Jugar a la pelota en la Via della Conciliazione

En condiciones normales, la Via della Conciliazione debe ser una de las avenidas más concurridas del mundo. Aunque a penas tenga unos quinientos metros de longitud, cada año pasan por ella millones de personas venidas de todo el mundo para visitar el Vaticano.

Como sabréis si también sois unos enamorados de Roma, la Via della Conciliazione es el principal acceso a la plaza de San Pedro. El trayecto, viniendo de Castel Sant’Angelo no puede ser más majestuoso. A ambos lados de la avenida, flanqueada por obeliscos de travertino, palacios e iglesias —Palazzo Torlonia, Palazzo dei Penitenzieri, Palazzo dei Convertendi, Santa Maria en Trasportina, Santo Spirito en Sassia— y, al fondo, la fachada de la basílica papal de San Pedro. En sentido contrario, la vista es igualmente espléndida y, ciertamente, como se puede leer en muchas guías turísticas, las columnatas de Bernini dan la impresión de unos gigantescos brazos abiertos a Roma y, por extensión, a Italia. De ahí el nombre de la famosa avenida.

Sin embargo, los orígenes de la Via della Conciliazione son mucho menos luminosos. En 1936, Benito Mussolini encargó a los arquitectos Piacentini y Spaccarelli que proyectaran una gran avenida que conectara el Vaticano con la ciudad. El mismo Duce golpeó con una piqueta el primero de una larga lista de edificios de la spina del Borgo que hubo que derribar para abrir la nueva calle. Cientos de familias perdieron allí la casa y fueron reubicadas fuera de la ciudad. La construcción de la Via della Conciliazione no se completó hasta 1950, cinco años después que un grupo de partisanos enviaran Mussolini directamente al infierno.

La semana pasada, Eva Fernández, corresponsal de COPE en Italia, fue testigo de una escena de película en la Via della Conciliazione que tuvo el acierto de grabar con el móvil y luego compartir en Twitter. En ella aparece un grupo bastante numeroso de niños jugando a la pelota despreocupadamente en plena avenida, bajo un sol de primavera, con la majestuosa fachada de San Pedro de fondo.

Cuando vi estas imágenes, en el acto pensé en los libros de Elena Ferrante, aunque las escenas de juegos de calle que ella describe terminen a pedradas y no pertenezcan a Roma sino a su Nápoles natal. Supongo que me recordaron a los personajes de Ferrante porque su infancia transcurre en los años cincuenta y esto de ver niños jugando en las calles y plazas del centro de las grandes ciudades es una imagen de aquellas que llamamos “de antes”. Es decir, de cuando prácticamente no había coches ni mucho menos turismo de masas. Por lo tanto, de un antes de que yo ya no he vivido, sino que, antes de la pandemia, sólo había visto en los libros y en el cine.

Uno de los efectos del obligado confinamiento ha sido, justamente, la recuperación del espacio público por parte de los vecinos también en las ciudades. Ha pasado en Roma, pero también en Barcelona. Durante unas semanas, grandes y pequeños volvieron a hacerse suya la plaza de la Catedral, la Rambla o la plaza Reial.

Esto de ver niños jugando en las calles y plazas del centro de las grandes ciudades es una imagen de aquellas que llamamos “de antes”. Es decir, de cuando prácticamente no había coches ni mucho menos turismo de masas.

¿Sabéis en que me hizo pensar este fenómeno? Ahora os voy a sorprender: en Chernóbil. Sí, meses atrás, vi un documental que explicaba como los ecosistemas de la zona de exclusión alrededor de la central nuclear accidentada hace más de tres décadas se han ido recuperando y de qué manera: osos, bisontes, lobos, linces, caballos y más de doscientas especies de aves viven actualmente en un espacio poblado por bosques frondosos donde el hombre tiene totalmente prohibido entrar.

Cuando baja la presión, los ecosistemas —bosques, ríos, pero también los vecindarios— se recuperan. También lo he observado estos días en el último tramo de la Diagonal antes de llegar a la plaza de las Glòries.

¿Veis por donde voy? Cuando baja la presión, los ecosistemas —bosques, ríos, pero también los vecindarios— se recuperan. También lo he observado estos días en el último tramo de la Diagonal antes de llegar a la plaza de las Glòries. Hace meses que está cerrado al tráfico y se han instalado unas mesas de ping-pong que tienen mucho éxito entre los vecinos. Cuando, por las tardes, paso por este tramo de avenida cerrada al tráfico veo que está siempre muy concurrido. Está lleno de grupos de personas que pasean, juegan o simplemente charlan un rato a la sombra de los grandes árboles.

Tengámoslo presente a la hora de pensar qué papel queremos que tenga el coche en la ciudad, pero también el turismo de masas.