Cuando habla, parece que no esté organizando un festival sino organizando el planeta. Jordi Herreruela es una simbiosis perfecta, casi bidireccional, entre eficacia y sensibilidad. El festival Cruïlla, desde este miércoles hasta el sábado, ha sido de los pocos que han aguantado durante la pandemia, y ahora vuelve con ganas de que nos pongamos contentos.
Más allá de la filosofía musical, buscando la raíz y la autenticidad, esta vez dice Herreruela que quiere hacernos bailar. Pero también tiene otra manía: que el control de los datos no se coma las culturas.
— ¿Podemos llamarlo el festival de la música local?
— El festival de la música con raíces. Es decir, no tan distinto en ese sentido como otros años. Queremos ser un festival que realmente refleje la ciudad, una ciudad que por muy cosmopolita que sea también tiene una cultura propia. Este festival es un lugar de encuentro, un cruce. Un lugar de diversidad y creatividad, lo que hace que la gente visite Barcelona es su carácter creativo. Somos un gran evento, sí, con ambición internacional, pero dirigido sobre todo al público local. Barcelona tiene una identidad que no es replicable en otras ciudades, y el Cruïlla, a diferencia de otros festivales, es exactamente así.
— ¿Tan difícil sería de reproducir?
— El modelo sí, pero no como Cruïlla. Somos un festival identitario de esa ciudad. Que es una ciudad que mezcla muchas identidades.
— ¿Corremos el riesgo de hacer festivales demasiado replicables?
— Todas las ciudades corren este peligro: comercios cada día más iguales, marcas similares, oferta similar… ¡Cuando precisamente el éxito de Europa es su diversidad!
— “The world can be Catalan or Taliban”…
— Vivimos en medio de un tsunami cultural doble: el anglosajón y el asiático. Y Europa debe protegerse, impulsando políticas públicas de apoyo a sus identidades. Los algoritmos y las grandes plataformas mandan, lo que hace que tendamos a fijarnos sólo en lo que puede tener más consumo. Entonces es cuando cualquier cultura europea, y no sólo la nuestra sino cualquiera, corre el peligro de convertirse en una cultura minoritaria.
“Queremos ser un festival que realmente refleje la ciudad, una ciudad que por muy cosmopolita que sea también tiene una cultura propia”
— ¿Y no te olvidas de la lengua española? Ésta no tiene mucho peligro de convertirse en minoritaria.
— Sudamérica es un continente riquísimo, ¡pero también diverso! A veces lo ponemos todo bajo el concepto de “música latina”, que es como si desde allí hablaran de “música europea”. O “música africana”. No, no hay música africana, ni sudamericana, sino muchas: Residente no es Molotov y Molotov no es Trueno, ni Juan Luis Guerra. Un idioma no configura una unidad musical, como máximo cierta unidad cultural.
— En este sentido, la amenaza es para todos.
— Y no sólo para las culturas. Rosalía mismo dijo que no sólo tenía artistas que colaboraban en su disco, sino que ella misma quería aparecer como “estrella invitada”. ¿Por qué? Pues porque si se ponía como artista, siendo mujer y joven, quedaba penalizada en el algoritmo. Aparecía menos, en definitiva. Por tanto también hay minorías de género, los “recomendadores” culturales no son neutros. En absoluto.
— En cambio, somos muy sensibles cuando se trata de salvar al planeta.
— Exacto, es necesaria una ecología de la cultura. Europa debería crear un Spotify de lenguas minoritarias. Si se sumaran todas, habría la masa crítica suficiente.
— ¿Estamos en una encrucijada, pues?
— Totalmente. Estamos en el momento cultural más importante de los últimos años. Genís Roca siempre me comenta que en Asia a menudo los datos son controlados por los gobiernos, porque dependen de ellos, y así los gobiernos marcan el consumo. Pero en Estados Unidos, los datos son controlados por unas pocas corporaciones y éstas pueden dirigir también al consumidor. ¿Y en Europa? Pues en Europa los datos son de las personas, lo que nos hace perder competitividad. Lo que deberíamos hacer es no ceder estos datos tan fácilmente a las grandes empresas, ni a los gobiernos. Debemos compatibilizar la privacidad de las personas con ser competitivos. Dicho claramente: que el festival Cruïlla, entre otros, disponga de estos datos.
