Temporada 21, 22. Auditori
Sheku Kanneh-Mason en l’Auditori. © May Zircus

Sheku Kanneh-Mason señala el camino de la emoción en L’Auditori

Inauguración de la temporada 2021-22 en L’Auditori con un concierto generoso y rico en contrastes, los mismos que reza el lema que articula las numerosas propuestas, Segundo movimiento: amor y odio

La sacudida que espera vivir todo aquel que conoce el Concierto para violonchelo de Edward Elgar, inextricablemente vinculado a la malograda Jacqueline du Pré, llegó tras el fastuoso despliegue de medios sonoros de U, obra del compositor local Bernat Vivancos. Aun condicionado por la saturación del espacio sonoro que los metales alcanzan en aquella obra, el público recibió con entusiasmo la interpretación del joven protagonista del concierto, Sheku Kanneh-Mason. El violonchelista británico ha actuado en los principales auditorios, se halla auspiciado desde los inicios de su carrera por una discográfica emblemática y goza del préstamo de un instrumento antiguo, un maravilloso Amati de 1610. Erigido en figura de la clásica, está acostumbrado a ser noticia no sólo en medios especializados, en cierto modo por pertenecer a una familia muy numerosa y muy artística (cinco hermanas y un hermano, todos ellos músicos) y por haber actuado en eventos de repercusión mundial, concretamente —nos recordaba Bernat Dedeu en su Punyalada de los sábados— en un enlace de la monarquía inglesa.

La necesidad de forjar ídolos y venerarlos, para obtener a cambio algún tipo de compensación —diferente si se está del lado de la industria o del público— nos invita a reflexionar, en efecto, a propósito de su real incidencia en el panorama musical. Sucede que no hay “realidad” que no se base en las expectativas que traza la imaginación, más o menos pragmática o romántica según el caso. Y que la música, en sí misma, ya posee la capacidad de reflotar imágenes y hacernos vivir sensaciones como por vez primera. Esto, del lado del oyente. Pero también del intérprete.

El porte modesto del violonchelista, entre tímido y risueño, se transforma en gravedad al atacar los primeros acordes del concierto. Una declamación que ha quedado grabada a fuego en la memoria auditiva, sin que la reminiscencia a la mítica interpretación de Du Pré pueda dejar de estar presente. Su versión de 1965, realizada junto al director John Barbirolli, la encumbró por su inigualada intensidad y por el entendimiento entre artífices, pero asimismo ha trascendido una interesante grabación junto al que sería su marido y de quien se acabaría separando, Daniel Barenboim.

 

Probablemente sea la tendencia a la explicación patológica, típica de la imaginación romántica, la que detecta en las inflexiones y saltos tonales la fluctuación de un discurso trágico; el de una voz que parece sometida a los embates del destino y oscila entre la aceptación y la rebelión. La lucha contra una enfermedad incurable, como la imposibilidad de mantener intacta una relación amorosa —dos jóvenes prodigios unidos por el eros musical, que a priori parecía guionizada por el tío Walt— suministran una clave interpretativa sumamente tentadora, a la que parece difícil abstraerse.

No abundan las pruebas objetivas, a pesar de los avances de la neurociencia, pero tampoco hay dudas de que la “realidad” efectiva de la música radica en su impacto afectivo, habilitado obviamente por la capacidad para imaginar, recordar y emocionarse de cada cual. Tanto más a tenor del instrumento implicado, que algunos especialistas han comparado a la voz humana por timbre, inflexiones de las frases y registro tonal. Kant ya señaló el carácter práctico de la expectativa —“¿Qué puedo esperar?”— en su Crítica del juicio. La obra quizá más influyente en el Romanticismo polariza la multiplicidad de respuestas a esa experiencia no sólo estética con la mención a sus dos extremos —el “placer” o “displacer”— que refieren la satisfacción o desilusión, a su vez posibilitados por desdoblamiento o juego de espejos inherentes al artificio artístico.

El director de L’Auditori, Robert Brufau, argumenta en el enjundioso libreto la elección del binomio Amor-Odio como “segundo movimiento”, el motto de un políptico diseñado para un periodo de tres años: después de una temporada centrada en la noción de Creación (2020-21), y anterior a la que concluirá el proyecto bajo el lema Muerte o Retorno (2022-23), en la presente se ha fijado la pulsión del deseo como hilo conductor. Son varios los pensadores que han intentado explicar ese transporte —quizá Schopenhauer por encima de todos, al hablar de la música como una manifestación fehaciente de la voluntad, esencialmente irrepresentable mediante conceptos— pero las dos alusiones que encontramos en el inicio del volumen con toda la programación del año pertenecen al joven Pol Guasch, autor de la exitosa Napalm al cor (y, aquí, del Poema de la FI II: L’amor també era això: un recer en la intempèrie i totes les ventades, després”) y, como contrapunto drástico, menos incendiario, al psicólogo Erich Fromm, que Brufau cita para destacar el efecto taumatúrgico del amor. Quizá por tratarse de un topos romántico, el director opta por precisar el potencial inspirador de su reverso: “el fracaso en el amor, la frustración y el desengaño han sido catalizadores de la generación de grandes obras maestras”.

