A Jordi Esteva lo descubrí en el 2017, cuando preparaba un viaje a Omán, y un amigo común, el periodista Juan Manuel Sáenz (ex corresponsal de TVE en Colombia), me recomendó, con buen criterio, la lectura de su libro Los árabes del mar. Tras la estrella de Simbad: de los puertos de Arabia a la isla de Zanzíbar. Esteva es un escritor de viajes magnífico, aunque su pasión por las culturas orientales y africanas también le haya llevado a cultivar la fotografía y el cine. Es un viajero empedernido. Leyendo Los árabes del mar, recuerdo que pensé que Esteva era la clase de escritor viajero o de viajero escritor que me gustaría ser o quizá debería decir que me hubiera gustado ser. Leer a Esteva, sobre todo cuando has superado los cuarenta, tiene algo de doloroso. Más que pensar en qué te gustaría ser de mayor empiezas a pensar en qué te hubiera gustado ser cuando eras joven porque, aceptémoslo, ya eres mayorcito. En fin, supongo que leer el último libro de Esteva cuando estoy a punto de cerrar un segundo año pandémico sin grandes viajes en el horizonte me ha hecho sentir nostalgia de cuando todo estaba por hacer y todo era posible, que escribió el poeta.
A diferencia de Los árabes del mar, El impulso nómada, más que un libro de viajes, que lo es, creo que, por encima de todo, es un libro sobre el gran viaje: la vida. Esteva, que este 2021 ha cumplido los setenta, narra desde sus primeros recuerdos de infancia y adolescencia —cuando se le despierta el impulso nómada—, a una serie de viajes extraordinarios que le llevan a la India, Irán o Sudán, pero, por encima de todo, en Egipto. También relata el despertar del deseo y, como homosexual, me ha interesado especialmente la forma que tiene de explicar las relaciones entre hombres en sociedades tradicionales.
Las memorias de Esteva —presentadas por el mismo autor, esta semana pasada, en la librería Altaïr— son las de un viajero fascinado por lugares lejanos que, en algunos casos, el turismo de masas aún no ha acabado edulcorando y convirtiendo en una especie de película de Disney apta para todos los públicos y al alcance de todos los bolsillos. A menudo debe hacer frente a peligros, miserias y enfermedades, pero la recompensa es llegar a paraísos remotos como el oasis egipcio de Siwa o el lago Dal de Srinagar, en Cachemira.
Desde los Juegos Olímpicos estamos tan acostumbrados a que nos canten las excelencias de Barcelona o a cantárnoslas nosotros mismos porque estamos encantados de conocernos que corremos el riesgo de olvidar que Barcelona también es una ciudad de la que huir. “Un día me iré y no me verás más”, decía Esteva ya de niño y así lo hizo, en cuanto pudo. Fascinado por la promesa de aventuras, se marchó de una Barcelona gris y profundamente castradora para un espíritu libre como el suyo. El regreso, unos años después, no le será fácil —principalmente, porque no será un retorno deseado—. Sin embargo, a partir de cierto momento, se convertirá en el campamento base desde el que emprender nuevas aventuras.
Hayáis sentido o no el impulso nómada, si tenéis un mínimo de curiosidad por esta casa grande que es el mundo y por los vecinos con los que la compartimos, os recomiendo que leáis El impulso nómada, el nuevo libro de Esteva.