El concierto del ciclo 'Clàssica a la platja' con fragmentos de 'Mar i Cel'.

Mar y nubes

La noche del miércoles tuvo un aire definitivo: de nuevo la arena convertida en gradería, las olas haciendo de telón de fondo, y el cielo nublado haciendo sufrir a la música que debía deslumbrar la Barceloneta. La Orquesta y el Coro del Gran Teatre del Liceu, bajo la dirección de Sergi Cuenca, inauguraron el ciclo con fragmentos de 'Mar i Cel', con arreglos del propio Albert Guinovart, que también fue el pianista protagonista

Era una velada de luz indirecta y de aglomeración estival, marca Barcelona, siempre un punto incómoda para los habituales de los auditorios pero siempre con ese aire popular, democrático, de cuando te encuentras a tu jefe en una playa nudista y admitimos que somos iguales, no porque sea verdad sino para dejar el tema ahí. Ir a la playa a escuchar música clásica, ¿dónde se ha visto?… y, al mismo tiempo, se ha visto en Barcelona. Solo podía pasar en Barcelona. Piano de cola y arena, orquesta y salitre, chancla y americana, mar y cielo.

La primera obertura, un inspirador Sueño de una noche de verano de Mendelssohn, funcionó como una puerta suave al mundo posterior de Guinovart. El ambiente nocturno, el aroma del mar y la luz apagada del cielo propiciaron una simbiosis simpática, cercana, familiar con las primeras notas. En el escenario, una cúpula-órbita de 26 × 17m dominaba la escena, protegiendo el montaje y creando una especie de “catedral al aire libre”. La orquesta, compacta y precisa, tejió un hilo dramático entre los coros humanos y el texto narrativo. Los solistas y la compañía 2024 de Dagoll Dagom —con nombres como Jordi Garreta, Alèxia Pascual o Clara Renom— aportaron intensidad y autenticidad al retrato del amor imposible y del conflicto entre Saïd y Blanca. Los narradores Pep Cruz y Àngels Gonyalons ejercieron de hilo conductor, un acierto que permitió seguir la trama con atención, especialmente para quienes no conocían la obra original.

El reto tecnológico de sonorizar casi 700 metros de playa —con torres, delays y pantallas de grandes dimensiones— y garantizar que toda la música llegase nítida a todas las butacas improvisadas fue un triunfo del diseño acústico. Además, la inclusividad se confirmó con espacios reservados para personas con movilidad reducida, dispositivos para personas con discapacidad auditiva y subtítulos en tres idiomas. El Himne dels pirates elevó especialmente la comunión colectiva, sobre todo por el argumento de la obra, y acababa dando la sensación de que el extenso Mediterráneo participaba también del relato. El equilibrio tonal y la potencia coral lograron emocionar, y un muro de silencio respetuoso invadió la playa en los momentos más adecuados.

Una cúpula de 26 × 17 m dominaba la escena, creando una especie de “catedral al aire libre” . © Sergi Panizo

A pesar del ambiente mágico, noté cierto desequilibrio entre espectáculo y proximidad: las pantallas y los narradores eran imprescindibles para quienes no estaban justo frente al escenario, pero esta dependencia restaba naturalidad al ritual colectivo. Quizá, en futuras ediciones, se podrían explorar formatos híbridos que integren narración y visual sin desconectar al público de la espontaneidad de la música. También hubo momentos, sobre todo en pasajes muy dramáticos, en los que la sofisticación técnica —aunque brillante— restó protagonismo a algunos matices vocales: en un entorno acústico tan expansivo, la fuerza instrumental domina, y eso puede eclipsar detalles íntimos como la respiración o los matices lingüísticos más sutiles.

En todo caso, ‘Clàssica a la Platja con Mar i Cel fue una declaración de amor a la cultura democrática: música de calidad a pie de playa, gratuita, accesible e inclusiva. Fue un gesto —al estilo del Liceu, del Palau y de L’Auditori— de llevar la sinfonía a la gente, rompiendo barreras y refugiándose bajo una noche estival. Me fui contento por Guinovart, ya que debemos admitir que los guiris no van al teatro a ver Mar i Cel, pero por primera vez pudo explicarse ante un público variado e internacional. A veces hay que extender la toalla para no quedar encerrados entre las paredes de nuestro público, de nuestro imaginario, de nuestro propio relato. ¿Dónde se ha visto, verdad? Para bien o para mal, aquí. En Barcelona.

Los solistas y la compañía 2024 de Dagoll Dagom, con nombres como Jordi Garreta, Alèxia Pascual o Clara Renom, aportaron intensidad y autenticidad al retrato del amor imposible. © Sergi Panizo