Abren restaurantes

Caminaremos por la ciudad y veremos, de nuevo, bares y restaurantes abiertos hasta la tarde. Tímidamente, con no mucho producto, tal vez, pero ya será reconfortante poder entrar a un local y decir, como antes: “Un cortado” y sentarse (supongo que no en la barra, que es mi lugar favorito, pero, ¿qué se le va a hacer?). Por algún tiempo —me gustaría que fuese para siempre— ya no veremos a los trabajadores (a los de la construcción o a los del taxi, que no tienen tiempo para ir a comer a casa) tomando café en vaso de papel y comiéndose el bocadillo en un banco, deprisa, deprisa, para volver a colocarse la mascarilla. Los veremos en el bar, sentados, de nuevo, igual sin acabar de creérselo.

 

La idea de taberna es muy antigua y tiene toda la lógica. Hay uno que ofrece vino y viandas a los que van y vienen, porque lo de cocinar se le da bien. Y se da cuenta de que todo el mundo, más o menos, tiene hambre a la misma hora. Me imagino que los primeros cocineros profesionales son de la época de la invención del fuego, cuando cocinaban Texturas de mamut para la tribu. Ahora hemos sabido, gracias a un yacimiento de Perú donde encontraron a una mujer enterrada con 24 herramientas de piedra, que las mujeres prehistóricas también cazaban (siempre lo había sabido, si pienso en la que soy). Luego, la cocina igual también fue una cuestión unisex.

En los viajes literarios que he hecho en la vida (lecturas en países extranjeros, presentaciones de traducciones…) he agradecido tantísimo que los locales me enseñaran los restaurantes y bares… He sido tan feliz cuando alguien, de allí, me ha enseñado Manchester, Nueva York, París, Nápoles, México DF, desde la ironía y el amor, desde las  tabernas más sucias a los restaurantes más exquisitos, que siempre que han venido a Barcelona me he consagrado a hacer lo mismo. Es un trabajo que me encanta.

Acompañarles al Vila Viniteca a comprar sobrasada de Els Casals y una botellita de Pas Curtei, llevarles a desayunar tortilla con cava en el Celler de Gelida, pasar por la Bodega Bonavista a tomar un queso, ir a cenar al Hisop , que tiene una estrella y que es el restaurante que se inventó el salmonete a la sal envuelto en un pañuelo Guasch, de señora (un día, por cierto, me comprometo a hacer un repaso por los más de veinte restaurantes con estrella de Barcelona). O quizás al Monocrom, para probar vinos insólitos y comer esos macarrones. O el Bar Brutal, a tomar vinos naturales y a dejarse llevar por la alegría. O al curiosísimo La Clara, que tiene una carta de vinos que no te puedes creer. O a La Taverna del Clínic, donde puedes decir: “Hazme lo que te parezca”, o al Viduca de Sants, a desayunar bocadillo de jamón caliente con mantequilla, o al Osmosis, donde te darán a probar un jerez increíble y donde hacen unas carrilladas que te harán enloquecer, o a La Boquería, ahora que hay sitio, porque no hay guiris. Me gusta que los amigos me llamen y me digan: “Estoy tal lugar. ¿Dónde puedo ir? “. Yo el lunes, si pudiera, iría de merienda-cena a las siete a cualquiera de estos lugares, a los que deseo larga vida.