En mayo de 2021 bajó la persiana la emblemática zapatería Padeví de la Plaza Francesc Macià de Barcelona. Un año después, y con algunos meses de retraso respecto al plan inicial, este viernes, 6 de mayo, el céntrico local renace transformado en un templo gastronómico ideado por Marc Taribó, tercera generación de la familia propietaria de Camarasa Fruits.
Esta empresa barcelonesa especializada en la venta de fruta, verdura y productos gourmet ha reconvertido la antigua zapatería en un multiespacio que combina las funciones de tienda, restaurante y establecimiento de comida para llevar y pollos a l’ast. La remodelación, que ha conservado todos los elementos arquitectónicos originales del local, no dejará indiferente a nadie y ha supuesto una inversión que supera los dos millones de euros.
El objetivo de la nueva flagship de Camarasa es convertirse en el nuevo destino foodie de Barcelona y en el local de referencia para los vecinos del eje Diagonal-Francesc Macià-Turó Parc a la hora de realizar la compra de frutas y verduras, todo tipo de conservas y productos gourmet, artículos de alta charcutería, quesos y vinos. Todo ello, combinado con distintas barras y pequeños espacios de restauración dentro del propio local y acompañado de una gran terraza exterior.
El establecimiento, de 350 metros cuadrados, tendrá un horario muy dilatado, abrirá todos los días de la semana y sus diferentes ambientes irán cambiando en función de la hora del día, ya que por la noche, por ejemplo, el área de tienda cederá el protagonismo a la actividad de restauración.
La remodelación ha cambiado totalmente el aspecto exterior del local, ya que el antiguo Padeví tenía la fachada recubierta de mármol negro y grandes con decoraciones doradas, mientras que Camarasa ha apostado por combinar un color beige claro, en sintonía con el resto de la fachada, con cerramientos y ventanas en negro. Sí que se han conservado las dos columnas de estilo dórico que presiden la emblemática entrada principal.
El interior del local conserva la combinación anterior de negros y dorados, con llamativas lámparas, columnas de mármol negro y escaleras para subir o bajar a los distintos ambientes. Lo primero que uno se encontrará al entrar será el área de exposición de las frutas y verduras, el producto principal de Camarasa Fruits. A la derecha, está la rostisserie, un espacio con un llamativo asador de pollos a l’ast, especializado en arroces a la brasa y donde podrán adquirirse todo tipo de platos preparados para llevar.
A la izquierda, se encuentran las escaleras para subir a la vinoteca o para bajar al área gourmet, presidida por una barra gastronómica semicircular con taburetes altos para poder tomar algo en medio de la tienda. También hay reservado un pequeño espacio para la venta de productos de pastelería, y otra sorpresa llega al descender al piso inferior, donde se encuentra la charcutería y la cava de afinación de quesos. Esta planta, caracterizada por un techo de bóveda catalana, también funcionará como restaurante, de forma que el comensal tendrá la sensación de estar en una bodega, rodeado de quesos y jamones.
Para optimizar el funcionamiento de la terraza exterior y limitar el tráfico de camareros entrando y saliendo de la tienda, todo se servirá desde un montacargas escondido en la propia fachada que conecta la cocina con la plaza. Una curiosidad: también se ha instalado un tirador de cerveza a pie de calle que quedará oculto al cerrar el local.
Se trata del proyecto más ambicioso que ha llevado a cabo hasta ahora la empresa de la familia Taribó, que ha experimentado un fuerte crecimiento en los últimos años gracias a la apertura de tiendas en L’illa Diagonal y en los centros de El Corte Inglés en Plaza Catalunya y Diagonal. Con una facturación de más de cinco millones de euros, Camarasa Fruits es la frutería de referencia en la zona alta de Barcelona. Su director general, Marc Taribó, llevaba tiempo buscando un espacio emblemático en el centro de la ciudad donde implantar este negocio multiconcepto. Con la pandemia surgió la oportunidad de alquilar el local a un precio “razonable” —20.000 euros al mes— en comparación al de otras épocas y decidió aprovecharla convencido de que se trata de un establecimiento ubicado en una zona prime, con gran visibilidad, y en un barrio totalmente alineado con el perfil de público al que se dirige la empresa.