Tengo una vida nocturna tan nula que el toque de queda no sólo no me afecta, sino que me sirve coartada. Yo haría la cena de fin de año a las seis, a las ocho ya me tomaría las ocho uvas y bailaría hasta las diez. A las diez y media, todo el mundo fuera. Para mí, ahora, tomar una copa más allá de las diez de la noche es como ir a un after.
Mis copas ideales son siempre de día. Esa noche, pues, la de fin de año, a las once siempre he terminado de cenar y tengo que hacer tiempo para las uvas. No digo que no tenga que haber locales abiertos toda la noche, cuando se pueda. Pues claro que sí. Hay un momento de la vida en que se tienen que cerrar los bares, de madrugada. Puedo decir (ahora desde la cama) cuál era la canción que ponían en cada local para indicarte que ya cerraban y te tenías que ir yendo. En el añorado Passenger ponían Carajillo, canuto y raya, de El gitano de Balaguer. En el Stinger, una aria de Lakhme, que me parece que han utilizado para un anuncio de colonia. En la discoteca Plataforma, ponían Warswa, de Bowie. Y en el New York, del Gótico, claro, New York, New York, y encendían las luces.
Por eso me gustó tanto el artículo en The New Barcelona Post del admirado Puigcercós, que es alguien que de comer entiende. Decía: “Cerrar los restaurantes a las 11 h de la noche a más tardar también supondría un beneficio para la hostelería, ya que les permitiría cerrar más temprano y ganar más calidad de vida a parte de reordenar mejor la jornada laboral, para mucha gente ahora partida”.
Lo reconozco. Que los restaurantes, en estos tiempos, den de cenar a las siete me encanta. Me parece una maravilla. Mil veces, a las seis de la tarde, he buscado algún lugar para ir a cenar y sólo me he encontrado frankfurts y bares de tapas. La etimología de la palabra “siesta” nos indica que es la hora “sexta”. Por tanto, la siesta debería hacerse seis horas después de haberte levantado. Por lo tanto, si te levantas a las siete, a la una en el sofá. Y por lo tanto, debes haber comido antes: a las doce. Y por lo tanto, a las tres quizá querrás merendar alguna galleta. Y por lo tanto, ¡podrás ir a cenar a las seis, o las siete! ¡Como en Nueva York! La expresión catalana “anar a fer nones” proviene de la hora “nona”. ¡Las nueve! Eso te deja bastante margen para las actividades del lecho. Incluida la lectura.
Alguna vez, en fin de semana, algún amigo me ha llamado a las tres para invitarme a comer. Y le he tenido que decir: “Es que ya he comido…”. Pero también es cierto que alguna vez no he dicho nada, he ido a comer de nuevo, y me lo he tomado como si fuese una merienda. Una merienda de cuchillo y tenedor.
Por cierto. ¿Cuál es la canción que ponían para terminar en el Imagine, de la calle Aribau? Pues sí. Esa.