palau moja
El Palau Moja fue la residencia familiar de los Moja, que la construyeron, y posteriormente de las familias Comillas y Güell.

Un palacio en el corazón de la Rambla

El Palau Moja, ubicado en la calle de la Portaferrissa con la Rambla, es un edificio que combina elementos del Barroco con influencias del Neoclasicismo de origen francés; un emblemático inmueble con una historia muy ligada a personajes ilustres de Barcelona, ​​que muchos ciudadanos desconocen

No conozco a ningún barcelonés que, aun teniendo una relación de amor y odio con La Rambla de Barcelona a causa del turismo, no se haya dejado llevar nunca por el encanto de esta vía tan emblemática de la ciudad.

Aun así, conozco pocos barceloneses que sepan de la importancia cultural del Palau Moja, ubicado en la calle de la Portaferrissa esquina con La Rambla, o que conozcan su existencia y hayan prestado atención a su maravillosa fachada neoclásica, que lo envuelve como un precioso papel de regalo que espera a que descubramos su interior. A veces, aunque merodeemos por nuestra ciudad, vale la pena alzar la vista y dejarnos sorprender por fachadas de edificios tan emblemáticos y desapercibidos como el caso que nos ocupa.

El Palau Moja es un edificio ubicado dentro de lo que hoy en día llamaríamos “el corazón de Barcelona”. Sin embargo, la situación que ocupaba cuando empezó su construcción alrededor del año 1774 era muy diferente, ya que la Rambla estaba en plena metamorfosis urbanística y buscaba definir su identidad, que entonces estaba a caballo entre la antigua ciudad medieval y la nueva, y que se abría paso fuera de las murallas y ofrecía un montón de nuevas posibilidades arquitectónicas por descubrir.  

El Palau Moja se encuentra ubicado donde estaba la antigua muralla medieval de la ciudad (que recorría la Rambla actual), que se derruyó para poder construir el Palau junto con una de las puertas de acceso al recinto amurallado: la llamada Porta Ferrissa (o puerta de hierro) que da lugar al nombre de la calle de la Portaferrissa, una de les arterias principales del siglo XVIII, cuando la Rambla aún estaba en construcción.

Fue en aquel momento de cambio urbanístico que Maria Lluïsa de Copons y Descatllar, Marquesa de Moja, hizo construir su nueva residencia familiar: el Palau Moja, embarcándose en unas obras que durarán diez años, ya que el Palau se inaugura el año 1784 con una gran ceremonia para el enlace de la hija mayor de los marqueses de Moja, cuando el edificio tenía la estructura y las fachadas prácticamente terminadas, pero no estaba completamente acabado.

El edificio fue encargado a uno de los arquitectos más representativos del siglo XVIII: Josep Mas, el mismo arquitecto de otras construcciones importantes de la época como la Basílica de la Mercè, la iglesia de Sant Vicenç de Sarrià o la ampliación del Palau Episcopal de Barcelona, con el que la fachada del Palau Moja guarda gran similitud.

La residencia de los Moja es un edificio que combina elementos del Barroco con influencias del Neoclasicismo de origen francés

La residencia de los Moja es un edificio que combina elementos del Barroco con influencias del Neoclasicismo de origen francés, visibles especialmente en las fachadas del edificio, de líneas sobrias y pocos elementos ornamentales, pero con numerosas ventanas y balcones que proporcionan mucha luz natural al edificio y que también permitían a la familia ver todo aquello que pasaba en esa nueva ciudad. No sorprende tampoco que la fachada principal, donde se ubica la puerta de entrada al edificio, esté en la calle de la Portaferrissa, que era la calle principal de la época y no la Rambla. Sobre la puerta de entrada destaca tímidamente uno de los pocos elementos decorativos, la figura de un león, símbolo de la nobleza y del poder.

En el Gran Salón, la estancia principal, destacan las pinturas de Francesc Pla, conocido con el apodo de El Vigatà.

Corresponden también a esta primera etapa del Palau las pinturas del Gran Salón, encargadas a Francesc Pla (conocido con el sobrenombre de El Vigatà por su ciudad de origen, Vic). Un conjunto excepcional, considerado el mejor trabajo pictórico del artista.

Se trata de unas pinturas al fresco que ocupan la sala principal del Palau (el Gran Salón), el espacio más importante para la familia, donde se recibía a la alta sociedad y se hacían bailes y celebraciones familiares. Es por este motivo que tienen como objetivo enaltecer la familia de los Marqueses de Moja con una serie de personajes pintados en grisalla —en tonos de gris, blanco y negro—, antepasados que protagonizan escenas gloriosas.

Además, todas las escenas están dentro de recuadros que remarcan la importancia de cada momento. Estos antepasados aparecen retratados con la realeza y la nobleza de otras épocas, transformándose en protagonistas de grandes gestas memorables (aunque todas ellas inventadas, ya que no se ha encontrado documentación que permita identificar ninguna escena). Las pinturas cuentan con una perspectiva magnífica y están realizadas al fresco y en grisalla, lo que contrasta con una parte de color, formada básicamente por los ornamentos florales, ángeles y otros personajes fantásticos (decoraciones propias del período barroco) que forman un divertimento de una factura excepcional.

