Hoy que nos dicen —contraviniendo lo que nos decían ayer— que las salas de fiesta no podrán abrir, déjenme recordar algo que pasó A.C (antes del Covid). Serían las ocho de la mañana (el dato es importante) yo estaba remoloneando aún en la cama, (el dato no es importante) y en la radio despertador, en la que tenía sintonizado un magazine generalista, sonaba “Black Star”. Lo supe al instante. Las etiquetas eran “Ocho de la mañana”, “magazine generalista”, “Black Star”. Había muerto David Bowie.
Enseguida, llamadas tristísimas a los amigos. Y entre ellos, el DJ Buenavista, de la sala de conciertos Razzmatazz. De repente la canción “Black Star” tenía tanto sentido (era un epitafio), que teníamos que hacer algo que nos consolara. Decidimos hacerle un homenaje, allí en Razzmatazz. Llamamos a músicos. A muchos. Todos estaban tristes. Se trataba de escoger una canción de Bowie y versionarla. Todos dijeron “sí”. Y yo me esperaba que habría peleas por “Starman” o “Five Years”, pero no. Todo el mundo escogió la suya, sin repetirse.
Nos pintamos el rayo de la portada de “Aladdin sane” en la cara, la sala pequeña se llenó de fans, y sonó “Sleep away” o “The secret life of Arabia” y al final, todos juntos —se me eriza la piel ahora mismo, escribiendo— cantaron “Heroes”. En Radio 3 lo transmitieron. El dinero fue a una fundación contra el cáncer. Nadie cobró nada. En la puerta de entrada a Razzmatazz había un texto que decía: “The stars look very diferent today”, en referencia a su canción más famosa, “Space Oddity”, la del mayor Tom. Al año siguiente lo repetimos. Hicieron versiones Núria Graham, Coti, Micky Puig, Àlex Torío, Arbre, Èric Vinaixa, Gerard Quintana, Nacho Campillo (de Tam-Tam Go), Tori Sparks, Marion Harper…
Si lo recuerdo es porque los que tienen locales “de ocio nocturno”, como lo llamamos ahora, hacen y han hecho cosas bonitas por nosotros, como por ejemplo contratar artistas. Tendemos a llamarles “empresarios”, con un sentido peyorativo. Claro que “bailar pegados” es peligroso, claro que bailar dando saltos también, pero no más que hacer una clase de zumba. Los gimnasios están abiertos, las coctelerías también. Las discotecas podrían abrir con el mismo sistema: el de pedir turno. Ya sé que hay locales donde lo que se baila es baile de salón (agarrado), pero precisamente, los que bailan baile de salón suelen ser “grupos burbuja”: las parejas de baile son mucho más estables que las de cama.
Echo de menos esa especie de molusco llamada “el baboso de bar”, y ya sé que el baboso de bar, con dos copas encima, se empezaría a beber también el gel hidroalcohólico. Echo de menos la canción que ponen al final de la noche —siempre la misma— para indicarte que (la forma verbal que viene a continuación me encanta) “hay que irse yendo”. Echo de menos ver como los camareros, cuando recogen, limpian la barra con aquella marca de ginebra concreta (¿deben de saberlo, los que la fabrican?). Echo de menos ver parejas acabadas de formar, parejas acabadas de romper. Echo de menos salir del antro, de madrugada, e ir, claro está, a la churrería de la calle de Córcega, no muy lejos del Bar Mut, a comer un churrifrankfurt. Juro que existe. Y, como deben de haber adivinado, es un churro relleno de frankfurt, que, por cierto, existe desde mucho antes que el cronut neoyorquino: mitad croissant y mitad dónut. En fin, llegados a este punto, supongo que es mejor que lo deje aquí.