“PLANTA es un proyecto innovador. Un proyecto innovador en el arte, un proyecto innovador también en el mundo de la empresa. Surge de la intersección de los dos mundos: del grupo Sorigué, el mundo de la empresa, y de la Fundación Sorigué, el arte”. Así se expresa Ana Vallés, presidenta de Sorigué y directora de la fundación. En PLANTA se integran aquellos elementos: se trata de una plataforma de producción industrial que busca ser respetuosa con el medio ambiente, convertida a su vez en centro para la creación contemporánea. Allí se dan cita nombres tan relevantes como los de Antonio López, Bill Viola, Anselm Kiefer, Anish Kapoor o Juan Muñoz, cuya obra Double Bind -anteriormente en la sala de turbinas de la Tate Modern- se ha adaptado a la perfección al espacio de la planta de Balaguer (Lleida).
“Nos interesa, sobre todo, que los visitantes se lleven preguntas”, destaca Ana Vallés. Más que aleccionar o entretener, el arte contemporáneo desempeña un papel en ocasiones incómodo, pero fundamental para atizar prejuicios y promover el pensamiento crítico.
La Fundación, inaugurada en el 1985 por Julio Sorigué y Josefina Blasco, enfatiza la necesidad de hacer efectivo el “retorno a la sociedad” mediante programas de apoyo a algunos sectores vulnerables, así como a través de actividades educativas y culturales dirigidas al gran público. Entre ellas, cabe mencionar la colección de arte, una colección iniciada con obras del Noucentisme catalán -provenientes de la colección de la familia Sorigué- que se amplió a partir del 2000 con la incorporación de obras de creadores contemporáneos hasta alcanzar una cifra superior a las 450, seleccionadas por una comisión de expertos, entre los cuales José Guirao, Rafa Doctor, Miguel Zugaza, Paloma Esteban, Julio Vaquero, o José Miguel Ullán.
Los criterios de selección de las obras de la colección se encuentran perfectamente alineados con la programación de exposiciones, que protagonizan creadores de máxima relevancia en el panorama artístico y también otros menos conocidos, si bien con un potencial acreditado. Todos ellos inciden en problemáticas consustanciales a la condición humana, especialmente estimulantes en su plasmación artística. “Nos interesa, sobre todo, que los visitantes se lleven preguntas”, destaca Ana Vallés. Más que aleccionar o entretener, el arte contemporáneo destaca por su implicación, por el desempeño de un papel en ocasiones incómodo, pero fundamental para atizar prejuicios y promover el pensamiento crítico a través de experiencias emocionales.
DES/MATERIALIZACIONES DE UN PREMIO HASSELBLAD
Hace tiempo que el arte ha dejado de ilustrar acciones ejemplares, sujetos memorables o manifestaciones singulares de la naturaleza, siendo la experiencia estética -en sí misma- la protagonista. Al incorporar tecnologías que permiten trascender las tradicionales fronteras entre géneros, las creaciones contemporáneas suscitan una participación más intensa del espectador. La exposición que puede visitarse actualmente en la Fundació Sorigué de Lleida (hasta el 30 de diciembre) es un claro ejemplo de ello. Se trata de una exposición centrada en la obra de Óscar Muñoz, que recientemente -coincidiendo con la exposición, de hecho- ha recibido el prestigioso premio Hasselblad (nombres tan importantes como Nan Goldin, Boris Mikhaïlov, Cindy Sherman o Henry Cartier-Bresson fueron galardonados en el pasado).
Sin ser fotógrafo, Muñoz recurre a la fotografía para reflexionar acerca del carácter efímero del ser humano. No ha de sorprender, por ello, la concesión del galardón (que ofrece la marca de cámaras que emplearon los primeros hombres en pisar la luna, hace casi 50 años), pues lo que su obra transmite, a través de imágenes en movimiento, es la caducidad intrínseca a la realidad que busca ser fijada y reproducida. Precisamente la pretensión de detener el tiempo -que la fotografía parece satisfacer- revela una necesidad arraigada inherentemente a la naturaleza del ser humano: ser que se sabe vivo en tanto que dura, siendo consciente asimismo de (desde) su natural tendencia a dejar de ser.
