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ue viajar es seguro es, muy posiblemente, la afirmación que más veces he repetido durante los últimos meses a propios y extraños. Afortunadamente no estoy sola en esto, a mi mantra se suman muchos, y entre ellos, Inés Miró-Sans, cofundadora de uno de los hoteles más carismáticos de Barcelona, Casa Bonay.
Lo hace mientras disfrutamos de un café en Satan’s Coffee, el córner de este templo para cafeinómanos ubicado dentro del propio hotel, y que sirve uno de los mejores, ¿posiblemente el mejor?, café de Barcelona. Mucho han cambiado las cosas desde que Marcos Bartolomé abandonara La Rioja, su tierra natal, para instalarse en la Ciudad Condal y es a él a quien se le atribuye el impulso de una ola de café estilo barista de alta calidad en la ciudad.
Pero volviendo a Casa Bonay, este proyecto hoy ya hecho realidad que ha roto moldes y generado inspiración a nivel mundial nació, en su momento, fruto de dos circunstancias: una estrecha colaboración entre diseñadores, artistas, chefs, tostadores de café (hola, Marcos), arquitectos y más y, cómo no, el tesón de Miró-Sans, su cofundadora. Su sueño, Casa Bonay, comenzó hace muchos años, y lo hizo bajo una fuerte convicción: “Hacer sentir bien a las personas, a los huéspedes, independientemente de si se trata de un hotel con 10 habitaciones o con 400. Quería un lugar donde poder sentirse como en casa”.
Lo que empezó siendo como un sueño pronto, no sin muchas idas y venidas y hasta una aventura neoyorquina que da para otro artículo, cobró vida como un nuevo hotel en la Dreta de l’Eixample. Y no estaba solo: un restaurante, una cafetería, una coctelería y todo el alma de esa Barcelona tan inspiradora que enamoró al mundo estaban con él. Ellos, y un necesario soplo de aire fresco que “llenó algunos vacíos de la ciudad”, explica Miró-Sans. Y el resto no es historia, es el presente y futuro necesario para una ciudad que tal vez esté volviendo unos pasos para atrás, pero será solo para coger impulso.
Llego a Casa Bonay enfundada con una gabardina y unas botas de agua arrastrando mi maleta hasta una recepción donde antes se encontraba la portería del edificio, confieso que viajar ligero nunca ha sido lo mío. “Restauramos esta preciosa casa de 1869 conservando todos los suelos hidráulicos antiguos, los techos y las puertas correderas, y añadimos nuestras lámparas preferidas de Santa & Cole, llenamos los minibares con nuestros caprichos preferidos y diseñamos los muebles junto con Marc Morro de AOO para crear el hotel de nuestros sueños”, cuenta Inés Miró-Sans. Esto es Barcelona en estado puro, pienso yo, creativa, despierta, viva y con gusto, qué suerte para los locales poder disfrutar de sitios así. Y esto es lo que me planteo hacer durante las próximas 24 horas.
Casa Bonay es un hotel alojado en un edificio neoclásico de mediados del XIX que ha respetado al máximo no solo su alma, sino también su estructura. No lo digo yo, se percibe en las estancias comunes y un poco también en la propia habitación. La mía, con terraza y vistas a uno de los característicos patios de manzana del Eixample es tranquila, luminosa y relajada. Tengo una colchoneta de yoga, mi cama está cubierta por una manta tejida por la empresa local sin ánimo de lucro Teixidors y los amenities (reutilizables) son de la firma americana Malin+Goetz. Barra libre de placer en mi ducha.
El aspecto social de los hoteles
Y a pesar de que el hotel parece diseñado para ser carne de Instagram, lo interesante aquí es que además de bonito, es práctico, funcional y encima se come y se bebe rico. Fuera de mi habitación, y mira que me cuesta salir, me dirijo hacia Libertine. Este espacio multidisciplinar de día que de noche es la coctelería con más estilo de la ciudad, está abierto a huéspedes y locales, tiene suelos de baldosas originales, iluminación de Santa & Cole y las telas proceden de talleres locales. Aquí, a pie de calle, se puede pasar el día trabajando, charlando, bebiendo vinos naturales o disfrutando de uno de los mejores tiramisú de Barcelona. Yo pedí el mío ante una imperiosa necesidad de azúcar y aún estoy maldiciendo la hora. Aún en tiempos de Covid, la amplitud del espacio y el escrupuloso protocolo sanitario que sigue la propiedad y sus trabajadores hacen que el entorno sea un lugar seguro.
Además de Libertirne y de Satan’s Coffee, el hotel cuenta con dos espacios gastronómicos, lúdicos y sociales más, El Chiringuito y King Kong Lady. El primero ocupa la azotea del edificio y ofrece tapas y barbacoas de verano todo el año además de una selección de vinos naturales que viene acompañada por una sonrisa de su personal. A veces lo que menos cuesta es lo que más valoramos. Y además del valor de las cosas, cuando se habla de un hotel siempre conviene mencionar su precio, una barrera psicológica instalada en los locales que temen acudir a estos establecimientos por temor al precio porque claro, son para turistas. Aquí los entrantes se mueven entre los 4,5 y los 9 euros de su sashimi de atún. Y los platos principales entre los 7 y los 11 euros que cuesta el pulpo con mayonesa de olivas negras. A vista de pájaro, en la azotea de Casa Bonay, los precios resultan mucho más razonables que en muchos locales a pie de calle. Hay que perder el miedo a cruzar el lobby de un hotel.
Más opciones para ser turista en Barcelona
Pero no solo Casa Bonay se abre a la ciudad para recibir al turista local, muchas de las primeras espadas de la hotelería catalana como el hotel W o el Majestic están también incentivando al barcelonés para que experimente en primera persona lo que supone disfrutar de una noche o una cena en algunos de los mejores hoteles de lujo de Barcelona.
El Hotel W Barcelona, conocido como ‘vela’ acaba de crear un paquete para locales que incluye habitación con vistas al mar, cena en su restaurante Fire, desayuno y parking desde 275 euros, mientras que el emblemático Hotel Majestic ofrece lo propio en el corazón de Barcelona y con unas preciosa vistas a la ciudad desde su terraza Dolce Vitae desde 249 euros, cena y desayuno incluidos. Otro de los grandes, el Hotel Claris, también anima a los locales a experimentar lo que supone disfrutar de un día, y una noche de un hotel así en una época excepcional. Vivir como un turista en tu propia ciudad es descansar, comer bien y, sobre todo, poder experimentar de primera mano el día a día del hotel, la implicación y esfuerzo del personal en un momento tan difícil para el sector. No solo en el Claris, sino en toda la hotelería catalana.