En la calle Selva de Mar, en pleno distrito 22@, se encuentra la sede de Semillas Fitó, una empresa familiar nacida en 1880 que es el líder del mercado español en la producción de semillas para la producción de tomates, melones, berenjenas, pimientos, sandías, pepinos y calabacines. Mucho antes que naves industriales y, posteriormente, modernísimas oficinas destinadas a empresas tecnológicas, en Poblenou había fincas agrícolas, como la de la familia Fitó, que en la actual calle Selva de Mar cultivaba plantío y vendía semillas a los payeses de Sant Martí de Provençals, además de regentar una tienda ubicada en el antiguo mercado del Born.
Ese pequeño negocio iniciado a finales del siglo XIX por Ramon Fitó se ha convertido hoy en un grupo con presencia en 70 países y que en 2022, por primera vez en su historia, logró alcanzar una facturación de cien millones de euros. Concretamente, el ejercicio se ha cerrado con unas ventas de 103 millones, cifra que supone un crecimiento del 11% respecto a 2021, según avanza Xavier Fitó, uno de los tres miembros de la quinta generación que forman parte del comité de dirección de la compañía, integrado también por tres ejecutivos externos. “En Fitó no tenemos director general, las seis personas que formamos parte de este órgano de dirección nos reunimos cada viernes para tomar las decisiones”, explica Fitó, director de la división de productos Hortícolas del grupo.
La empresa prevé crecer otro 10% este año y se ha fijado el reto de alcanzar los 140 millones de euros en 2026, lo que supondrá un alza del 55% respecto a los 90 millones facturados en 2021, cuando se lanzó el actual plan de crecimiento. En el alza de ventas del último año ha influido el incremento de los costes de producción de las semillas —han aumentado entre un 30% y un 100% en dos años—, lo que ha obligado a subir los precios.
Según Fitó, los dos grandes motores de crecimiento del grupo son “la fuerte inversión en I+D, equivalente al 20% de la facturación” y destinada a lanzar al mercado nuevas semillas que se adapten a las necesidades de los agricultores y consumidores, y la expansión internacional, que ya genera el 70% de los ingresos. “Cuando la quinta generación nos incorporamos a la empresa en 1992, el 100% de las ventas eran en España”, señala Fitó para explicar el importante desarrollo experimentado en el mercado exterior a partir del año 2000.
Las semillas producidas por Fitó se exportan hoy a 70 países, fundamentalmente del arco mediterráneo y Latinoamérica, anque también cuentan con una filial en Bangalore (India). En los diez países más estratégicos, la empresa tiene presencia directa con una filial propia y en otro grupo de diez mercados opera de la mano de importadores, pero también mediante la presencia de empleados propios en el país. En total, la compañía barcelonesa suma 800 trabajadores.
¿Cómo ha logrado una pequeña empresa familiar catalana hacerse un hueco en un sector dominado por grandes multinacionales como Basf, Bayer o Syngenta? La clave ha radicado en la especialización y en el desarrollo de productos de alto valor añadido que les han permitido diferenciarse de la competencia gracias al esfuerzo que han destinado a I+D.
Así, Fitó se ha enfocado en lograr ser fuerte en semillas para el sector hortícola, siendo un referente absoluto para los productores de tomate y de melones. “Somos líderes en España y uno de los diez mayores productores mundiales de semillas para productos de la huerta; nuestra carta de presentación en el mundo ha sido ofrecer las competitivas variedades que hemos desarrollado, por ejemplo, para los agricultores de Almería e ir a mercados climatológicamente similares para replicar el éxito que hemos logrado aquí”, destaca el ejecutivo. El reto es seguir impulsando el crecimiento de las ventas internacionales, hasta que generen el 80% del total, por lo que ya se proyecta la apertura de una nueva filial en Oriente Medio.
El grupo familiar obtiene el 65% de la facturación con ocho productos: tomate, pimiento, berenjena, melón, sandía, calabacín, pepino y habas. El otro 35% del negocio se reparte en semillas de maíz y, especialmente, de césped para campos de golf y de futbol, otro de sus puntos fuertes. En este sentido, Fitó ha renunciado a operar en el mercado de la soja o de los cereales, dos de los segmentos principales de la industria de las semillas; tampoco es un player en lechugas o en zanahorias y en otras verduras de hoja o de raíz. “No se puede disparar a todo”, afirma Xavier Fitó, quien añade que el grupo no trabaja con commodities, sino exclusivamente con variedades “con características diferenciales” que son las que les permiten ser competitivos. “Los agricultores no nos compran por precio, sino por lo que les aportamos en términos de calidad, productividad y resiliencia”, constata. Excepto el maíz, el 100% de las semillas que comercializa no son transgénicas.