Que la exposición de Óscar Muñoz se titule Des/materializaciones no hace sino incidir en la necesidad de ese rastro que, de forma más o menos artística, el ser humano tiende a proyectar en su tiempo de vida, como para trascenderlo
La exposición consta de una serie de instalaciones de videoarte que plantean una dialéctica tan antigua como la propia fotografía, si bien -en realidad- es implícita ya a toda forma de arte. El primitivo gesto de marcar y dejar rastro en la caverna prehistórica -acaso para exorcizar la naturaleza, domeñar los elementos y hacer más propicia la caza- supone una actividad significante, que concierta el ser y el dejar de ser. Que la exposición de Óscar Muñoz se titule Des/materializaciones no hace sino incidir en la necesidad de ese rastro que, de forma más o menos artística -no pocas veces histérica, como evidencian las redes sociales- el ser humano tiende a proyectar en su tiempo de vida, como para trascenderlo. Una de sus instalaciones, Sedimentaciones, ilustra el tópico del fluir de las vidas, sórdidamente presentado por retratos que se deforman y se cuelan por el desagüe, en angustiosa espiral, digna de la película Vértigo (que no en vano se ha conocido con el nombre de la novela que la inspira, De entre los muertos).
Son imágenes de fallecidos las que se muestran con naturalidad -seres que, de entrada, creeríamos tan vivos como nosotros- las que se pierden luego, irremediablemente, hasta no ser más que una mancha que nada representa. Porque, de hecho, esas imágenes nunca han estado vivas. Gemma Avinyó, responsable de visitas de la Fundación Sorigué, alude a esas “ansias por ser permanentes” a raíz de otra de las obras de Óscar Muñoz, concretamente aquella titulada Línea del destino: en el cuenco que forma la mano, un volumen de agua refleja la faz cambiante de quien se mira en ella, alternando reconocimiento y desfiguración. Ser-representado y dejar-de-ser se correlacionan con una elocuencia alarmante: ¿podemos ser aquello que no parecemos ser? Se imponen interrogantes a través de una experiencia estética que despierta emociones, y que anima la búsqueda de respuestas. Como han demostrado los neurocientíficos, esta impronta emocional constituye la forma más eficiente de recibir y fijar conocimiento.
Gemma Avinyó recuerda la importancia de la mediación, en el caso del arte contemporáneo. Se refiere a la serie de explicaciones -ofrecida desde la Fundación a los visitantes o grupos de alumnos que lo desean- que no sentencian u obturan las cuestiones, sino que más bien sugieren interpretaciones personales. Son muchas las escuelas que se benefician de este servicio, que también trabaja con los propios maestros, para que ulteriormente puedan desarrollar actividades en que aquellas ideas cobran vida, habiéndose internalizado a través de vivencias propias. Los espectadores de la exposición se convierten en copartícipes, al componer ellos mismos obras en que la cuestión de la identidad se plantea. En el marco de la omnipresencia de la imagen digital -por todos compartido, en nuestro tiempo- la obra de Óscar Muñoz Juego de las probabilidades revela una irrealidad fantasmagórica, en impredecible mosaico, que invita a la continuación personal.
DOUBLE BIND: LA OTRA FAZ DE LA MIRADA
La cuestión del autoconocimiento es el tema fundamental del humanismo, tanto el renacentista como el de los artistas reunidos por la fundación Sorigué en su museo de Lleida y en los diferentes sites de la planta de producción de Balaguer. El más espectacular, actualmente (a la espera de otros ya programados) es el mencionado Double Bind, obra de Juan Muñoz. El término que titula la instalación procede de la psicología, y refiere la descoordinación que se da en algunos individuos, en aquellas situaciones en que la comunicación verbal se acompaña de actitudes o manifestaciones no verbales que parecen contradecir lo expresado.
