Víctor García de Gomar es un programador excelente, musculado en el Palau de la Música y responsable de la dirección artística del Liceu desde hace seis temporadas. Nos explica las dificultades y equilibrios de su labor, la necesaria complicidad a cultivar con los artistas (“incluso si no vienen”, puntualiza) y sobre todo la anticipación necesaria en un teatro de estas dimensiones.
Ahora mismo hay una obra de Tàpies en medio del Saló dels Miralls, para conmemorar su año, y eso ha sido idea suya. Él dice que no hay nada inventado. Pero, si él no existiera, ese país necesitaría inventarlo.
— ¿Podemos decir ya que esta temporada es “marca Víctor”?
— No, no, no. Aún no.
— ¿Cómo no? ¡Es tu sexta en el cargo!
— El Liceu siempre ha huido del concepto de las programaciones de “autor”. Es la temporada del Liceu, y punto. De hecho, todavía hay programado algún sueño, alguna idea de Christina Sheppelmann, como por ejemplo el Lohengrin firmado por la bisnieta de Wagner, Katharina Wagner. Hay cosas que me he hecho mías, y otras en las que yo he aportado más. Ahora mismo estamos trabajando en la temporada 2026-2027 y ya estamos programando obras hasta el año 2031. Puede haber modificaciones, por supuesto, pero el Liceu necesita mucha estabilidad institucional y artística.
— Pues háblame de la parte más Víctor.
— Sin duda sería el concepto del Liceu de les arts, que hace convivir la ópera con artistas plásticos vivos, en uno o dos títulos de la programación. Le sumamos también una parte expositiva (ahora tenemos una de Antoni Tàpies), y de conferencias y coloquios. Son propuestas como la Amazonia del fotógrafo Sebastião Salgado, el 26 de noviembre, por ejemplo, o la propuesta teatral vanguardista de Cantelluci para el Réquiem. Todo esto venía ya de mi experiencia como director artístico del Palau de la Música, y ahora el Liceu es el único teatro del mundo que lo está haciendo. Además, cada día se entiende mejor esa apuesta.
— ¿Y desde el punto de vista musical?
— Hemos apostado por proteger más el talento nacional, dar los primeros roles a voces del país. Una vez que ha pasado la época grande de Caballé, Carreras o Victoria de los Ángeles, nos hemos autoimpuesto no dejar ese espíritu vacío. Ser un teatro internacional podría llevar a la tentación de pensar que el talento nacional debe tener roles secundarios, pero hemos hecho justo lo contrario. De ahí que hayan emergido talentos tan indiscutidos hoy como Sara Blanch, Serena Sáenz, Carlos Pachon.
— Modelo “cantera”.
— Exacto. Y marcar a una nueva generación de talentos. Joan Matabosch ya marcó un rumbo de excelencia en la novedad, en la puesta en escena de nuevos nombres. Queremos continuar esto. Y que de ahí se derive un equilibrio entre grandes voces, grandes directores y grandes puestas en escena.
— “El arte total”.
— La ópera la componen las tres cosas a la vez, exactamente. Algunas obras se prestan más a escena, otras más a grandes voces, por supuesto… Pero la ópera siempre lo acaba englobando todo. Y por tanto necesitamos un pulmón de calidad en las formaciones estables, orquesta y coros, de la mano del director Josep Pons.
— Habéis empezado muy rusos, este año. Vosotros y el Palau.
— Hombre, el quincuagésimo aniversario de Sostakovich lo facilitaba. Empezamos con Lady Macbeth de Mtsensk, que es una apuesta muy valiente. Una producción que hacía tiempo que soñábamos, desde antes de la covid y de la crisis financiera. Nos habíamos dormido un poco en liderar nuevas producciones y ahora, de la mano de Àlex Ollé y Josep Pons, hemos vuelto por la puerta grande. Debo mencionar también el Ballet Nacional de España, que está teniendo un gran éxito con su Afanador.
— El Liceu es un teatro público. Es decir, directamente: ¿La política entorpece la programación?
— La política afortunadamente siempre acompaña e intenta no entorpecer.
— ¿Qué es lo más difícil de programar?
— Ante la feroz subasta internacional de cantantes o de directores, o de orquestas y escenógrafos, todos los cuales tienen una agenda limitada, debes anticiparte muchísimo.
— ¿Cómo les seduces?
— Barcelona. El buen tiempo. El clima familiar, cercano, de alta protección y comprensión a los artistas. Hacerles compañía, hacerles de acompañamiento. Incluso ser amigos, y te diré más: ser amigos incluso cuando no vengan. Escucharlos, siempre.
