Ramon Morera
El músico y cantante Ramon Morera. ©Marc Goodfellah
EL BAR DEL POST

Ramon Morera: No perderse la fiesta 

“El R&R es entrar en una realidad alternativa, en una especie de Olimpo que conecta con mi yo adolescente de chaval de pueblo que lo devoraba todo sobre música: discos, cintas, revistas, libros. De hecho, cuando de jovencito descubrí la música en directo a pie de escenario, ya no hubo vuelta atrás, me convertí en un habitual de la escena de mi zona y trataba de no perderme ni un concierto”. I need to lunch de los Dead Boys suena justo cuando Ramon Morera ha pedido un whisky-cola batallero para coronar un abundante banquete en el Bar, en una de las varias comilonas que estos días celebra a modo de despedida de una Barcelona donde, este chico de aquel pueblo llamado Oliva, cerca de Denia, vino a parar hace diecisiete años en los que le han pasado todas las cosas más trascendentes de su vida.

“Aquí he sido padre, aquí he trabajado de profesor y, también, aquí he pasado de ser un simple fan de la música a descubrir que podía cantar, que podía expresarme y conectar con el público a través de mis composiciones”. Todo empezó cuando llevaba poco más de una semana en la ciudad. “En el Big Bang Bar de la calle Botella me encontré a un colega del pueblo que también se acababa de mudar a Barcelona. Estaba montando una banda y me preguntó si yo tocaba algún instrumento. Le dije que no, así que determinó que yo iba a ser el cantante”. De este modo nacieron los efímeros Voodoo Rockets con los que el parroquiano se fogueó sobre distintos escenarios. Después llegarían los Orsini Shakers, la segunda banda.

“Con éstos giramos algo más y llegamos a telonear a los mismísimos Sonics cuando éstos visitaron la Salamandra de L’Hospitalet, durante exactamente una canción”. En su día se habló bastante, en los mentideros del underground barcelonés, sobre aquel primer tema de concierto durante el cual, en plena euforia de frontman, el parroquiano dio un brinco con la mala fortuna de aterrizar mal y dislocarse el fémur. 

“Ahí es cuando, tirado en el escenario, dirigí al público la consabida pregunta de si había algún médico en la sala”, ríe. Fueron muchos meses de recuperación para volver a andar y, tras perder aquella oportunidad de lucirse abriendo para los míticos gurús del midwest punk, la banda no duró mucho más.

Un salto adelante

Mientras los Orsini Shakers se iban extinguiendo como la ceniza de un cigarrillo fumado demasiado deprisa, una de las bandas favoritas de Ramon, Els Trons, dedicada a rescatar el espíritu de aquellas bandas de los 60 de beat que cantaban en catalán como Eurogrup, Els Dracs o The Bonds, también llegaba a su fin. Y, curiosamente y en contra de cualquier pronóstico, aquella coincidencia supuso que aquel brinco fatal sobre las tablas de la Salamandra acabara convirtiéndose en un salto hacia adelante para su trayectoria.

Morera tuvo veleidades literarias que no acabó de desarrollar, “quizás porque escribir es una actividad muy solitaria, mientras que la música es colectiva, es mística”

“Paradójicamente, el incidente del concierto de los Sonics me había hecho más o menos conocido en la escena musical de la ciudad y, de pronto, me encontré con que miembros de los recién disueltos Els Trons me contactaban para crear una banda nueva. Yo era muy fan de ellos desde que vivía en el pueblo, mucho, y la idea de empezar un nuevo proyecto con ellos casi no me parecía realidad”, afirma el cantante con el whisky-cola a medio beber a propósito del nacimiento de Mossén Bramit Morera i Els Morts, mediante los que recupera el espíritu de Screaming Lord Sutch, “pero escribiendo canciones y cantándolas en catalán, mi lengua, y desposeyéndome de los clichés del R&R para volcar en ellas mis filias y mis fobias”, como por ejemplo una canción sobre Margarida Borràs, la primera víctima documentada de odio transfóbico. “Creo que he hecho buenas canciones y me encanta ver al público coreándolas a pie de escenario, haciéndolas suyas”. En sus once años de trayectoria, la banda lleva registrados dos Eps, un 10 pulgadas y un álbum, “y estamos preparando un nuevo disco, porque aunque yo me marche a vivir a Valencia, voy a ir volviendo, la banda va a seguir, porque estamos en nuestro mejor momento”, afirma.

Ramon Morera, que se dislocó un fémur teloneando a los Sonics. ©Marc Goodfellah

—Escribes sobre temas muy diversos en un catalán exquisito y citas a poetas y autores que no son exactamente carne de gran público. ¿No te has planteado desarrollar esta faceta más literaria?

El parroquiano sonríe. “La verdad es que de muy joven sí tuve veleidades literarias, pero no acabé de desarrollarlas, quizás porque escribir es una actividad muy solitaria, mientras que la música es colectiva, es mística. Es una fiesta”.

Una fiesta que Ramon, ave nocturna aunque los años y la paternidad le van alejando de las infinitas juergas de la noche, nunca se quiso perder.

Una ciudad en la que militar

“Vivir en un lugar es militar. Luchar junto con las entidades vecinales, comprometerte con el entorno social, mojarte. Lo contrario es acabar siendo una especie de erasmus que se limita a mirar el Trip Advisor para ver en qué restaurante cenar esa noche”. La Barcelona vivida por Ramón es esta: “Una ciudad a la que llegué de una Valencia que estaba mucho más atrasada democráticamente, donde me reinventé y me volví adulto y de la que me enamoraron muchas cosas, empezando por el mercado dominical de Sant Antoni”.

Una ciudad que, en los últimos años, “ha ido tomando una deriva ultra-capitalista que ha ido echando a tanta gente imprescindible de aquí”, lamenta el cantante, quien puntualiza que “no me voy por hartazgo ni nada de eso, me vuelvo a Valencia por una serie de compromisos familiares y afectivos y estoy ahora mismo pensando en la nueva relación que voy a articular con Barcelona”.

Ramon Morera considera que “vivir en un lugar es militar” y comprometerte con el entorno social.

Las notas del Bye bye baby blue de los Undertones interrumpen la conversación y proporcionan al parroquiano el paréntesis para terminarse su bebida y liarse un cigarrillo para salir a fumárselo.

—A todo esto, ahora caigo que no has comido postre. No sé si después del cigarrillo querrás probar algo de nuestra oferta repostera. 

Y algo se enciende en la mirada de Ramon Morera, que afirma con contundencia mientras confiesa que, para él, “el dulce es un vicio, una adicción” a la que no se quiere sustraer. Un poco, como la fiesta de esa música, ese R&R que retumba en su cabeza y en su vida.