“Los agricultores no nos compran por precio, sino por lo que les aportamos en términos de calidad, productividad y resiliencia”
“Nuestro propósito como empresa es aportar, desde la semilla, riqueza sostenible para toda la cadena alimentaria mediante un equipo motivado y muy comprometido con el sector”, subraya el directivo, tras apuntar que Semillas Fitó lanza cada año alrededor de 30 nuevas variedades a nivel mundial. Detrás de cada lanzamiento hay un trabajo previo de hasta doce años, de los cuales entre ocho y diez años corresponden a la fase de investigación que el grupo realiza en diez centros de I+D ubicados en Cabrera de Mar (Barcelona), Lleida, Don Benito (Badajoz), Almería, Italia, Turquía, México, India, Suiza y Florida (EEUU). El complejo de Cabrera de Mar, recientemente ampliado, alberga también un avanzado laboratorio de biotecnología especializado en biología celular, fitopatología y genómica.
“Creamos variedades de cada producto adaptadas a las características agrarias de cada país”, señala Fitó, que añade que gracias a la genética pueden desarrollar semillas más resistentes a enfermedades (lo que reduce el uso de fitosanitarios), al estrés hídrico y al incremento de las temperaturas (adaptando los cultivos al cambio climático), y que permitan obtener frutos de mayor duración (lo que contribuye a reducir el desperdicio alimentario) y más sabrosos, lo que fomenta la alimentación saludable.
El grupo catalán comercializa hasta 500 variedades de semillas, con una producción anual de 1.000 millones de semillas hortícolas que obtienen en fincas ubicadas en Premià de Mar y Llavaneres, en el Maresme, y en Chile, país donde compraron dos empresas locales. Antes de ser comercializadas, las semillas se someten a un proceso de control de calidad y envasado en dos centros ubicados en Barcelona y en Barbens (Lleida), municipio donde también se encuentra el centro logístico del grupo, que cuenta con una superficie de 26.000 metros cuadrados.
Apuesta por desarrollar variedades diferenciales
La permanente apuesta por el I+D y por el desarrollo de variedades diferenciales ha llevado a Fitó a tener en el mercado marcas propias reconocidas por el consumidor final, como es el caso del tomate Monterosa, uno de sus mayores éxitos comerciales y ganador de múltiples premios por sus cualidades gustativas. Otras de sus marcas son el melón Waikiki, el calabacín CRü y el tomate Wabi–Sabi. Xavier Fitó admite que durante muchos años el sector priorizó la producción y se olvidó del sabor, por lo que ahora todos los esfuerzos están centrados en lanzar variedades que prioricen este aspecto. “Se ha mejorado mucho”, señala.
La empresa está también atenta a otras grandes tendencias en el sector de la alimentación, como es el auge de la proteína vegetal. En este sentido, su apuesta son las habas, un producto con el que son líderes. “Queremos introducir en el mercado el uso de la harina de haba, un producto que podemos cultivar en proximidad, para la elaboración de alimentos plant based“, avanza Fitó, cuya empresa trabaja en el desarrollo de variedades de haba con un mayor contenido proteico.
El 100% del capital de Semillas Fitó está en manos de dos ramas de la familia propietaria que, hoy por hoy, no se plantea dar entrada a socios en el grupo, que se autofinancia. “Nunca hemos querido vender la empresa, no tenemos ningún interés en hacerlo”, responde a la pregunta sobre una eventual operación corporativa en este sentido.
Finalmente, Xavier Fitó impulsa un proyecto de colaboración público-privada destinado a lograr que en Catalunya se ponga en marcha un grado universitario de excelencia en Ingeniería para la Industria Alimentaria. En alianza con otros empresarios del sector, ya existen conversaciones con dos universidades catalanas para la creación de un grado “que sería puntero en Europa”. “¿Cómo puede ser que en Catalunya, donde el sector alimentario tiene un peso tan importante, no tengamos un grado universitario de estas características?”, se pregunta Fitó, que advierte que a las empresas les cuesta encontrar talento” debidamente formado, ya que con los actuales grados de agrónomos no es suficiente.