“Barcelona ha sido muy wagneriana pero también es profundamente belcantista”
— Perdona la pregunta tópica: ¿wagneriano o verdiano?
— Ambos.
— Respuesta tópica. Es justo.
— ¡No, no, en serio! Barcelona ha sido muy wagneriana pero también es profundamente belcantista. Hicimos de todo y hacemos de todo. Eso sí, la ópera italiana tiene un efecto llamada mayor. Y Wagner… pues tiene sus fans y sus haters.
— ¿Y la relación con Palau y Auditori?
— De una rivalidad deportiva. Competimos por un nicho parecido, sobre todo en lo que se refiere a admiradores de voces, y eso lo hace tenso a veces.
— Explícame las dos temporadas que vienen.
— Creo que se detecta sobre todo una actitud. Tienes que tener en cuenta que, si no haces Puccini un año, nadie protesta; pero que, si no programas Wagner un año, aparecen algunos hooligans. Nos mantendremos en los estándares de 5 o 6 funciones por cada obra, si bien pueden llegar a 14 o 16 si son muy populares (con tres repartos, por supuesto). Lo que proponemos es un viaje que pasa por muchas temperaturas y por públicos muy diversos. Gustará al público general amante de la historia: haremos Alexina B. de Raquel García Tomás, es decir máxima modernidad y contemporaneidad, compaginándolo con el Turandot de Núria Espert, que hemos estado esperando desde hace 25 años (antes de que se quemara el Liceu). Es decir: producir, coproducir (en una suerte de quid pro quo establecido en el sistema), crear y apostar por el talento local.
— ¿Cómo se atrae a alguien que nunca ha ido al Liceu?
— Creo que los patrones ayudan mucho, alguien que los haga de prescriptores, que cuente bien y lo haga según tus gustos. El público joven es hoy curiosamente mucho más conservador, quiere las pirámides de Aida y la Turandot japonesa… Los más antiguos queremos más experimentación, por lo general.
“Estuvimos dando la espalda al barrio durante 175 años. Ahora somos mucho más inclusivos con los diversos tipos de público”
— ¿Y a ti qué te gusta, personalmente?
— A mí me gusta no ser demasiado museísticos, hacer cosas nuevas, que el género lírico demuestre que está vivo. Hacer de gimnasio de las emociones, hacer que éstas nos lleven más lejos. Aunque nos guste ver a las Meninas incluso si ya las hemos visto una vez, hay que tener presente que Turandot fue un escándalo cuando se estrenó. Y ahora… ahora es mainstream, pieza de museo. Nosotros tendremos a Ros Marbà con Benjamin a Portbou, Benet Casablancas, Joan Magrané, Héctor Parra, Raquel García Tomás… Y tendremos microóperas para apoyar nuevos nombres, reservando un formato premium para el formato grande. Piensa que es necesario justificar la elección, siempre. Y la historia nos dirá si cada apuesta es o no un acierto.
— ¿Cómo vivís las obras de la Rambla?
— Yo lo aguanto bien, el público parece que no tanto. Lo vivimos con máxima ilusión, será un importante y necesario revulsivo. Cada día observo pequeños cambios, y también los problemas que puede haber comportado en términos de accesibilidad, rutas, parkings… Pero resuelto y trazado todo esto, nos hemos acostumbrado. La Rambla se recuperará para el barcelonés, y entonces sí será necesario que el comercio también lo haga, es decir, no renovar determinados comercios que nada aportan.
— ¿El barrio, por tanto, convive armónicamente con el teatro?
— El barrio nunca ha sido un problema, es una oportunidad. Estuvimos dando la espalda al barrio durante 175 años. Ahora somos mucho más inclusivos con los diversos tipos de públicos, con las distintas edades, hicimos el proyecto inclusivo con el Raval de la ópera La gata perduda… Mira: la ópera no morirá si sabe alimentar varias caras de un mismo ejercicio.
— ¿Qué quieres decir?
— Una operación comunitaria es un instrumento de cohesión. El Fidelio de Dudamel también lo hacía con la comunidad sordomuda. Lo que te decía: un teatro de ópera no puede ser sólo un museo. Y, también como te decía antes, no existe la hoja en blanco. Yo heredo muchos proyectos ya inventados, todo está algo inventado.
— ¿Entonces la ópera debe ser permeable?
— La ópera ha sido y será el reflejo de una modernidad, una sociedad. La ópera es la realidad de unos pueblos en Europa que detectaron un género que les unía. Mucho antes de la CECA ya existía un circuito de producciones, de cantantes… Fue el primer “mercado común”. La ópera era una idea burguesa, no aristocrática. Y, en este contexto, el Liceu se convirtió entonces en el teatro con más asientos de toda Europa.