Auditori Temporada 21 22
Duncan Ward dirige a la Orquestra de Barcelona i Nacional de Catalunya. © May Zircus

Por supuesto, esta afirmación no puede sostenerse a la inversa, no está demostrado que de toda experiencia en los infiernos derive por arte de alquimia una obra provechosa para uno mismo y trascendente para la historia de la humanidad. En cualquier caso, parece que desde la inauguración de este “Segundo movimiento” se opta por contemplar el enfrentamiento de forma creadora, no sólo destructiva o dolorosa. Además de descubrir el estallido cosmogónico de U, o vivir de nuevo la intensidad emocional del violonchelo de Elgar, se pudo comprobar cómo la OBC, bajo la dirección de Duncan Ward, interpretaba con una rotundidad repleta de matices una selección de pasajes del ballet Romeo y Julieta de Serguéi Prokofiev. En el año en que West Side Story volverá a copar la atención, con el remake de Spielberg cada vez más cercano —sesenta años después— la lucha de clanes del drama shakespeariano funciona a nivel macro, externamente; correspondiente con la narrativa que acontece por debajo de la piel, en el encuentro y desencuentro amoroso que abre asimismo la puerta al odio. Y, de vuelta, quizá, al amor.

“El fracaso en el amor, la frustración y el desengaño han sido catalizadores de la generación de grandes obras maestras”, recuerda Robert Brufau

La temporada 2021-22 es tan rica y extensa en eventos que resulta imposible de resumir, como prueba irrefutable las casi 200 páginas de libreto promocional que compila todas las propuestas, entre las cuales los conciertos sinfónicos de la OBC, los ciclos de Música Antigua, Cámara o el Festival Mozart, durante el verano. Se trata, por todo lo dicho, de un año intenso, con propuestas abiertamente clásicas pero también otras arraigadas en nuestro presente y mirando al futuro. Ciclos como Sit back o Sampler series incorporan artistas de primer nivel y la firme apuesta por la creación local, con nombres como Bernat Vivancos, Joan Magrané o Raquel García-Tomàs. En este sentido el Festival Emergents acredita la calidad de jóvenes en los inicios de sus respectivas trayectorias, un acompañamiento que se sigue mostrando en la vocación pedagógica de L’Auditori, a través del Proyecto Social y Educativo y con las actividades en el entorno del Museo de la Música. Para mantener la accesibilidad de sus proyectos, L’Auditori confía en el soporte digital —una de las lecciones aprendidas durante el pasado año— esa ventana abierta al mundo que Lisi Andrés, jefa de comunicación y márketing, ilustra con las palabras de Stravinsky: “escuchar la música no es suficiente, también se ha de ver”.

La OBC, bajo la dirección de Duncan Ward, interpretó con una rotundidad repleta de matices una selección de pasajes del Romeo y Julieta de Serguéi Prokófiev

La visualización de imágenes no es casual o pasajera, sino que deja huella. Muchos de nosotros aún vemos a una Jacqueline du Pré absolutamente entregada a la causa interpretativa, ajena al destino que le espera, pero intensificando secretamente su urdimbre. Nos reencontramos con ella en ocasión de la inauguración de la temporada en la sala grande de L’Auditori, bautizada Pau Casals, en honor a quien tanto admiró. Inauguración oficiada por Sheku Kanneh-Mason, cuya gestualidad revela asimismo aquel embargo emocional, entre el sosiego y la furia. Una ambivalencia afectiva que es de hecho siempre más rica que lo que señalan las polaridades de Amor y odio. La vida se despliega y modula en momentos irrepetibles, gracias también, a creaciones e interpretaciones que perduran. El Quartet Casals, Ian Bostridge, Kian Soltani, Pierre-Laurent Aimard, Nuria Rial, Matthias Pintscher, Xavier Sabata, Nicola Benedetti, Trevor Pinnock, Pablo Ferrández, el conjunto Phace, Jordi Savall, Patricia Petibon, Kings of Convenience, Lucia Fumeiro, Ton Koopman, Paul Vallvé, Frames, Aaron Zapico… Son sólo unos pocos, una parte de la enorme lista de artistas que profundizarán en las complejidades dialécticas de ese segundo —pero no definitivo— movimiento.