Fachada principal y entrada al Palau, en la calle de la Portaferrissa.

También cabe destacar el uso constante de otro recurso muy propio del barroco más escenográfico: los numerosos trompe l’oeil que encontramos en estas pinturas, que nos generan profundidad y texturas diferentes en cada rincón y que demuestran un gran dominio del lenguaje pictórico. También es curioso ver cómo el artista se adapta perfectamente a la arquitectura existente, tal como se observa en los techos y en el piso superior del Gran Salón, que cuenta con una esplendorosa galería rodeada de balcones y ventanas, que aportan luz natural a esta estancia de grandes dimensiones. Algunas de las puertas son falsas y otras conducen a dependencias menores. Durante las celebraciones, los balcones a menudo eran ocupados por músicos o niños.

La familia Moja habita el Palau durante casi cien años, hasta que Josepa de Sariera y Copons, último miembro de los Moja y Cartellà, muere sin descendencia, el año 1865.

En 1865, sin línea descendente por parte de los Moja, el Palau pasa a ser propiedad de Antonio López, Marqués de Comillas

Entonces empieza la segunda etapa, cuando el empresario Antonio López y López adquiere el Palau el año 1870 a los descendientes de la familia Moja, con la condición de que mantuviera las estructuras principales del Palau intactas. Aun así, los López encuentran un Palau que no estaba adaptado a sus necesidades y hacen algunas modificaciones menores, especialmente en el vestíbulo y la escalera de honor, donde encontramos una gran abundancia de mármol en las barandillas y una lámpara opulenta, sostenida por un atlante, y forjada en París. La habitación cuenta también con un busto del Marqués y está decorada con frescos que hacen referencia al mar y a los vientos, en alusión a los negocios con los que había hecho fortuna López.

También en esta segunda etapa habita el Palau un personaje ilustre: Mosén Cinto Verdaguer, quien era el confesor de los Comillas, oficiaba misa y era el limosnero oficial. Aún se conservan la capilla y la sacristía donde Mosén Cinto Verdaguer decía misa, adjunta al Gran Salón y con el techo pintado también por Francesc Pla. Además, por parte del arquitecto encontramos de nuevo el recurso del óculo en la parte superior de la estancia a modo de ventana, que le aporta luz natural.

Mosén Cinto Verdaguer, consejero espiritual del Marqués de Comillas, oficiaba misa en la capilla interior del edificio.

Durante esta etapa, el edificio no se ocupa únicamente como residencia familiar, sino también como despacho de trabajo, ya que el Marqués de Comillas dirigía una gran empresa naviera con la que había hecho una gran fortuna. Después de la muerte del Marqués de Comillas, en el año 1883, el Palau Moja pasa a manos de su hija, Lluïsa Isabel López, casada con el empresario Eusebi Güell. En el año 1930 se abren los porches que vemos en la actualidad, que permiten ensanchar las aceras para el paso de los viandantes, pero también extraer partido económico, ya que los bajos se usarán como locales comerciales, que aún funcionan hoy en día. Es interesante añadir que esta intervención fue realizada por el que entonces era un joven arquitecto, pero de gran prestigio: Lluís Domenech i Montaner.

Desgraciadamente, corresponde también a esta época la pérdida de una parte del edificio: los jardines que correspondían al Palau, destruidos durante los años 30 a causa de la construcción de los almacenes Sepu, que desaparecieron de manera definitiva el año 2000.

El edificio, ahora propiedad de la Generalitat, es la sede de la Dirección General de Patrimonio Cultural

Durante la Guerra Civil, el edificio pasa a ser la sede de la CNT y posteriormente se reubican las oficinas de la Compañía Transatlántica y también del Banco Atlántico, del que el primer Marqués de Comillas había sido fundador. Cuando muere el tercer Marqués de Comillas en el año 1959, el edificio entra en decadencia y se producen diferentes incendios que reducen el edificio a la sombra de aquello que había sido.

El año 1981, la Generalitat de Catalunya compra el edificio con el objetivo de recuperarlo y transformarlo en espacio de trabajo. La restauración es completa. Actualmente, el edificio es la sede de la Dirección General de Patrimonio Cultural del Departament de Cultura y su acceso está restringido al público, ya que está habilitado como oficinas. A pesar del mal estado en el momento de la adquisición, durante las últimas décadas se ha hecho un gran esfuerzo de recuperación del patrimonio, adaptando el edificio a las nuevas necesidades, pero también devolviéndole toda la solera que merece un palacio como este, situado en el corazón de la Rambla y testimonio en primera persona de la vida privada de nobles, marqueses, personajes ilustres… y mucho más.

Sobre la puerta de entrada destaca tímidamente uno de los pocos elementos decorativos, la figura de un león, símbolo de nobleza y poder.