondos de recuperación podrán destinarse a proyectos culturales.

Con esto no quiero decir que los programas del 14-F no se encuentre algún hallazgo interesante (menos el de VOX, que no tiene sectorial de cultura y hace bien en recordarnos que la intransigencia siempre se acompaña de cierto analfabetismo). Esquerra y la CUP apuntan oportunamente que las políticas culturales deberían permeabilizar otros departamentos de la Generalitat, especialmente Educació e Indústria, Empresa i Coneixement. La huella de Laura Borràs se nota en el programa lingüístico de Junts per Catalunya y exige algo tan básico como pedir que el catalán sea considerado un requisito indispensable para trabajar en la función pública y también patenta la degradación de la lengua oral a los medios audiovisuales de la CCMA. Es una lástima que el soberanismo, sin embargo, aún no cuente, ahora que ya nadie se atreve a esconder que la inmersión lingüística no es efectiva en la escuela, cómo piensa prestigiar los estudios y la praxis de la lengua catalana en un entorno donde ésta se minoriza agónicamente.

Es una lástima que el soberanismo aún no cuente cómo piensa prestigiar los estudios y la praxis de la lengua catalana en un entorno donde ésta se minoriza agónicamente.

No es extraño que el españolismo catalán dedique la mayor parte de esfuerzos a recalcar las políticas patrimoniales, como es el caso del PSC, el partido que tiene más interés en mantener una industria pública esclerótica y su consiguiente mandarinismo cultural (en esto, y se agradece, los socialistas disimulan más bien poco). Tampoco sorprende que Ciudadanos opte por algo tan chupi-guay como despolitizar el marco de la cultura catalana… para que deje de ser catalana; en este sentido, es muy normal que tanto al PP como a Ciudadanos esto de la memoria histórica les dé un poquito de grima, pues ya sabemos que ésta nuestra manía de recordar nos lleva a ser muy esencialistas, provincianos y, de nuevo… catalanes. Es interesante que los Comuns dediquen una parte muy grande de su programa a los derechos de los trabajadores culturales y a la voluntad de alcanzar el estatuto del artista, en imitación al modelo jacobino. Pero insisto en lo que he dicho antes: ningún estatuto de artista suplirá la gracia que implica disponer de cash.

Concierto en el Teatre Grec. © Xavi Torrent

Sea como sea, y pase lo que pase el 14-F, la mayoría de partidos catalanes tienen la oportunidad de ejercer sus benintencionadísimas políticas en la mayoría de ayuntamientos donde ya gobiernan y en los que es fácil de comprobar que ni los presupuestos se ajustan a los porcentajes del 2% ni la cultura resulta el “bien esencial” que todo quisque predica. Afortunadamente, como decía al principio, los hábitos de cultura han cambiado con el confinamiento, y se nota en cosas tan sencillas como que ahora nadie acusaría un ciudadano de provinciano ni de poco enrollado si exige a la administración unas programaciones culturales que respeten la norma del Km 0 (un requisito que, en el caso de la música culta, por ejemplo, nuestros auditorios y teatros de ópera han incumplido con una irresponsabilidad supina). Que el consumidor también sea más exigente y muestre sus prioridades es una noticia fantástica, pues ello también agilizará la vida de los usuarios culturales haciéndolos más inquietos y responsables.

De hecho, y vista la parsimonia de la mayoría de programas culturales del 14-F, la conclusión de todo ello es que esto de nuestra cultura nos lo tendremos que acabar gestionando y salvando nosotros solitos. Si es por los partidos y por sus programas de los años 90, mamma mia, esto pinta muy mal. A pesar de este hecho incuestionable, vayan a votar, estimados lectores. Aunque sea para protestar.