Esperaba una exposición sobre el pintor Feliu Elias y me marcho conociendo a tres personas, encarnadas en la misma como el Misterio de Dios: Feliu Elias, el pintor; Apa, el dibujante y Joan Sacs, el crítico de arte (1878-1948). Podría ser un ejercicio de desdoblamiento (destriplamiento), o de simple toma de nombres artísticos distintos por parte de una sola persona, pero poco a poco voy descubriendo que hay más que eso. Demasiadas contradicciones, demasiadas voces disonantes, demasiadas personalidades que chocan. No me atrevo a ponerle un diagnóstico médico, no corresponde hacer esto en un museo de arte que es un lugar donde todos admitimos la universal enfermedad: pero sí advierto que la exposición se multiplica por tres, que el retrato de la época se puede contemplar, por tanto, en tres prismas, y que se puede defender una cosa y la contraria (y la de más allá) al mismo tiempo. La realitat com a obsessió, reza el título. Pero la realidad, para serlo, quizá necesita de más de una y más de dos gafas.
La exposición se ha realizado tirando de piezas de la colección del museo, lo suficientemente rica como para permitir tirar de nuestros valores nacionales sin tener que hacer demasiado gasto. Tampoco tenemos la financiación del Prado, ya se sabe, y cuando eres sólo la “cocapital cultural de España” no puedes esperar a que se te financie para ser nada más que una ciudad de provincias. Suerte de la imaginación de Pepe Serra, la tenacidad de Joan Oliveras y el conocimiento de la co-comisaria Mariàngels Fondevila, que tienen como nexo de unión un gigantesco orgullo institucional y patrimonial. El amor, como siempre. Ahora sólo falta que los barceloneses vayan, porque ésta es una exposición dirigida más bien a la gente de aquí. La gente de aquí que quiera entender las cosas, por supuesto.
Feliu Elias intenta ser realista cuando pinta, pero me temo que el futuro ya le había pasado por encima y que por eso no lo consigue. En parte es el futuro, la modernidad, lo que confiere ese carácter algo Hopper a sus pinturas (el gran ejemplo sería La galeria, tan llena de relato y de figuración que parece más un sueño que un retrato); y en parte también ayuda, estoy seguro, su alma de dibujante y caricaturista, que sin duda le hace confundir el realismo con la verdad: un enorme dibujante y caricaturista como Apa, es decir como él mismo, sabe que en las buenas caricaturas existe la mejor realidad porque contienen más dosis de verdad que en cualquier pintura hiperrealista.
Feliu Elias puede tener una “obsesión” por la realidad, no digo que no, pero la realidad es más real cuando no es una fotografía. Se asocian muchas de sus pinturas a la nueva objetividad alemana, y en sus inicios muchas beben del impresionismo y el puntillismo, pero nunca consigue ser inocuo, frío o materialista. Por mucho que ponga a menudo los objetos en el centro de todo, sus objetos tienen la manía de poseer alma y ni siquiera ellos mismos pueden librarse de ella. De la misma forma que sus rostros y figuras, tan aparentemente cotidianos e incluso aburridos, esconden misterios y tensiones que uno quisiera seguir conociendo más allá del cuadro. “Enigmas provocadores”, como los que él mismo confiesa que le provocan los objetos, y que nunca podrán ser inanimados. No, ni Feliu Elias es realista por mucho que quiera, ni Apa es fantasioso ni grotesco ni exagerado en sus caricaturas: en ellas, crudas y despiadadas, encontramos a veces mucho más realismo que en las sillas y naturalezas muertas de los lienzos.
El tercero en discordia sería el crítico de arte, representado a través de las filias y fobias del protagonista: en este espacio no sólo veremos una composición mural del propio autor (sorprendentemente delirante), sino la exposición de buena parte de sus pintores benditos colocados frente a frente contra sus pintores condenados (entre los que destacan Picasso el cubista o Dalí el surrealista, sólo “salvados” cuando abrazan la realidad). No es extraño que Dalí, que no estaba loco, le trate en una carta de “débil mental”. Dalí no tenía tantas contradicciones como Feliu Elias, he aquí la diferencia: las tuvo, pero no chocaban de forma simultánea, sino que eran producto de una evolución, como en el caso de Picasso.
En Feliu Elias, en cambio, las contradicciones conviven cada día: por un lado la crítica social, las ideas progresistas, la proximidad a Acció Catalana, la crítica a la burguesía y al clero (ya los alemanes de la Gran Guerra), pero a la vez esta descarnada intolerancia hacia las vanguardias, la experimentación y el futurismo. Cuesta entender. Cuesta tanto entender que un servidor comienza, más que a ver cuadros pictóricos, a imaginarse el cuadro médico.
Dibujante y pintor prolífico, cartelista, articulista, director de revistas, tres veces exiliado, defensor del arte clásico (como el románico) y de los oficios (del oficio), nunca se pudo librar de un siglo donde la modernidad no podía dejar de impregnársele en el pincel. Creo que llego a la conclusión de que su crítica a los no realistas es, en el fondo y subsconscientemente, su forma de criticar una realidad demasiado dinámica. Los años veinte y treinta costaban de procesar, ciertamente, y es comprensible la voluntad de volver a la quietud de los objetos (entendidos los humanos, también, como objetos decorativos). Intenta imitar a los holandeses, especialmente Vermeer, o al impresionismo de Sisley, pero sin más pretensiones. Una condensación del “seny” y la “rauxa” catalanes que, para cualquier visitante foráneo, parecería una exposición de tres autores diferentes. Por eso digo que es una exposición recomendable para los autóctonos. Fuera de nosotros, podría costar entender el sombrero con tres sombras perfectamente colocado al final de la exposición. Cordura, arrebato, y… ¿cuál sería la tercera? Yo creo que sería, si ponemos a Elias como ejemplo, el cinismo. Una forma como cualquier otra de sobrevivir.