— ¿Ser agentes de información?
— Somos el intermediario perfecto entre la persona y los grandes negocios. Los dos tsunamis que te mencionaba son el control de los datos y la creación de contenidos. Vamos a un mundo en el que la oferta de contenido online y offline se distribuirá por los mismos canales: Amazon o Spotify, por ejemplo, pueden ponerse pronto a vender entradas de conciertos.
— ¿Ya estamos aquí?
— No todavía, pero se huele. La música en directo tenía dos circuitos: las giras, en manos de grandes agentes internacionales, y los promotores independientes que realizamos festivales de música. Ahora ya estamos viendo cómo los primeros quieren comerse los segundos, por lo que los promotores son cada vez menos independientes. Las grandes compañías organizan festivales, o los compran. ¿Y qué estará en peligro cuando desaparezca el promotor independiente?
“Debemos compatibilizar la privacidad de las personas con ser competitivos. Dicho claramente: que el festival Cruïlla, entre otros, disponga de estos datos”
— La identidad.
— Exacto.
— ¿Eres pesimista, pues?
— No. Soy optimista porque la cultura es algo demasiado difícil de escalar. El conocimiento, las personas, el territorio… no son fáciles de trasladar o replicar a nivel mundial. Eso sí: los agentes locales debemos dotarnos de herramientas y entrar en el big data, la inteligencia artificial, la 5G, la inteligencia de negocio… Debemos competir al máximo nivel, y como estamos atomizados debemos unirnos. Ya empezamos a tener cierta complicidad mutua, porque ahora la cuenta atrás ya no es sólo climática: ¡ahora la cuenta atrás también es cultural!
— Pues vamos allá: ¿qué nos encontraremos en este Cruïlla?
— Esta edición es para bailar. No nos hemos detenido durante la pandemia, hemos dado conciertos con mascarilla y distancia, pero sentados o sin poder bailar. En esta edición, casi todos los artistas del cartel son convocados para poder bailar. Además incorporamos una programación de humor (que será creciente) y artes visuales o performances, y también fotografía… Volvemos al gran tema: la creatividad barcelonesa, queremos concentrar al máximo de creadores. También quisiera hacer más gastronomía y moda. Proyectar la creatividad de Barcelona en el mundo, dirigiéndonos sobre todo al público local.
— ¿Por qué, al local?
— Porque los grandes eventos generan un gran impacto medioambiental, y una forma de reducirlo y compensarlo es no hacer de reclamo de grandes viajes en avión. Debe ser posible realizar un gran festival sin tener que ser un polo de atracción de aviones, aparte de que nuestros proveedores son también locales, y los trabajadores, y los productos gastronómicos. También somos un festival de plástico cero, y que propone varios challenges en startups de aquí para encontrar más soluciones para ser sostenibles. Ahora mismo hay seis finalistas. Por ejemplo, uno propone un compostaje cerrado dentro del mismo festival: es decir, que ningún residuo salga, que tenga una total circularidad propia. O nos proponen ideas de cubiertos comestibles, bolsas de ketchup hechas de alga…
— ¿Realmente la creatividad barcelonesa es un reclamo tan evidente?
— Mira: en el País Vasco tenían la mejor tradición culinaria, era un epicentro gastronómico del mundo. Pero no porque tuviera una estructura concreta, sino porque tenía un legado y tradición. Entonces llegan Ferran Adrià y los hermanos Roca, innovan y desplazan el polo de atracción hacia Barcelona. Los vascos reaccionaron y crearon el Basque Culinary Center, en San Sebastián. Pues eso: en Barcelona tenemos el legado, la lengua, la tradición, etcétera, pero nos falta la metodología. Estructura. Método.
— Sistematizar la creatividad.
— Exacto. Dejamos todo demasiado a su suerte, y nos toca ordenar y sistematizar. Barcelona tiene mucho emprendimiento en innovación, que acompaña con conocimiento y con sentido del riesgo. En el mundo de los creadores, sin embargo, este camino no existe. Esto debemos proponernos: ayudarles a trazarlo.