Double Bind luce en el emplazamiento actual sus mejores virtudes, funcionando además como representativa de los valores y la fe en el arte -médium educacional- de la Fundació Sorigué. En aquel enclave industrial encontramos una nave aparentemente vacía, dividida en dos niveles. Tras descender por una rampa en ligera pendiente unas escaleras invitan a subir al piso superior y contemplar la obra. Pero ahí no hay nada, salvo una serie de claraboyas dispersas. Las oberturas son de forma cuadrada, parecen atravesadas por la luz, incluso si algunas se intuyen falsas. Ese efecto de trampantojo es complementado por el traqueteo incesante de un ascensor que comunica los ámbitos. Cuando caminamos de vuelta, y en semi-penumbra, descendemos a la planta baja -al submundo cavernoso- descubrimos la verdad de una conexión impensable.
Las clásicas y antiacadémicas figuras de Juan Muñoz habitan un espacio limítrofe. Sus muecas inquieren respuestas y disparan la incertidumbre. Qué hacen esos seres humanos -tan parecidos y distintos a nosotros- y por qué están allí es algo que no alcanzamos.
No se propone mediante la instalación un mero retorno al platonismo ascensional -contraponiendo la falsedad de la apariencia a la inmutabilidad esencial de las formas puras que brillan a la luz de la inteligencia- ni tampoco un platonismo invertido -como recreación en la visión confusa- sino una suerte de invitación a discurrir por sendas inesperadas, por intersticios en claroscuro que habitan nuevos y extraños seres, sin certeza de lo que acontecerá a pesar de las expectativas (o por causa de ellas, que se confirman erradas). Las clásicas y antiacadémicas figuras de Juan Muñoz habitan el espacio limítrofe, con muecas o actitudes que inquieren respuestas y disparan la incertidumbre. Qué hacen esos seres humanos -tan parecidos y distintos a nosotros-, y por qué están allí, concretamente, y no en otro lugar, es algo que no alcanzamos. Es algo que despierta admiración e inquietud, porque interpela, aviva preguntas sin respuesta sencilla.
SINERGIAS DEL ARTE CONTEMPORÁNEO
Todo ello sucede en el marco de una fábrica, un emplazamiento marcadamente industrial que, como nos explican, se encuentra orquestado de acuerdo con parámetros de eficiencia energética y aprovechamiento de los recursos de la tierra (desde la propia materia prima para la construcción, al fruto de los olivos circundantes, siendo incluso los huesos del fruto reaprovechados). Uno de los retos del siglo XXI, quizá el más acuciante y complejo, es precisamente el que concierne a la gestión de los recursos naturales, íntimamente conectado con la producción y el empleo sostenible de la energía.
“PLANTA articula nuestra forma de entender el retorno a través del arte, en su confluencia con la arquitectura, el paisaje, la ciencia, el conocimiento y la empresa”, explican en la Fundación Sorigué.
El paisaje industrial, que hace más de un siglo hizo posible un cambio en las condiciones de vida, todavía está en proceso de transformación, no sólo en el contexto de las urbes, donde -como se sabe- las fábricas se han convertido en espacios públicos. Podemos citar casos tan conocidos como la Tate Modern, antigua central eléctrica de Bankside en Londres o -incluso más familiar, para muchos- el espacio Caixaforum, en la modernista Fábrica Casaramona. También en Barcelona, es pertinente mencionar el espacio de la Fabra i Coats, convertido en centro de creación contemporáneo. Sin duda se trata de una coincidencia feliz, la que torna el lugar de la producción eficiente en escaparate para la exhibición de la creatividad puntera, una idea en la que se incide desde la Fundación con su proyecto insignia: “PLANTA articula nuestra forma de entender el retorno a través del arte, en su confluencia con la arquitectura, el paisaje, la ciencia, el conocimiento y la empresa”.
El nuevo milenio exige una nueva vuelta de tuerca en el cambio de paradigma, más sensible a la necesidad de cuidar el planeta. Y el grupo de empresas Sorigué no sólo ha recibido diferentes premios que acreditan la eficiencia de su modelo, sino que apuesta por la realización de tareas, a través de su Fundación, que se ocupan de la concienciación sobre sostenibilidad, la mejora de las condiciones de vida de algunos de los sectores de la población menos favorecidos, y la posibilidad de educar a través del arte -concretamente, el arte contemporáneo- contribuyendo con la promoción de un valioso intangible: la configuración de una mirada autoconsciente y crítica.