Palau Robert 25 años
El Palau Robert ha celebrado su 25 aniversario con un mapping.

Palau Robert, mucho más que 25 años

Construido en 1903, este edificio de estilo neoclásico del Paseo de Gràcia ha celebrado su aniversario como Centro de Información de Catalunya con un espectáculo de luz, tecnología y color que recibió a más de ochocientas personas

Robert Robert, marqués de Robert (sí, todo en una sola persona) era un aristócrata, financiero y político gerundense. En 1903 finalizaron las obras de la residencia familiar en forma de palacio de estilo neoclásico (obra de Henri Grandpierre) que se hizo construir en lo alto del Paseo de Gràcia, tocando la plaza del Cinc d’Oros (antes de que tuviera ese nombre ni ningún otro, ya que era sólo un espacio de intersección). Para ello derribó los antiguos “xalets d’en Salamanca”, un conjunto de siete casas con planta, dos pisos y jardín, proyectadas por otro marqués, José de Salamanca (que dio nombre al popular barrio de Madrid).

El palacio, construido en todas sus fachadas con piedra proveniente del Montgrí, contó con un extenso jardín con palmeras (extraídas de la Exposición Universal de 1888). Pero muerto Robert en 1929, la familia puso en venta el palacio y pasó de ser un proyecto de hotel (con salón de fiestas, cabaret y frontón) a la sede de la Conselleria de Cultura de la Generalitat republicana. Después, la guerra y un regreso al proyecto hotelero; y finalmente, en 1981, la Generalitat adquiere definitivamente el edificio y desde el año 97 es el Centro de Información de Catalunya. 25 años. Es decir: celebramos que lleva 25 años siendo de todo el mundo, pero el Palau Robert tiene 119 años. Hay que decirlo para que nadie se confunda.

 Hace poco decían que los jardines tenían ratas. Pero todas las autoridades se encuentran, a cinco minutos de las seis de la tarde, fuera de los jardines, esperando el primer pase de un vistoso espectáculo lumínico y escénico comisariado por Albert Sànchez Piñol, con dirección artística del gran Franc Aleu, música y audios de Marc Parrot y voz de Magali Sare. Ante nosotros, unas ramificaciones de letras se elevan por la pared vecina del jardín, rezando el mantra que nos acompañará durante todo el recorrido: “creatividad, solidaridad, integración, proyecciones en estéreo, resistencia, integración…”, todo en diversas lenguas y haciendo slalom cielo arriba.

El jardín del Palau Robert transformado por la luz.

Este mismo concepto, el de las letras, nos atrapará en un bosque lleno de conceptos dispersos entre ramas, matorrales, arenales, instalaciones poéticas e incluso una figurante que, inmóvil como está, parece una estatua de cera que aguanta con una cuerda el palo mayor que proclama “esfuerzo”. Por todas partes, las letras, dispersas o agrupadas, reposan o flotan o se esfuman en medio del aire, en un efecto bastante inédito: parece que las proyecciones puedan escribir no sólo en las ramas, sino en el aire, provocando incluso una sensación de claustrofobia o de verdadero bosque encantado. Aleu ha transformado un jardín aristocrático en un bosque de brujas, frondoso y creativo, peligrosamente oscuro y peligrosamente iluminado, donde sin duda Lluquet diría a Rovelló “jo vull tornar a casa!”, porque el novecentismo nuestro no entiende la urgente necesidad de perderse. Y así nos va, pactando pródigos regresos a casita.

El centro de la idea son las palabras, o mejor dicho las letras, incluso si quedan amontonadas en una pequeña colina ininteligible. En una parte del trayecto podemos sentarnos frente a un espejo, donde se proyectarán caras que desfigurarán nuestro rostro fundiéndose con ella, una invitación a abrir nuestra identidad y a mezclarla con almas extrañas o foráneas, como si el sueño de Alicia no pudiera tener salida sin entrar a fondo en el baile. Cuando hablo con Aleu, que está sentado en un banco junto a Sànchez Piñol y Bernat Puigtobella, me dice que me espere sobre todo a ver el mapping y que todo, como siempre en este país, ha ido de un pelo que no saliera. Previamente al mapping presentará brevemente el acto Òscar Dalmau, que dará paso a pequeños parlamentos de personajes como Natza Farré (comisaria de la exposición Feminista havies de ser) o la consellera Vilagrà diciendo, en resumen, que viva el Palau Robert. Rápidamente llega el momento del mapping.

La música que acompaña a las imágenes proyectadas en la piedra del Montgrí es dulce, fácil, sencilla, y Magali Sare la canta bajo una cascada de letras que brota de la ventana central. De nuevo presenciamos todo un mar de letras mezcladas, con bandera ondulante, que después darán lugar a un sensual árbol antropomórfico (marca Aleu) y a una serie de escenas que evocarán en todo momento la voluntad de proyección exterior de Catalunya. La celebración termina aquí, con una toma de conciencia de la centralidad informativa y divulgativa del Palau y de su objetivo, que teóricamente es subrayar nuestros talentos más internacionales y nuestras mejores iniciativas. Confiamos en que siga así, y que los dos pastorcillos apuesten por crecer sin límites en lugar de desear volver a casa. El regreso a casita se puede negociar en una mesa: hacerse mayor, poder ser mayor, nunca se negocia.

 

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