“Prepárate y disfruta del verano, que vienen dos o tres años muy jodidos”. En las últimas semanas, la mayoría de pacientísimos lectores de esta Punyalada habrán dicho o escuchado esta frase –con ligeras variaciones– durante reuniones laborales, comidas con amigos y encuentros familiares que preludian el verano (no escribo “la canícula” porque, en el planeta tierra de ahora, vivimos únicamente entre el frío y el calor, sin estaciones tibias, en existencia de extremos). En efecto, hace meses que todos encarnamos al cuñado pesimista de la comida de Navidad y la perspectiva de un mundo sin futuro es ya una idea plenamente institucionalizada en el imaginario. Digan lo que digan las macro-cifras, los inventores de startups y los directivos del Mobile, la mayoría de ciudadanos del país vislumbramos el devenir con canguelo y tenemos el cerebro frito, la cartera vacía y el corazón encogido ante la posibilidad del “no future”.
Si realizamos un viaje supersónico por el mundo, veremos que la política no ayuda demasiado a mantener el espíritu erguido. Escribo esta turra sabatina un día después de que el mundo despidiera con alegría a un primer ministro harto singular que, hace cuatro días, había ganado unas elecciones por goleada. Esta semana también sabíamos que trabajadores italianos irrumpieron en la cámara legislativa de nuestros vecinos mediterráneos con muchas ganas de agarrar a diputados por el cuello. La cosa no da para bromas; este viernes, el asesinato de Shinzo Abe devolvía el pistolerismo al siglo XXI. De la guerra de Ucrania no hace falta ni hablar. Al otro lado del océano, los jueces yanquis han decidido pasarse a la política y no permitir que las ciudadanas del país más libre del mundo dispongan de su corporalidad como les dé la gana. En Catalunya, lisa y llanamente, nos gobierna la clase política más mediocre de la historia universal. Y ya paro.
Seguramente, la economía no está tan mal como la pintan los vendedores de humo del Apocalipsis. Pero si pensamos en la posibilidad de visualizar un futuro, sobre todo en el caso de las generaciones de jóvenes del país, constataremos algo innegable: la mayoría de milenialls y zentennials se ha formado en crisis permanente, sólo ha vivido en recesión, y ven cómo su formación no les permite acceder al mercado laboral con mínimas garantías. Basta con repasar los datos del paro en España para ver cómo, incluso en instantes de aparente bonanza, la nulidad laboral juvenil se ha mantenido en cifras superiores al 20%. Que ante los cantos de recesión el estado haya decidido, as usual, empezar a gastar más y engordar la administración es un signo fatal; por poco que habléis con gente más joven, comprobaréis cómo nuestros chicos vuelven a tener la máxima aspiración existencial de convertirse en funcionarios de la administración.
La mayoría de milenialls y zentennials se ha formado en crisis permanente, sólo ha vivido en recesión, y ven cómo su formación no les permite acceder al mercado laboral con mínimas garantías
En este sentido, y por mucho que nos duela, es necesario volver a pensar en términos políticos; si hacemos un repaso a la mayoría de los líderes que se dejan ver en el ámbito barcelonés o catalán, la mayoría de nuestros representantes, lejos de provocar admiración, desprenden un aire disimulado de oficinista. Catalunya sobresale en este aspecto; hoy, por poner sólo un ejemplo, la mayoría de consejeros del Govern de la Generalitat no podrían trabajar en cualquier empresa pequeña o mediana del país y serían incapaces de mantener una entrevista de trabajo inglés, aunque fuera para entrar a trabajar de camarero en un hotel. La política no es todo y los estados ya no son la meca del imaginario de un país, ciertamente; pero resulta innegable que la clase política establece una mediana intelectual y económica orientativa de lo que quiere ofrecer una comunidad. En este sentido, lo nuestro hace llorar.
En un marco donde se disparará el desencanto para con la política y en el que la violencia formará parte del mundo contemporáneo con una presencia quizás más radical que durante la Guerra Fría, resulta muy lógico que la mayoría de habitantes de Occidente, incluido el cuñado de turno, renuncie a pensar el futuro. Diría que la cosa es aún más compleja, porque la mayoría de gente con la que hablo lo que intenta es agotar desesperadamente el presente antes de que estalle la bomba. Es por eso, si os fijáis, que los ciudadanos hemos asumido de forma acrítica el advenimiento del próxima verano como la última farra antes del caos. No es que el futuro sea inexistente, es que debemos agotarlo en un presente agónico. Disfrutemos del verano, pues, que el otoño ya nunca más existirá.